Trino Márquez 28 de junio de 2018
La
destrucción de Pdvsa -acelerada por la
actual administración y ampliamente documentada por los especialistas
petroleros, los informes de las agencias especializadas, los reportes de la
OPEP y de la Agencia Internacional de Energía- constituye el mayor problema
económico del país. Se entiende que allí resida el epicentro de la crisis financiera
porque el crudo representa la fuente casi exclusiva de divisas que recibe
Venezuela, y es en torno del petróleo que se levantan las ventajas comparativas
y competitivas más atractivas de la nación. El petróleo constituye la palanca
más robusta para impulsar en gran escala la recuperación económica y el
desarrollo nacional. Alrededor de la redención de los pozos cerrados, de los
taladros paralizados, de las refinerías semidestruidas y de las nuevas exploraciones, podría ejecutarse un amplio plan de inversión
que encadene a distintos sectores del aparato industrial. Sin el relanzamiento
del conjunto de la industria será imposible, en el futuro cercano, pensar en
una economía sana y en expansión.
Esta
afirmación no significa que en el largo plazo Venezuela deba seguir dependiendo
de los ingresos petroleros y que continúe desenvolviéndose dentro del esquema
rentista, dominante desde el segundo decenio del siglo XX, cuando la industria
petrolera pasa a convertirse en la fuente fundamental de ingresos fiscales. La
Venezuela del porvenir tendrá que superar la dependencia del crudo,
diversificando su economía y haciéndola
más competitiva en un amplio conjunto de sectores. Esta variedad resultará
inevitable porque el mundo se mueve hacia formas de energía distintas a la
generada por los hidrocarburos. Los especialistas señalan que hacia finales del
siglo XXI las fuentes alternativas –como la eólica, la solar y la
eléctrica- habrán sustituido en gran
medida al combustible proporcionado por el petróleo.
Sin
embargo, en el inmediato futuro para sacar la economía del hueco tan profundo
donde el régimen la hundió, será necesario apalancarse en el petróleo como la
pieza central de la recuperación. A partir de este núcleo será posible levantar
la plataforma que vuelva a convertir a Venezuela en un país atractivo para las
inversiones masivas. La estabilidad, seguridad y confianza, factores
indispensables para tener una economía sana, presuponen transmitir una imagen
de solidez que solo la industria petrolera puede proyectar, pues a pesar del
desastre desatado por el gobierno, la industria posee tantos activos y sigue
siendo tan atrayente para los capitales internacionales, que bastaría un cambio
significativo en la conducción del gobierno nacional, para que el negocio se dinamice
y el país obtenga los beneficios que podrían
derivarse de sus gigantescas reservas.
Las
ventajas que posee la industria del crudo no las exhiben ni la agricultura, ni
el turismo, ni la industria manufacturera, ni
ninguno de los servicios que eventualmente podría proporcionar el país.
La ruina provocada el gobierno en todos estos ámbitos es de tal magnitud, que
deberán pasar varios años antes de que un agresivo plan de reconstrucción dé
resultados en la escala requerida para paliar la grave situación en la que se
encuentran la inversión y el empleo en cada uno de esos campos. Los informes de
Fedecamaras, Conindustria, Fedeagro y
Consecomercio constituyen verdaderos partes de guerra. En cada uno de ellos se
mencionan las miles de empresas que han bajado la santamaría, los
comercios que han cerrado, las haciendas
que ya no producen, los empleos que se han perdido. El cuadro que se pinta
resulta desolador.
Esa
nación devastada por la desidia y la estulticia de unos gobernantes aferrados
al modelo estatista, tendrá que colocar en Pdvsa, o en la empresa que la
sustituya, el eje de la recuperación económica nacional. Mientras más rápido
ocurra el cambio, tanto mejor.
Trino
Márquez
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