Mons. Mario Moronta 23 de junio de 2018
Es
frecuente, en el Antiguo Testamento, que se haga referencia a la elección y
consagración desde el vientre materno por parte de Dios hacia algunos
personajes importantes. Ejemplo claro de ellos lo vemos en los relatos o
referencias a su vocación en los profetas Jeremías e Isaías. Con ello, además
se subraya la fuerza que reciben para cumplir la misión que se les encarga. En
el caso de Isaías, se trata de ser “luz de las naciones, para que la salvación
llegue hasta los últimos rincones de la tierra”. Jeremías es tocado por la
gracia de Dios para convertirse en columna férrea que sostenga al pueblo en su
tribulación; por eso, también está llamado a edificar y plantar.
Los
relatos vocacionales que refieren la consagración de algunos personajes desde
el vientre materno hablan directamente de cómo el Dios de la vida los ha
elegido, pronunciando su nombre; esto es, dándole una personalidad misionera,
lo que significa que han sido destinados para cumplir con una tarea en
beneficio del pueblo de Dios. A la vez, esta designación temprana, nos indica
que para Dios no hay nada imposible, como tampoco hay acepción de personas. El
elige a quien quiere y sin condiciones de ningún tipo. Su verdadera
preocupación es la de demostrar que es un servidor ya marcado desde sus
orígenes humanos.
Esto
se repite en diversos momentos de la historia bíblica. Se puede aplicar lo
mismo en el caso de Juan el Bautista. Engendrado en condiciones nada
favorables, ya que sus padres estaban en edad avanzada, es consagrado en el
vientre de Isabel para una misión peculiar. En el encuentro de Isabel con su
prima María, siente cómo el niño que viene en camino ha sido marcado por la
presencia de Dios. Zacarías, su padre, lo ratificará luego de su nacimiento al
entonar un himno de gratitud y alabanza: “Bendito el Dios de Israel porque ha
visitado a su pueblo”. La gente, luego del nacimiento de Juan, reconocía que la
mano de Dios estaba con él.
El
libro del Apocalipsis, posteriormente, hará una referencia a los que una mujer
vestida de sol engendrará para una misión concreta. Si bien, se le puede dar
una connotación mariana, el símbolo de dicha mujer está orientado a identificar
a la Iglesia, la madre de los nuevos creyentes. Desde su seno, los que nacerán
gracias al bautismo, son dedicados y ungidos por el Espíritu para cumplir con
la misión que todos los discípulos de Jesús han recibido: anunciar el Evangelio
a todas las criaturas, llegando a ser “luz del mundo” y “columna” de apoyo para
toda la humanidad.
Este
mensaje de la Palabra de Dios, iluminado por el episodio del Bautista, nos
permite a todos los cristianos a experimentar la llamada de Dios para ser
santos como Él y dar testimonio suyo en todo tiempo y lugar. Es importante
reconocer que esa experiencia la podemos vivir desde dos perspectivas. Una, más
personal, ya que hemos sido elegidos todos por Dios para ser sus hijos y para
convertirnos en discípulos misioneros de Jesús. Aunque se concretiza en el
bautismo, ya desde el vientre materno el Dios de la vida nos elige. Nos marca
como sucedió con el Bautista, gracias a la acción redentora de Jesús. Por eso,
no sólo hemos de estar agradecidos a Dios, sino tener la conciencia de un
compromiso al cual nos ha invitado.
Pero,
a la vez, no se trata de un hecho aislado en la historia personal de cada uno.
El hecho de ser hijos de la Iglesia, nos recuerda que también hemos sido
bendecidos y consagrados desde su seno maternal. Ello nos hace entender cómo
cada uno de los cristianos bautizados hemos recibido la llamada a hacer
realidad el Reino de Dios, el anuncio del Evangelio y la presencia viva de un
Dios de amor mediante nuestro propio testimonio. Se trata de una experiencia de
vida. No es un mero protocolo que se queda en alguno que otro rito o en las
páginas de un libro de registro… Se trata de una consagración, lo cual conlleva
que hemos sido marcados para poder realizar una misión que forma parte de
nuestra propia identidad y vocación.
La
persona y ejemplo de Juan el Bautista nos recuerda que también cada uno de
nosotros ha sido elegido y marcado desde el vientre materno. Cada uno de
nosotros está llamado a hacer lo mismo que él realizó: anunciar la presencia
salvadora de Jesús y construir los caminos en medio del desierto. Para ello,
además de dar gracias a Dios, sencillamente tenemos que tener una actitud:
plena apertura de corazón y mente, conciencia de que somos elegidos y marcados
por la gracia y, sin duda, total disponibilidad para que Dios actúe hoy, como
siempre, por medio de nosotros.
+Mario
Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
Prensa
CEV
19 de
junio de 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico