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jueves, 21 de junio de 2018

Luisa Pernalete: Hay mucha dignidad detrás de un niño que va a una escuela por @caracasapie



Por Cheo Carvajal


Ésta es una entrevista no tanto sobre Caracas, sino sobre la necesidad de encarar la transformación de nuestra realidad desde una pedagogía de la participación, desde un modelaje de paz, de tolerancia. Caracas necesita toneladas de eso y Luisa Pernalete tiene mucho de qué hablar al respecto. Es educadora y activista, de Barquisimeto, pero le ha tocado vivir allí donde la ha requerido la institución con la que ha trabajado buena parte de su vida: Fe y Alegría. Maracaibo, Ciudad Guayana y Caracas la han acogido. En esta ciudad ha estado desde el 2013, aunque este último año ha tenido un pie acá y otro en su Barquisimeto natal.

Coordina a tiempo completo el programa “Madres Promotoras de Paz”, que comenzó cuando vivía en Ciudad Guayana, en el 2009, ahora activo en 21 ciudades venezolanas. Ella un día dijo: “Me quiero dedicar a la paz”. Y en eso anda.

—¿Dé dónde sale este programa?

—Está dentro de la línea de “Paz y Ciudadanía”, del Centro de Formación e Investigación de Fe y Alegría, al cual estoy adscrita. Tiene sede en Maracaibo, pero actúa en el ámbito nacional. Somos apenas dos personas, pero convocamos, hablamos, investigamos, diseñamos, animamos, formamos, publicamos. Fe y Alegría es muy grande, pero esta línea no es sólo para nosotros. Si me llama una comunidad y puedo estar físicamente, yo voy. Si no, envío a alguien, igual aquí está todo digitalizado.

El fenómeno de la violencia es muy complejo. A las comadres –como nos decimos las madres promotoras– nos quita la paz no tener qué darles de comer a los niños. Entonces tenemos que meterle también al emprendimiento.

—Todo está mezclado.

—Todo tiene que ver y, además, es ciudadanía. ¿Cómo te deslindas del tema de los derechos humanos? ¿Cómo no le explicas a la mamá que ella tiene derecho a vivir en paz? ¿Cómo no explicarle a la adolescente que tiene derecho a ser protegida? Se trata de construir alianzas, completarnos, conseguir más recursos. ¿Qué zona del país no está atrapada ahora con la violencia? Los llanos y Los Andes un poco menos, pero la violencia estructural está en todas partes. Pero si no nos animamos dentro de la desolación, no avanzamos.

Una gente que vino de Canadá hizo un documental, yo traje algunas de las mamás de los primeros grupos, que todavía se mantienen. Ahí hay un resumen de la historia de las madres promotoras de paz. A nosotros nos mataron a un chamo en el 2005, después nos secuestraron a una muchachita. Después murieron seis en un solo semestre. Fue terrible, entonces yo dije a la oficina nacional que estaba cansada de la dirección zonal, que quería entrar en este tema a tiempo completo.


—Entrar en esa zona de conflicto.

—Me dijeron que querían formar una línea de “Ciudadanía y Convivencia”. 

Entonces empiezo a estudiar, me fui a Guatemala a hacer un curso de crecimiento personal, con mujeres de zonas vulnerables de El Salvador y Guatemala, donde a las únicas que no maltrataban éramos yo y otra que venía de Estados Unidos. Todas las demás eran mujeres que habían pasado guerra, torturas, cosas terribles. Estuve un mes ahí. Yo pensé que las mamás no se podían ir sin nada, al menos unas hojitas. Entonces salió un libro (Conversaciones sobre la violencia y la paz, una invitación a la convivencia pacífica). Y ahora es un programa nacional.

Los primeros grupos salieron en Guayana. Después Petare, Aragua, Carabobo. Ahora estamos en 21 ciudades, también en nuestros institutos universitarios. Estamos como en 40 centros y localidades. La idea era poner Madres Promotoras de Paz en todas las escuelas. No es sólo para Fe y Alegría. Hay grupos que se mantienen, otros que crecen, otros que han podido desarticular su propia violencia interior y decir: “Yo no quiero seguir viviendo así, quiero mejorar mi convivencia con mis hijos, con mi pareja, con mi familia”. El siguiente paso es: coopero con la escuela. Y el tercer nivel: tengo derecho a vivir en paz. Se vuelven grupos militantes.

—Tú eres de Barquisimeto, pero has trabajado por todo el país, incluyendo Caracas en los últimos años. En Catia, en Petare. ¿Cómo se mira Caracas desde las otras ciudades, cómo percibes la capital?

—En comparación con Guayana, con todos su problemas, y con Barquisimeto que la sigo amando, Caracas me resulta una ciudad hostil, cada vez más agresiva. Eso de que es la ciudad más violenta de toda la bolita del mundo –como dicen los maracuchos– uno lo nota. Mi carro está en Barquisimeto, así que aquí ando como en un triatlón. Antes agarraba metro, pero tengo cuatro meses que no lo agarro, se ha vuelto demasiado pesado, sobre todo desde que lo pusieron gratis. Ahora ando en autobús, camino, me dan una cola.

Es una ciudad muy hostil y necesitas mucha fuerza interior para no entrar en ese espiral. El otro día me regañó un chófer en un autobús. Yo fui a pagar y me dijo: “¡Se paga a la salida!”. Le dije “pero no me regañe”, en un tono muy suave. “Ponga un avisito, yo sé leer y yo voy a pagar a la salida, pero hay rutas en las que uno paga al entrar, entonces no me regañe.” Yo veía a los pasajeros que asentían y el señor no se atrevió a regañarme más. Pero hay que tener mucho control y fuerza interior.

—Para no responder con la misma hostilidad.

—Si entro en el juego, te regaño yo también, terminamos halándonos los pelos. Si yo saludo, hablo suavemente, sin regañar a nadie, es otra cosa. Pero eso sí: “Por favor, no se coleé porque yo estoy primero que usted, señora”. Si la señora me mira y dice: “Yo estaba primero”, yo respondo: “Si usted quiere el puesto, yo se lo puedo dar, pero pidámelo”. Yo lo hago conscientemente, es un hábito.

—Cuando juegas a bajar el tono, ¿cómo es la respuesta?

—Por lo general funciona. Una que otra vez te tropiezan, y uno dice: “¿Me puede pedir perdón porque me tropezó?, casi me caigo”. Hasta el año pasado cuando andaba en metro, me daban el puesto, pero ahora la gente está demasiado cargada. Veo mucho adulto maltratando niños y eso me golpea tremendamente, cualquier día de éstos me van a dar a mí un trancazo. Aunque también encuentro gente amable.

—¿Es distinto en las otras ciudades?

—Está proliferando. El otro día iba en autobús, de La Bandera a Barquisimeto, y oigo a una mamá atrás, no sólo le gritó a la hija pequeña, sino que le pegó. Y me paré y le dije: “¿Por qué le pega, usted le pidió permiso a ella para nacer? No le pegue”. La respuesta fue: “¡Ah, señora metiche!”, yo le respondí: “Yo me meto porque tengo el deber de hacer que respete a esa niña”. Me dijo “metía”, pero no se atrevió a pegarle más. Ésa es una actitud que está proliferando en Caracas, claro, el maltrato es muy grande porque no hay autobús, al metro no se puede entrar…

—Mucho malestar por todas partes.

—Se va sumando. En el interior hay más problemas de servicios públicos, aunque ahora aquí también nos está afectando el racionamiento del agua, pero no hay apagones. En Maracaibo las señoras tienen hasta ocho horas sin luz. Tengo comadres en esas zonas y es un drama terrible. Caracas tiene muchas oportunidades, pero también mucha inseguridad. Uno antes salía más, ahora se van cerrando los espacios. Un trabajo que hay que hacer en los sectores populares es el rescate de los espacios públicos para la gente.

