Por Simón García
La abstención es una de las
peores formas de entregar el país al régimen. Pero mediante
algún mecanismo para armonizar la conciencia con una conducta que niega la
utilidad del voto, el abstencionista se siente desafiando al poder. Aunque los
hechos indiquen lo contrario.
Hay un abstencionismo que
convierte sus críticas al Gobierno y sus insatisfacciones con la oposición en
una retirada de eventos en los que se deciden relaciones de fuerza, control de
instituciones o pervivencia de valores democráticos. Al brincar de una posición
de resistencia a la inacción cívica, generalmente exalta principios morales
que, desvinculados de la confrontación concreta contra el poder, conducen a
gestos ineficientes y sin propósito definido. Así, la conciencia individual
queda aparentemente protegida, mientras el interés de la colectividad se
entrega a la tutela roja.
Existe otro abstencionismo
que, con una clara finalidad pragmática, busca cambiar su condición de exigua minoría,
intentando presentar el abstencionismo silvestre como obra suya y venderse como
sus representantes. A nombre de esa tendencia ajena pretende sustituir a las
organizaciones políticas que constituyen el principal eje articulador de la
resistencia social. Rechazan los procesos electorales porque no son capaces de
medirse como opción dirigente particular en ninguna elección y concentran su
política en la fantasiosa aspiración de debilitar, sacar del escenario y tomar
el lugar de los partidos de la oposición que cuentan con mayor apoyo. Viven
para soñarse en Miraflores.
Una y otra clase de
abstencionismo revela la propensión al desinterés por los asuntos públicos,
cuyo primer capítulo es dejar de votar. Ese abandono del voto como elemento
insustituible para construir democracia, suele ser el primer escalón hacia un
desarme espiritual y político frente al empoderamiento del régimen que crece,
entre otros factores, como consecuencia de la abstención.
Sin embargo ha aparecido un
abstencionista que aprecia el valor de votar y que se propone, tal vez porque
no tiene otros medios, obligar a unirse a toda la oposición. El reclamo a la
oposición se considera más urgente que el rechazo al régimen. Pero al no votar
se anula la eficacia del voto y se aumentará la percepción de que no hay manera
de salir de Maduro. Estos resultados y esa percepción se exhibirán como pruebas
de que dictadura no sale con votos.
Abstenerse es darle al régimen
victorias regaladas y permitirle una capa formal de legitimidad. Es restarle
apoyo social a la oposición y ejercer un descontento sin alternativas. Mientras
tanto se contribuye a que el régimen obtenga más control sobre la sociedad y
logre desmovilizar, aumentar la división y reducir el peso de la oposición
formalizada.
Los abstencionistas
cachicamos, que claman por purgas y se consideran a sí mismos la tapa del
frasco moral, constituyen hoy el principal obstáculo para abrirle caminos al
cambio. Asumir que no actuamos en democracia y sin esperar que la cúpula
oficialista actúe voluntariamente dentro de la racionalidad democrática,
exige dirigentes políticos que generen estrategias inteligentes y que no
sustituyan la lucha por la evasión.
Lamentablemente el 10 de
diciembre, partidos y ciudadanos, le regalaremos otra victoria a Maduro.
02-12-17
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