Por Roberto Briceño León
A la salida de la panadería,
la señora se detuvo en la puerta para guardar algo en la cartera. En la acera,
una larga cola de trabajadores esperaba el turno para comprar las dos canillas
que les estaba permitido.
El centro de Caracas tenía
bastante movimiento esa tarde, pues era viernes y las personas estaban saliendo
de su trabajo. De pronto, y con un fuerte tirón, una pareja de jóvenes le arrebataron
la bolsa con sus dos panes. ¡Pero muchachos del…! Atinó a gritar la señora
protestando, mientras los jóvenes corrían y se perdían entre la gente.
Durante más de dos décadas
que he estudiado el delito en el país, siempre nos llamó la atención que los
robos se cometían por objetos de lujo: por unos zapatos deportivos de marca,
primero; por un teléfono celular o una tableta electrónica, después. Los
delitos por hambre, los robos por comida, son un fenómeno reciente y creciente
en el país. No es de extrañar, pues en el país hay hambre, hay pocos alimentos,
y los que se encuentran no es fácil comprarlos por la devaluación de la moneda
y del salario. En el pasado, en Venezuela sufrían quienes estaban desempleados,
hoy hasta los que tienen un buen empleo pasan hambre.
Esto ha llevado a dos
dolorosas circunstancias: por un lado, hay personas que cometen delitos por la
necesidad, roban en los mercados, se “traen” algo de la oficina, y algunos
hasta arrebatan una cartera o unas bolsas de comida en el camino a su trabajo;
por otro lado, se ha incrementado la violencia en las familias, hay competencia
por la comida y esto ha llevado a la agresividad y las riñas.
Sin embargo, al lado de esos
comportamientos, hay muchos otros que resisten, que se mantienen honestos, y es
notable y motivo de orgullo ver cómo se esfuerzan, buscan y rebuscan un ingreso
o una comida, inclusive hasta en la basura, para poder llevar algún alimento a
la casa sin caer en el delito. Y en las familias también hay solidaridad, se
reparte lo poco que se tiene; hay padres que se ve notoriamente que han
adelgazado para poder darles un poco más de alimento a sus hijos.
La que una vez fue la
sociedad más rica de América Latina, a la cual llegaban migrantes de todos
lados buscando progreso y seguridad, hoy languidece en medio de una creciente
miseria, el delito y la emigración. Pero esto no es una maldición, es el
resultado de políticas equivocadas, por eso, con un cambio en la política será
posible un cambio en la sociedad. Incluso, será posible que regresemos a
una situación donde el crimen se ocupe de robar objetos de lujo, y no dos panes
a una señora.
19-06-18
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