—Has trabajado en Catia y en Petare, ¿qué aprendizajes significativos, propios del lugar, has obtenido?

—Aquí hay muchas iniciativas y ayudas también. El interior está más desfavorecido en ayudas. Aquí hay muchas fundaciones, muchas opciones. Si una persona tiene un evento violento, yo les doy lo que llaman “primeros auxilios psicológicos”, que nos han enseñado los médicos sin fronteras, porque no soy terapeuta ni psicólogo. En Caracas tengo donde remitirla, en el interior cuesta más. En todo Oriente y Guayana no hay una escuela de psicología, por eso casi no consigues psicólogos. En Caracas están Psicólogos sin Fronteras, Médicos sin Fronteras, hay opciones. En Barquisimeto también.

En relación con ese ámbito de lo popular, sigo encontrando muchísima solidaridad en todas partes. Estoy es pensando en una experiencia que conozco de Petare, y uno se sorprende. A mí Petare no me amedrenta. Normalmente llego en metro y de ahí camino hasta una de nuestras escuelas. Voy y vengo a pie. Hay gente que dice que eso le da miedo, aunque después de las cinco y media prefiero quedarme en el barrio. Pero eso es aquí en Petare, en Barquisimeto, en cualquier parte. Caracas, por supuesto, tiene sus bemoles, uno conoce las estadísticas. Caracas está entre las ciudades más violentas del mundo. El municipio Libertador tiene más muertos, pero Petare tiene peor fama. Uno tiene que tener cuidado, pero la gente cree que en los barrios se lo comen a uno en cada esquina. A mí me han atracado, pero no en Petare, me atracaron en Chacaíto.

—¿Es la solidaridad un valor real en este momento?

—Yo encuentro muchísima gente solidaria en esos lugares. Los grupos que están creciendo de las “Madres Promotoras de Paz” son de La Silsa. Y las mismas madres se apoyan unas con otras, porque no tenemos tantos facilitadores. La que facilitó aquí va luego para allá. Esa solidaridad la encuentro, aún con las dificultades que uno tiene. En las reuniones la gente no tiene para el pasaje o no hay bus, pero igual la gente se viene a pie. Es impresionante. Flexibilizamos el horario, pero la gente llega porque está interesada en el asunto. Ésa es una Caracas menos conocida.

—Menos conocida por un sector de la sociedad, pero muy conocida por quienes habitan en esos lugares.

—Exactamente. Está el discurso de que “los venezolanos somos flojos”. Hay flojos, claro, y este régimen ha fomentado eso. Pero, cuando hay un paro de metro, todo el mundo busca llegar a sus trabajos como sea. A las cinco de la mañana ves gente en la calle. Yo valoro eso.

—La acción pedagógica de Fe y Alegría está metida básicamente en sectores populares porque hay muchas necesidades, muchas carencias. Ahora, ¿se ha pensado en que esa visión tiene que tocar de alguna manera otros espacios sociales?

—Así como lo estás diciendo, no, porque tenemos demasiado trabajo con las 74 escuelas en sectores populares, pero son como 200 comunidades, donde hay otros centros. Nosotros tenemos claro que no podemos circunscribirnos sólo a nuestras escuelas, que son muchas, aunque pocas en comparación con las que tiene el gobierno. Son más de 200 mil beneficiarios, no solamente en nuestras escuelas formales sino en institutos universitarios, centros de capacitación. Tenemos 21 emisoras de radio, abiertas a quien quiera participar.

Desde hace unos cuantos años tenemos alianzas que permiten que otras personas que no sean del propio cuerpo tengan programas, siempre que estén dentro del marco de nuestra filosofía. Nuestras publicaciones son una forma de extendernos hacia otros que no son maestros de Fe y Alegría. En estos últimos años le hemos estado dando importancia a la incidencia pública, porque este país se ha empobrecido.

—De muchas maneras y por todos lados.

—Nuestro fundador (José María Vélaz), que era un hombre muy visionario, palabras más, palabras menos, decía: “Juntemos unos con otros”. Somos espacios de encuentro para mucha gente.

Un programa que estoy sistematizando en Barquisimeto es “Madiba”, por Mandela. Una alianza con la Fundación “Flores de la Esperanza”, que la dirige Jesús Pernalete, un artista plástico, que tiene dos proyectos en una escuela nuestra. Uno para formar líderes de niñas con alta potencialidad. Y, después de trece años, los varones dijeron “¿y nosotros qué?” Son de un barrio muy vulnerable del oeste. Entonces Jesús dijo: “Búsquenme a los muchachos de conducta difícil”. Y llegaron entre 40 y 50. Y formó un grupo de rugby, que muchos creen que es igual de violento que el fútbol americano. No en vano Mandela se juntó con los de rugby de Sudáfrica.

Los entrenadores de Madiba, que es como se llama el proyecto, son del este de Barquisimeto, que es como el este de Caracas. Sólo uno de ellos es entrenador profesional. Son profesionales, con sensibilidad social, que juegan rugby y los sábados se lo dedican a ese barrio. Han estudiado en universidades donde practican rugby y ellos lo enseñan ahí. Yo he ido un par de sábados y he quedado impresionada por el cariño que se tienen. Los ves y dices: “Es obvio que no son del barrio”.

—Un ejercicio de integración.

—Hay toda una organización con las esposas de ellos y con otra gente que busca alimento para que los niños, una vez que pasan toda la mañana entrenando, tengan un desayuno. Igual que para las niñas. Los dos proyectos funcionan los sábados. Va gente del barrio y de otras partes de la ciudad. Las “Flores de la Esperanza” reciben clases de pintura. Yo digo que ésa es la verdadera despolarización. No es la clase media que se impone diciendo “aquí vengo yo”. Ellos me cuentan lo que han aprendido allí también. Yo estoy sistematizando esa experiencia. Es una cosa impresionante, y hago énfasis por lo que han conseguido con esos chamos apenas este año escolar. Tú ves a los niños, que eran de mala conducta, disciplinados por el rugby, gracias a otra gente que no forma parte de la cultura del barrio.

—¿Efecto del rugby o también del encuentro y convivencia con otros diferentes?

—¡Claro! Ahí nos estamos convirtiendo todos. Lo que viene y lo que va. El Banco Venezolano de Crédito tiene una alianza con Fe y Alegría y el Centro Gumilla para el crecimiento personal de todos sus empleados, desde el portero hasta los de más alto rango. Yo a veces soy conferencista en ese programa. Y es increíble, en la segunda etapa del proyecto los empleados van a nuestras escuelas a hacer trabajos en común. Va el que quiere. Es para recuperar espacios y lo que cada quien sabe hacer lo enseña. Tú ves en los testimonios cómo se sienten retribuidos. El ambiente de ese banco es un ambiente distinto. La responsabilidad social no es solamente dar dinero, sino también propiciar el encuentro.

—Formalizar la zona de contacto.

—Yo tengo 44 años en esto, y puedo decirlo con propiedad: en los barrios no nos comemos a la gente. Pero tampoco la gente del este son todos unos apátridas malucos. Ésa es la verdadera despolarización, cuando te encuentras con el otro y dices: “No es como me lo habían pintado”. Te encuentras que podemos hacer cosas juntos.

—¿Qué significa o que implica educar para la paz en una ciudad como Caracas, tan desigual y violenta? De alguna manera con lo dicho ya me respondiste: establecer puntos de contacto.

