Por Arnaldo Esté
Uno trata de ser optimista y
reclamar propuestas. No es fácil. Los abastos, la calle, las noticias muestran
un equipo derrotado. Un país destruido y en cuesta abajo; hay que felicitar a
las bandas del gobierno por su única eficacia: la destructiva.
La migración es inherente a
los seres vivos y sus referencias están en los grandes libros, en el Éxodo en
la Biblia, La Hiyra en el Corán, en los estudios científicos, en la
sociogénesis, la simbiogénesis y los mestizajes que de ellas se generan. Irse
de un espacio a otro en busca de mejoras, o fuga de desastres o tragedias. Es
tema mayor en el Mediterráneo y el Medio Oriente y toma visajes salvajes en el lenguaje
y acciones del peculiar héroe del oeste que hace las funciones de presidente de
Estados Unidos.
La expansión de Occidente y su
industrialismo por todo el mundo llega a Venezuela con cierta tardía rapidez y
provoca un desplazamiento del campo a la ciudad que genera la emergencia de un
valor malvado que llamamos petrofilia, al ser utilizados los beneficios y
símbolos de la explotación petrolera para la compra de conciencias. Un cultivo
de la venalidad y la mendicidad para el logro o incremento del poder político.
Pero nunca alcanzó esa forma
de relación social, esa petrofilia, la dimensión y daños de estos últimos
veinte años, cuando se la vincula a la devoción y mitificación de un caudillo.
Un descaro que se viene abajo cuando la caída de esos recursos impide mantener
ese cultivo.
La caída es terrible al
descubrirnos desprovistos de alternativas éticas y económicas, y objetos de un
régimen que se agarra el poder en acciones, corrupciones y medidas
dictatoriales.
Aquí se ubica lo que llaman y
tenemos que llamar éxodo de venezolanos. Una actitud que tiene más de fuga que
de búsqueda y que, como ocurre con la violencia en las calles, no se puede
olvidar. A todos nos toca y todos nos informan: hijos, hermanos, amigos,
alumnos vecinos nos asedian con esas noticias y testimonios. Y se constituye
como la sensación de que algo muy grande e importante se vacía. El país no solo
se descoyunta sino que se vacía.
Ese tono mayor de huida
descubre el traslado de la incertidumbre interna a los que llegan a otras
tierras. No es fácil cuantificarlo ni conozco estudios rigurosos de este éxodo,
pero me sobran confesiones. No sé cuántos son, pero sé que son millones.
Pareciera predominar la ausencia de proyectos y la inevitable compañía de
necesidades y angustias. Un tono que podría anunciar que no hay desarraigos o
extravío de los propios orígenes, sino prontos retornos de gente enriquecida
tanto por el viaje como por la necesidad de buscar y construir, más que de
esperar que otro resuelva.
23-06-18
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