MOISÉS NAÍM 03 de diciembre de 2017
@moisesnaim
La
sangrienta guerra civil en Sri Lanka entre los Tigres de Liberación de la
Tierra Tamil (LTTE) y el Gobierno de ese país duró más de un cuarto de siglo
(1983-2009). Parte importante del dinero que financió al LTTE provino de
tamiles radicados en Canadá, Reino Unido y otros países. El apoyo financiero de
la diáspora tamil prolongó este conflicto armado. Lo mismo sucedió en Irlanda
del Norte. Grupos de irlandeses afincados en Estados Unidos financiaron al
Ejército Republicano Irlandés (IRA), el brazo armado de la lucha secesionista
que durante cuatro décadas azotó Irlanda y Reino Unido.
La
lista de guerras civiles que se agudizan y alargan gracias al apoyo financiero
que la diáspora de ese país le da a una de las partes en el conflicto es larga,
dolorosa y mundial. De los Balcanes al cuerno de África y de Centroamérica al
sureste asiático, los conflictos se han prolongado por la intervención de lo
que en Etiopía llaman “la diáspora tóxica”. Obviamente, los sanguinarios
regímenes que enfrentan las diásporas son con frecuencia aún más tóxicos.
Diáspora,
que en griego significa “dispersión”, fue la palabra originalmente usada para
referirse al exilio de los judíos fuera de Israel. Con el tiempo, se fue
aplicando también a otros grupos que salieron de sus países, esparciéndose por
el mundo. Actualmente se usa, de manera algo confusa, para referirse tanto a
esos lugares de destino como a un grupo humano.
La
vida en el exilio fomenta las relaciones entre compatriotas en la misma
situación, con quienes se comparten nostalgias por la tierra ancestral,
características étnicas, afinidades culturales y, por supuesto, el idioma. Con
frecuencia, esto genera sentimientos de empatía y solidaridad, lo cual, a su vez,
les da a estos grupos una cohesión que les permite actuar colectivamente.
Algunos se organizan para apoyar iniciativas sociales en su país de origen y
otros se involucran en su política. Esto último se intensifica cuando hay
revoluciones, guerras civiles o conflictos políticos que dividen profundamente
a la sociedad.
Así,
muchas veces, la única oposición real que confrontan las dictaduras es la
diáspora, que dispone de dinero y contactos internacionales. A veces tiene
éxito y logra derrocar a regímenes autocráticos.
Este
fue el caso del ayatolá Jomeini, quien desde París impulsó un movimiento que en
1979 derrocó al sha de Irán.
La
posibilidad de hacer política a distancia y “sin ensuciarse las manos” también
hace que las diásporas se puedan permitir lujos que no tienen quienes enfrentan
a un Gobierno autocrático en el terreno. Es más fácil tronar contra un régimen
represivo a miles de kilómetros de distancia que en las calles del país o en la
cárcel por haberlo hecho. Ahora, YouTube, Twitter o Facebook facilitan la
política a control remoto.
Los
estudios sobre las intervenciones de diásporas en la política de sus países de
origen han encontrado que exacerban la polarización y aumentan la
intransigencia de las partes, todo lo cual agudiza y prolonga los conflictos.
Claro está, la intransigencia no es monopolio de las diásporas y, es más bien,
la característica básica de los tiranos.
Las
diásporas no solo intervienen en la política de su país de origen sino que, en
algunos casos, también logran influir en la política exterior del país donde
residen. En Estados Unidos, los exiliados cubanos y el lobby pro Israel son
buenos ejemplos. Ambos han tenido enorme éxito influyendo en las decisiones de
Washington que atañen a Cuba e Israel. El fallido embargo económico que desde
hace seis décadas mantiene el Gobierno estadounidense sobre Cuba, por ejemplo,
no habría durado tanto sin el eficaz y radical activismo de los exiliados
cubanos. Irónicamente, también son los exiliados cuyos envíos de dinero a sus
familiares en la isla sirven de sustento a la economía del país.
Como
la cubana, otras diásporas son una invaluable fuente de alivio a la pobreza.
Actualmente, más de 250 millones de personas viven en un país distinto al cual
nacieron y una enorme proporción manda dinero regularmente a sus familias y
allegados. El año pasado enviaron 440.000 millones de dólares, tres veces más
que el monto que los Gobiernos de los países ricos dedican a ayudar a las
naciones más pobres.
Para
un gran número de países, las remesas son una de las principales fuentes de
divisas (en 25 de ellos representan más del 10% del tamaño de su economía). Y
para millones de familias —de India a Colombia y de China a México— las remesas
que les llegan del exterior son su principal —cuando no única— fuente de
ingresos.
Hay
diásporas tóxicas. Pero también las hay salvadoras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico