Por Ignacio Ávalos
I.
El Campeonato Mundial de
Fútbol es esta vez en Rusia, país convertido en el ombligo de la Aldea Balón.
Es la “globalonización” del planeta, estadio infinito que alberga, durante
treinta días, a más de mil millones de personas reunidas en sus
respectivos hogares. El santuario de la religión con más adeptos en estos
tiempos secularizados, prueba de que Dios es redondo, como escribió Juan
Villoro. La sublimación ritual, según se ha dicho, de una “guerra por otros
medios”. Pero, sobre todo, la gran fiesta de los terrícolas, la que más los
convoca, pues conforme lo señaló hace algún tiempo el español Manuel Vicent
“…no hay ningún hecho histórico, espiritual, científico, político ni social que
reciba, ni de lejos, un clamor colectivo tan intenso como el que produce un
gol”.
II.
El Mundial es, entonces, la
Aldea Balón concentrada en Rusia, país anfitrión gracias a un proceso llevado a
cabo por la FIFA, marcado por importantes arreglos comerciales no exentos de
anomalías, con las grandes multinacionales llevando la voz cantante, y que
también ha transcurrido conforme a intereses políticos que hacían recordar las
pugnas que ocurrían en tiempos de la guerra fría. A propósito de lo anterior y
con cuestionamientos del mismo tenor, en días previos a la inauguración del
evento, la FIFA reconfirmó a Qatar como sede del año 2022, un país sin
tradición futbolística, circunstancia que compensa con su riqueza petrolera, lo
cual genera suspicacias y deja la impresión de que la organización que gobierna
al fútbol no cambia y a veces hasta pareciera que Blatter aún continúa al
mando.
III.
El Mundial es la Aldea Balón
resumida en 34 selecciones nacionales, envueltas en la bandera patria, aunque
sean la expresión de distintas culturas y razas y en algunos casos incluso
estén integradas por personas que no nacieron en el país que representan.
Equipos, así pues, en los que es difícil identificar un estilo propio de juego,
prueba de que, como lo venimos sabiendo desde hace rato, la forma en la que
actúan ya no es tanto cuestión de idiosincrasia, como consecuencia de las ideas
que tiene el director técnico respectivo.
IV.
El Mundial es la Aldea Balón
como vitrina de rápidos y profundos cambios tecnológicos, propios de esta
época, puestos en evidencia en estadios ultramodernos que tratan de que el
espectador se sienta como frente a su televisor y en sistemas de vigilancia que
recuerdan al Gran Hermano dibujado por Orwell; en medios de comunicación que, a
su vez, buscan que los televidentes se sientan en su casa como si estuvieran en
el estadio; en la puesta en práctica de un arbitraje digital, cuyo eje es el
famoso VAR, asomo de la posibilidad de que sean robots quienes próximamente
pongan orden en el terreno de juego; en camisetas que esconden dispositivos que
monitorean en tiempo real la condición física del atleta; en estrategias de
juego que se manejan a partir de Big Data; en sistemas de alimentación que no
dejan ningún ingrediente al azar; en recursos médicos que realizan milagros en
la cura de las lesiones y, como estos, en otros aspectos que denotan la
presencia de una red de empresas y laboratorios, encargados de generar
dispositivos orientados a mejorar el rendimiento de los futbolistas, por vías
santas y no tanto.
En este sentido se sabe, por
ejemplo, que, al igual que el Comité Olímpico Internacional, la FIFA ha
reforzado los controles antidopaje ante el temor de que pudieran presentarse
violaciones al “fair play” mediante la alteración, en los futbolistas, de su
información genética y el uso de células normales o modificadas genéticamente,
algo que ya ha sido expresamente prohibido por las autoridades deportivas. Así
las cosas, desde los estudiosos del tema ya hay quienes predicen, no sin buenos
argumentos, la posibilidad de un deporte “poshumano”.
V.
El Mundial es la Aldea Balón
disfrutando de una efímera interrupción en la que los terrícolas se
permiten creer que la vida no es sino un balón deslizándose sobre la alfombra
verde y que todo lo demás sale sobrando. Un pequeño paréntesis que al finalizar
les dejará un enorme vacío junto con la certeza de que la vida no discurre en
la cancha, sino fuera de ella. Así, el lunes después del domingo en el que se celebre
la final del campeonato, ni la pantalla del televisor ni las redes sociales les
hablarán más del Mundial de Rusia. En su lugar les estarán informando de lo que
estuvo haciendo la realidad mientras se distraían discutiendo un “orsai”
o tratando de entender qué pasaba con los equipos favoritos.
20-06-18
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