Por Tomás Páez
En el ADN del “socialismo
del siglo XXI”, el de toda la vida, se encuentra su extraordinaria capacidad
corrosiva y destructiva de todo aquello que encuentre a su paso: tejido social,
institucional y económico y en particular se ensaña y arrasa con el sistema de
libertades y con la democracia liberal. Allí donde se ha instalado demuestra
que es una máquina que produce miseria y éxodo humano. Lo hace con mucho encono
a sus ciudadanos y al país al que devastan. En la medida en que el modelo
agudiza el empobrecimiento de todos, en esa misma medidas catapulta el flujo
migratorio que crecerá con un ritmo trepidante, indetenible.
El modelo venezolano, además
de las características generales, posee rasgos propios. Por ejemplo, el régimen
sustituyó el término “vendepatria” por el de “regalapatria”, única forma de
explicar que Venezuela le garantice a la dictadura cubana el suministro
religioso del petróleo mientras que en el país campean a sus anchas el hambre,
la desnutrición y la crisis humanitaria.
La reciente decisión de la
OEA lo expresa muy claramente al desconocer a un régimen que se autoproclamó en
medio de una burda farsa electoral, y manifiesta su preocupación porque en
Venezuela la democracia en una ficción. En la exposición de motivos de la
organización, los países plasman su angustia por el severo retroceso de
Venezuela en todos los ámbitos y su aflicción por la honda crisis humanitaria
que ya ha cobrado la vida de los venezolanos.
Esa descomposición del país
que se recoge en la citada declaración, engloba la respuesta a por qué el flujo
migratorio se ha intensificado en los 2 últimos años, periodo en el que alcanzó
la cifra de 1.800.000 venezolanos. Buscan en los países vecinos y fronterizos
las medicinas, los alimentos y las divisas que su país les niega. Este número
se suma a 1.600.000 que había emigrado entre 1999-2015.
El contexto en el que se
produce este indetenible fenómeno migratorio, una hiperinflación que aumenta
minuto a minuto, en medio de una aguda escasez de todo, incluidas las vacunas
convencionales, y en medio de un empobrecimiento generalizado de toda la
sociedad, le imprime a este características particulares y convierte la
diáspora venezolana en un asunto prioritario para todo el subcontinente.
A los países de la región
que han sentido el impacto de ese inmenso desplazamiento no les es ajena la
gravedad de la situación que el régimen venezolano está creando a los
venezolanos, y la conciencia de la crisis los lleva a ratificar su disposición
de seguir apoyando el éxodo venezolano. Han hecho estudios pormenorizados de la
diáspora con el objeto de facilitar su integración en el país de acogida. Este
compromiso de los países vecinos hace que resulte más indignante aún la actitud
del régimen venezolano que expresa odio hacia sus ciudadanos, ni siquiera es
capaz de conmoverse frente a la trágica situación del país, de la cual son
absolutos responsables. El profundo encono y resentimiento que alberga el
gobierno lo resume una frase dicha por algunos de sus voceros: “Este país
(Venezuela) me debe mucho”, nadie sabe a cuenta de qué.
Es realmente encomiable la
voluntad y resolución con la que los países vecinos atienden un flujo
migratorio de tan extraordinarias dimensiones. Pese a su determinación se
enfrentan a las dificultades y a sus restricciones económicas, lo que hace
difícil que puedan encarar este fenómeno migratorio de manera aislada. Es un
desafío que no se soluciona con ocurrencias. La gestión de esta complejidad
requiere el concurso de países, y organismos internacionales y además con
relativa urgencia.
En tal sentido, son
oportunas las disposiciones de la conferencia global sobre financiación del
desarrollo que incluye un mandato dirigido a proteger a los refugiados e
inmigrantes con el objeto de disminuir la presión y contribuir a que se
respeten los derechos humanos y las libertades fundamentales, que se evite la
explotación y la discriminación y se permita el acceso a los servicios básicos
fundamentales. La decisión facilita la convocatoria de la ayuda internacional
tanto en los efectos que produce la diáspora como en la necesidad de atacar las
causas y revertir las condiciones que estimulan el éxodo de los venezolanos
allí donde se origina.
