Por Claudio Nazoa
¿Recuerdan los telefonotes
celulares de los años ochenta que llamaban ladrillos? A todo el mundo le
parecía que esos incómodos y pesados bichos (3,5 kilos), con batería para ¡20
minutos de conversación!, eran increíbles y prácticos. Lo más parecido que
conocíamos eran los teléfonos reloj de Dick Tracy y el zapatófono del
Superagente 86.
Hoy nos reímos de algo que
ocurrió relativamente hace poco. En veinte años, ¿de qué se reirán nuestros
nietos? La vida es corta y la tecnología va muy rápido.
Creo, y eso anótenlo, que los
celulares serán tan pequeños, que habrá que inyectarlos.
—Ayer me puse un Movilnet en
la nalga.
—Y yo, un Movistar en la vena.
—Mi primo compró un Apple
Supositorio Plus dorado con repique interno.
Hace aaañoossss, antes de
montar cacho, uno llamaba a su esposa desde un teléfono público.
—Mi amor, hoy voy a llegar
tarde. Tengo una reunión… Si consigo un teléfono te llamo y si no, no te
preocupes ni te cuaimatices, tú sabes que estoy trabajando… Chao, yo también te
quiero…
También tengo en mi memoria a
las muchachas escapadas con sus novios, llamando a sus padres desde los
teléfonos públicos de la isla de Margarita, frente a la antigua tienda La Media
Naranja.
—¡Mamá…! ¿Me oyes? Sí, ando
con unas amigas… No, tú no las conoces… No te he llamado porque en el hotel no
hay teléfono…
Con los teléfonos inteligentes
las cosas cambiaron. ¡Día y noche somos vigilados, localizados y controlados!
No hay excusas para no aparecer.
Hoy las cuaimas no comen
cuento. ¡No creen nada! Hay que atender el celular donde uno esté, con quién esté
y como se esté, si no seremos sospechosos.
Igual ocurre con los hombres
inseguros, celópatas, quienes sufren el síndrome de Otelo y controlan las
llamadas de su mujer. Hace poco recibí la llamada de uno de ellos, quien
furibundo me dijo:
—¡Aló! ¿Quién eres tú? ¡Dime
tu nombre ya!
Seguramente era un necio que
encontró mi número en el celular de su mujer.
—¿Y por qué voy a decirte mi
nombre? ¡Dame el tuyo! Tú fuiste quien llamó.
A lo que el imbécil respondió:
—¡Tu número aparece en el
celular de mi mujer!
No pude evitar hacer una
maldad.
—Claro, ella tiene mi número y
tú los cachos montaditos también ¡cabeza e’ñema!
Ya nadie se come el cuento de:
“Casi no me queda batería” o “me quedé sin saldo” o “estoy en un sitio donde no
hay señal”.
Ahora los matrimonios duran
más, no porque la gente se quiera sino porque los celulares nos la pusieron
difícil.
25-06-18
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