Por Carolina Gómez-Ávila
A la dictadura se le opone,
dicen, el 80% de la población.
Creo que todos reconoceremos
que una parte de ella discrepa del grupo que la comanda pero no tanto de sus
métodos y planes socioeconómicos. Otra parte se resiste a la dictadura en sí
misma, la ejerza quien la ejerza, a fin de recuperar la alternancia; de llegar
a ser Gobierno se presume que adecuarían los planes sociales y políticas
macroeconómicas para permitir que la nación retome la senda del desarrollo. Una
tercera se rebela a todo menos a la dictadura como sistema; digamos que rechaza
al grupo que la comanda tanto como a sus planes socioeconómicos y pretende un
reemplazo. Es decir, está decidida a poner en marcha otra dictadura de signo
contrario pero iguales métodos.
O dicho de otra manera, dos de
esas partes parecen estar más o menos de acuerdo en luchar de manera no
violenta y la tercera luce dispuesta, si con ello accede al poder.
Pero nos engañamos si seguimos
soslayando el hecho de que estar partida en tres no implica que cada una cuente
con equiparable apoyo de la población. Ni que la influencia de cada una sobre
las otras dos sea similar.
Tampoco quiere decir que dispongan de financiamiento
equivalente para maniobrar ni de la misma atención y respeto de la comunidad
internacional. Y mucho menos significa que las tres ejerzan idéntica presión
sobre la dictadura o que sean igualmente temidas o toleradas por esta. Y creo
que esta es la clave para entender el estado de la situación
Algunas voces interesadas
insisten en esta división -y hay quien asegura que lo está en cuatro bloques
sin especificar cuál sería el cuarto- pero omiten el peso específico de cada
uno permitiendo que se evalúen como similares. Así hacen ver más débiles de lo
que en realidad son a unos y mejoran la percepción del que les interesa, como
si todas las oportunidades estuvieran distribuidas equitativamente.
Para afianzar esa idea en la
población, tras el cisma de la Mesa de la Unidad Democrática, algunas
organizaciones de la sociedad civil han intentado suplir antipolíticamente el
liderazgo de los partidos. Está claro que la represión facilitó un escenario
ideal en el que varios grupos se han animado a intentar usurpar el quehacer
político y, en vez de apoyar la rehabilitación de los partidos políticos, han
coqueteado con la idea de suplantarlos. No han tenido éxito, como era de
suponer, porque no hay otro sector de la sociedad llamado a liderar a la
población en esta etapa que ellos.
Pero los partidos políticos
tienen mucho tiempo abandonando su formación ideológica y doctrinaria y tampoco
reaccionaron con legítima agitación cuando los proscribieron con mecanismos
amañados. Y en este punto sí creo que mostraron debilidad, sobre todo porque
dejaron que la situación económica les tomara la delantera y la mayoría piense
que su existencia no es prioritaria para Venezuela, lo que considero una
falsedad.
Si todos coincidimos en que
aquí no habrá cambio económico hasta que haya un cambio político, entonces es
imprescindible que tengamos habilitados a los partidos políticos. Creo que es
hora de que vuelvan a luchar por ello y de que nosotros los apoyemos aunque no
nos parezca que ese es nuestro interés fundamental. No hacerlo es colaborar con
la dictadura al dejarla sin adversarios.
23-06-18
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