Los impactos de la diáspora
en los países de destino son tan diversos como plurales las características de
quienes migran; sin embargo, comparten ciertos rasgos comunes. Los migrantes
son parte de una sociedad absolutamente empobrecida y con muy escasos recursos
para movilizarse. Muchos no han sido vacunados porque Venezuela carece de
vacunas lo que constituye un riesgo epidemiológico para la región.
La diáspora está compuesta
por emprendedores que invierten, crean riqueza y empleo y por personas con
experiencia profesional y formación que contribuye al desarrollo de las
empresas en todos los sectores de la actividad económica. Su capacidad les
permite hacer aportes en los ámbitos de la investigación, la innovación, el
desarrollo tecnológico y la formación de capital humano en los países de
acogida o como empleado o trabajador por cuenta propia. Además, la diáspora
está fraguando una nueva geografía de Venezuela cuyo análisis y explicación
hace que resulte insuficiente el viejo enfoque de nación, y ello repercute en
el ámbito de la política.
Quienes emigran aportan y
adquieren nuevas competencias y habilidades, acceden a nuevas tecnologías y
establecen nuevas relaciones y nuevas redes que serán de mucha utilidad para el
migrante mismo y para los países de acogida y de origen. El masivo éxodo
venezolano, por los efectos que genera, es un gran desafío para los países de
la región que sienten su impacto, crea los problemas de hoy y las soluciones de
mañana.
El hecho de que produce
impactos y al mismo tiempo abre nuevas oportunidades que benefician a todos los
agentes que participan del proceso: migrante y países de acogida y de origen,
requiere otra mirada del fenómeno migratorio. Es necesaria una nueva
perspectiva para diseñar estrategias y políticas públicas dirigidas a atender
los efectos del flujo migratorio que, como hemos dicho, requiere la
participación de países y organismos internacionales (OIT, ONU, CAF, BID,
Cáritas, etc.) y al mismo tiempo considerar las oportunidades que abren los
migrantes, sus organizaciones y redes, su know-how para el beneficio de todos.
En el diseño y ejecución de la estrategia es necesario incluir a otros atores
como: universidades, gremios empresariales, centros de investigación, gobiernos
locales y regionales, ONG, etc.
La nueva geografía
venezolana favorece la integración entre países, estimula la conexión y la
puesta en marcha de proyectos conjuntos, alianzas estratégicas, joint
ventures e impulsa la integración regional. Los migrantes y sus
organizaciones se convierten en conectores de recursos (humanos, tecnológicos,
financieros, comerciales) para contribuir al desarrollo de todos los
involucrados.
Para reconstruir el país
serán necesarios muchas inversiones, muchos proyectos y mucho esfuerzo, pues el
deslave y el retroceso que se ha producido en estos 19 años han sido brutales.
Los daños que la dictadura ha ocasionado son inconmensurables y recuperar el
tiempo perdido demanda la activa participación de los organismos
multilaterales, de nuevas tecnologías, recuperar el tejido social y la calidad
de la interacción humana, la confianza y las libertades.
Lo ha malogrado todo:
individuo, familia, interacción social, infraestructura, instituciones,
economía, servicios, ambiente y que el lector agregue lo que con seguridad
falta. Lo poco que ha podido quedar en pie se lo debemos al muro de contención
que han erigido los defensores de la libertad y la democracia, cada vez más
perseguidos, acorralados y limitados en su accionar.
La recuperación de la
democracia y el inicio del proceso de reconstrucción del país se transforman en
una convocatoria a la inversión privada nacional e internacional, a la
movilización de recursos y proyectos en la región y el mundo. En ese terreno
las redes de la diáspora se suman a las que existen en el país. La agenda de
trabajo es muy amplia: la seguridad social convertida en letra muerta, la
modernización del sistema judicial, la recuperación de la cultura del trabajo y
la mejora en el ámbito de las relaciones laborales, la creación de
infraestructura, la recuperación de la educación y la salud y los servicios
elementales de agua, transporte, electricidad y gas.
Todos estos son temas de
interés para gobiernos, instituciones y empresas del subcontinente y el mundo,
y allí la diáspora tiene reservado un importante papel, que ya está
desempeñando. La honda crisis venezolana, cuando recuperemos la democracia y se
inicie el proceso de reconstrucción, se convertirá en una gran oportunidad para
el desarrollo regional, y la diáspora, en uno de los puentes de oro para
facilitar ese proceso: convierte los problemas de hoy en soluciones de mañana.
19-06-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico