MIBELIS ACEVEDO DONÍS 24 de junio de 2018
@Mibelis
"Esta
generación que tomó el camino del sacrificio se forjó en el Fuerte Tiuna (…)
para demostrarles a los politiqueros venezolanos cómo se conduce a un pueblo
hacia el rescate de su verdadero destino”, proclama Chávez a su salida de Yare
en 1994. Ante la falta de respuestas del sistema político, ante la ausencia de
liderazgo comprometido con la generación de resultados tangibles, ante la
frustración y el hartazgo que cunden como hiedra venenosa entre los afectados,
si algo sabe estrujar el populista es la idea de que la “política tradicional”
(esa que un puño de ungidos vendría a “renovar, refundar, purificar”) es mal
que debe erradicarse.
“La
democracia liberal ya murió”, dispara más tarde; sólo la “sabiduría popular”
logrará purgar los vicios del Estado burgués. Es cuando surge la idea de una
democracia directa, sin intermediarios que diluyan la queja de una masa ávida
de justicia. Claro, al ser percibidos como incapaces de conectar con las
demandas populares, se endilgó toda la culpa del naufragio a las instituciones,
los políticos, las élites. Y sin duda, en ese desamor respecto a la política,
el mediocre desempeño de aquellos tuvo mucho que ver; pero no podemos negar que
al hincar sus pezuñas en el pathos, esa retórica de la indignación hizo que
luciera imposible tomar los correctivos que la vía de la deliberación entrañaba
y que la propia democracia representativa hubiese habilitado. La revolución y
su líder encontraron terreno fértil en el encrespado espíritu de los
venezolanos: arrasar con todo lo que recordara al Ancien Régime fue el remedio
prescrito contra la peste de los “politiqueros”.
Una
fuerza aniquiladora, parada en la ofuscación más elemental, conspiró contra
cualquier afán de templanza. El sex-appeal de la soflama soportada por el
blasón moralista fue difícil de ignorar. ¡Ay! En mala hora un país curtido en
la praxis democrática se dejó embaucar por el odio contra la “política sucia” y
la animosidad antiélites. Gracias a eso el populismo instaló su celada: si dar
poder al pueblo implicaba saltarse la norma, había que desechar las “falsas”
conquistas de “la IV”.
No por
azar viene este repaso, casi un bucle que nos atrapa crónicamente en los
meandros del pasado reciente. El sinsabor del “Que se vayan todos” (lema que coreaba
el 71% de argentinos defraudados por el gobierno de De la Rúa y que precedió al
“voto bronca” en la elecciones legislativas de 2001) calzaría como guante a
esta hora procelosa que vive Venezuela. Y es que el trastorno no sólo atiende a
la impúdica negligencia del gobierno populista y autoritario; la desconfianza
apunta también sus dardos hacia la mediación de un desgastado liderazgo
opositor, nos vuelve gavilla de nervios expuestos, cada vez menos ganados a la
idea de que el trabajo imbuido por un ethos democrático logrará proscribir el
calvario, la incertidumbre.
En
épocas de indignación viralizada en segundos y bilis volcada caóticamente a las
redes sociales -“esto es democracia directa”, apuran algunos, como si
democracia no implicase distinguir las fronteras de la otredad, como si
insultar fuese parte de un ejercicio inalienable y libertario- no extraña
entonces ver resucitar esa vieja, equívoca “añoranza de una política no
política” que delata Safranski; un discurso que opone la sabiduría del “pueblo
verdadero” a la de la “casta política”, “las élites y la
pseudointelectualidad”. Presa de sus repulsas, este habitante de la polis
virtual -“los genuinos opositores”, “la gente decente” o como interese llamarlo
ahora según el framing del cual se parta- a veces se mira a sí mismo como
epítome de todas las virtudes “que valen la pena” (otra forma del fetichismo
popularista que censura Rafael Cadenas); inocente, probo y dotado de un
instinto político infalible que debería orientar la acción política para “dignificarla”.
“Que
los líderes sigan al pueblo, no al revés”: embriagada por la conciencia de
cesación de los límites, picada por la rebeldía, la mentalidad tribal y el
“asco” hacia todo aquello que conviene licuar con el inicuo establishment (y
sin que tercie un matiz de piedad que permita ver pluralidad o humanidad en su
nuevo antagonista) se mueve una fresca estirpe de criaturas antipolíticas; una
que bebe de la exaltación que se agazapa en estas nuevas plataformas de
comunicación que tan a menudo nos incomunican.
Ocasionalmente
la historia revela curiosos déja vù: EEUU, por ejemplo, asistió a una moderna
reedición del rencor que en 1891 inspiró al “People’s Party”, un movimiento de
granjeros arruinados cuyo fervor antiélites y antiintelectual recuerda el apoyo
que se tejió alrededor de Trump. Asimismo, la oposición venezolana no deja de
revivir el tiroteo suicida que nos sitió en 1998. Por eso es útil detectar
dónde y cómo cobra cuerpo esa tarasca, antes de que el largo apego por la
insolencia, el cinismo y la anarquía nos vuelvan pasto de mesías que espolean a
sus indignados seguidores y esperan pacientes su turno, dispuestos a saltar a
la yugular, como siempre.
MIBELIS
ACEVEDO DONÍS
@Mibelis
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