—Educar para la paz tiene que ver con la resolución pacífica de conflictos, porque conflictos siempre habrá. La cosa es cómo los resuelvo yo y cómo los resuelves tú. A ese señor que me agredió en el autobús yo he podido devolverle un insulto, pero lo resolví distinto. Tiene que ver con la promoción de la cultura de paz. Tiene que ver con reconocer al otro. Ese chófer también está cansado, entonces no lo penalizo, sino que lo miro distinto, pero sin dejar de defender mi derecho a ser bien tratada. El reconocimiento del otro es muy importante, pero no solamente tolerarlo, sino valorarlo.

Yo soy de la “Asociación de la Alabanza Mutua”, un invento de un amigo jesuita del Zulia. ¿Qué es la A.A.M.? Nosotros cultivamos la crítica y la autocrítica, la alabanza y la autoalabanza, que es muy diferente de la adulancia. “¿Cheo? Cheo es un tronco de periodista, muy preocupado, sensible”. Y entonces tú también hablas bien de mí, y entonces crece nuestro ranking.

—Por eso te estoy entrevistando.

—Es importantísimo comenzar a valorar al otro. “¿La maestra Jazmín? Esa maestra es buenísima gente, yo la conozco”. Aprendes a mirar al otro de manera diferente. Eso se aprende. Yo lo he aprendido más por la práctica que por la teoría. ¿Cómo lo aprendí yo? Las mamás de los primeros grupos todo el tiempo me decían: “Dios te bendiga, qué buena eres”. Y me fui contagiando de ese discurso, de valorar cualquier mínimo gesto. “¡Qué bueno ese caramelo que me diste!” No solamente sé que existes, tengo que oírte. Eso uno se lo enseña a las mamás y a las maestras para que valoren a sus hijos, pero también a todos los demás. Tú vas encontrando en todas partes gente buena. Eso también lo decía Nelson Mandela. Pero hay que descubrirlos y conectarlos.

—Aquí, durante mucho tiempo, se estimuló lo contrario.

—Para convivir en paz se necesita pensamiento causal, todo tiene su porqué, no se puede penalizar a priori. Eso no quiere decir justificar todo, sino procurar entender. Está el pensamiento consecuencial: todo lo que haces tiene consecuencias, buenas o malas. Eso uno se lo enseña a los niños, a los adolescentes y a las mamás. Si usted le grita a su hijo, ¿en qué va a terminar el hijo? En que también le va a gritar. Y el pensamiento en perspectiva: ¿por qué Cheo está tan bravo hoy? Me pongo en tu puesto. No solamente para entenderte, sino también para saber qué estás sintiendo

Lo bueno de todo esto es que el comportamiento violento es aprendido. No todos los autores coinciden con eso, pero lo sé por experiencia propia. Yo he aprendido que la conducta violenta es aprendida. Pero lo que se aprende, se desaprende.

—Afortunadamente se puede desaprender.

—Nosotros hemos constatado con este programa que hay mamás que se dan cuenta: “Estoy haciendo esto mal; claro, es que yo también aprendí eso, pero no tengo por qué seguir”. Y comienzan a hacer las cosas de otra manera. Cambian con sus hijos y sus hijos cambian en la escuela. Son procesos bien pensados, sistemáticos, que te dicen que es mejor vivir en paz. Todo eso tiene que ver con educar para la paz. ¿Cuál es el mejor lugar para educar para la paz?, la calle. Yo estoy escribiendo un texto de la calle como lugar de encuentro, porque ahí estamos todos, el apurado, el viejito, el niñito.

—La diversidad de la ciudad.

—Todo el mundo, y se necesitan normas. Educar para la paz también tiene que ver con respetar las normas.

—Me ha tocado trabajar en escuelas que parecen cárceles. Espacios punitivos en sí mismos. Reproducen violencia o la idea del castigo, y la actitud de las maestras a veces refuerzan eso. Me dices que la calle es el mejor espacio para educar para la paz, pero la escuela ha sido separada del espacio social, en una especie de burbuja.

—¿Es posible una escuela en paz en entornos violentos? Hace dos años sistematicé las buenas prácticas de tres escuelas nuestras, una en Margarita, una en Cagua y una en San Félix, entornos muy violentos los tres, pero los tres habían logrado y lo han mantenido, bajar sus niveles de violencia escolar y mejorar notablemente su ambiente. Tú entras y hay orden y concierto. Las mamás no pueden entrar como les dé la gana, ni a cualquier hora. Los maestros pueden dejar su cartera en el escritorio. Pero he visto escuelas que tienen todos los vidrios rotos, donde las maestras tienen que andar con la cartera apretada con el brazo.

Las normas son necesarias. Pero pocas, conocidas y con sentido. No poner 148 normas. Tiene que ser posible que las recuerdes. Por ejemplo: a la gente se le nombra por su nombre y no por sobrenombre. Ésas son las normas en las que suelo insistir. Cheo no es un sobrenombre humillante, pero si tú me llamas “palo de escoba”, sí lo es. Necesitas las normas, pero también cómo resolver los conflictos en la escuela. Necesitas prevenir.

Fe y Alegría está trabajando en un protocolo para la prevención y el abordaje de la violencia sexual que se hizo el año pasado y que no hemos podido implementar en todas las escuelas. Hay que afrontar los problemas, dentro de la escuela y en el entorno, no podemos seguir corriendo la arruga, mirar para otro lado. No podemos hacer como si la escuela estuviese en Marte, está aquí. ¿Hubo tres muertos este año en San Agustín? Tenemos que hablar de eso. ¿A quiénes mataron? ¿Quiénes los mataron? ¿Por qué los mataron? ¿Ustedes comieron el fin de semana?

—Desnormalizar la violencia.

—Una psicóloga de Sin Fronteras dice: “Que sea recurrente no significa que sea normal”. La violencia no tiene por qué ser normal. Hay otros países que no viven como nosotros. Canadá tiene dos homicidios por cada 100.000 habitantes. Bueno, no nos comparemos con Canadá, comparémonos con Costa Rica, que tiene 11 o 12 de tasa. Nosotros sabemos, conservando lo que dijo Luisa Ortega Díaz antes de irse, que en Venezuela ese índice va como por 60 por cada 100 mil habitantes.


—Lamentablemente por encima.

—Pasamos a Honduras, pasamos a El Salvador. ¿Eso es normal? ¡No! Hay escuelas de Fe y Alegría que no están pasando hambre como nosotros. Es importante compararnos para que veamos que no todo el mundo vive como nosotros.

—Esa idea de la corresponsabilidad de los adultos sobre los niños luce implícita en la idea de “las comadres”. Pensar la autonomía del niño en la calle es fundamental para el desarrollo ciudadano y de la ciudad. Que un niño pueda ir solo a la escuela es un buen indicador, pero para eso los adultos deben estar atentos a lo que ellos hacen y a los riesgos que corren.

—Las leyes nuestras dicen que los derechos de los niños y adolescentes son progresivos y que somos tres los responsables: la familia, la sociedad y el Estado, que es quien maneja los dineros públicos y quien tiene que hacer cumplir la ley. Como dice una señora de San Félix: “A mí me toca ser mejor madre y a ti mejor maestra. Pero perseguir a los violentos en la comunidad le toca al Estado, no me puede tocar a mí.”

¿Quién es la comadre? Esa vecina tuya, alguien cercano en quien confiar. Un apoyo mutuo. Al final de un curso en Puerto Ordaz, estábamos viendo el cierre del grupo de cinco escuelas y una señora me dijo: “Sólo el hecho de tener ahora unas vecinas con las cuales puedo hablar, ya para mí es mucho”.

—Sabe que es una ganancia para la convivencia.

—¡Claro! Soy corresponsable. Mi hijo es tu ahijado. También las señoras de los grupos se hacen responsables del vecino aunque no sepan quién es. Se van convirtiendo en protectoras, en el buen sentido. Pero también pueden llamar la atención: “¡Epa, usted no haga eso!”. Como me decía una señora en Puerto Ordaz. “en mi casa no se bebe, no hay drogas, no hay armas, pero en mi cuadra hay todo eso”. La gente no se puede conformar con que todo está bien en su casa. Usted tiene que hacer algo más. La violencia rompe con el tejido social.

Necesitamos, por protección, tener gente cercana, así sean las mamás a las que les gustan las novelas mexicanas. Si es así, pues haga su grupo de novelas mexicanas, pero que tenga un grupo. En una escuela de Valencia donde hicimos un curso el año pasado, una maestra me dijo: “Nosotros proponemos para la siguiente cohorte que cada quien traiga una persona de su cuadra”. Normalmente dicen que van a traer una persona del grado. Mira que inteligente: una persona de la cuadra. ¿Por qué? Puede ser que en mi cuadra no haya nadie del colegio. Si yo tengo una vecina en la manzana, ya somos dos. Y hay algunas facilitadoras que han empezado a hacer grupo con su vecindad. No tiene nada que ver con la escuela, sino con ver cómo nos llevamos, y no es un curso para dar lecciones, sino para reflexionar.

—¿Ha incidido ese ejercicio de articularse en reducir la violencia en algunos lugares?

—En Guayana una líder de la comunidad, que ya lo era cuando la conocí, me dijo: “El curso me dio otros horizontes”. Ese grupo tiene como proyecto que los que perseveran tengan planes vacacionales. Empezaron por 100, los ayuda la parroquia católica, su grupo se reúne dos lunes al mes, y ha recuperado adolescentes en riesgo, que ahora son recreadores de los nuevos grupos. Uno de eso muchachos decía: “Yo estaba mal, a mí me habían matado a un hermano y yo dije, bueno entonces yo también ahora hago lo mismo”. Pero lo invitaron al plan y ahora es recreador. Ésa es una mujer extraordinaria.

Hay otro grupo de mujeres, no de colegio sino de parroquia, que dan charlas en escuelas públicas de su parroquia. No son de Fe y Alegría, pero no importa. Ellas van pregonando: “No tengo por qué estarle pegando a mi hijo, eso no sirve”. Hemos ido probando que cuando desarticulas el primer anillo de violencia, que es en la casa, los niños también cambian en la escuela. ¿Qué aspiramos? Ahora somos Madres Promotoras de Paz, una M y dos P, y soñamos con un Movimiento de Maestros, Madres y Padres Promotores de Paz, tres M y tres P. Virtuoso me decía: “Voy a trabajar por sub zonas, en vez de cinco escuelas regadas, tener cinco escuelas del mismo sector”. Eso es una gran idea.

—Claro, concentrar y territorializar el esfuerzo.

—Porque pueden estar cerca, hacer planes comunes e incidir en la violencia de la comunidad. Estamos ayudando a bajar la violencia de la familia y de la escuela, Y estas mujeres hacen otras cosas, ahora que renuncian tantos maestros. Una maestra de Catia me dijo: “No podemos dejar a los muchachos solos; si no hay portero, uno tiene que ayudar.” Son maestras y mamás. Ésta es una de Cagua, del personal de apoyo o “de ambiente”. Ella está pendiente de cualquier variación; el año pasado reportó que un niño estaba cambiando de conducta, porque se le había muerto su mamá y quedó con la tía. Ella investigó, porque vive en la comunidad. Resulta que la tía lo maltrataba. Rápidamente lo reportó y hablaron con la tía, quien dijo: “Me quedé con él porque mi hermana se murió, pero, honestamente, yo no lo puedo tener”. Con los contactos que la misma escuela le dio, y con instrucciones que uno da, ella logró que una entidad de atención lo tuviera durante el período escolar. ¿Quién lo detectó? Esta señora  que se responsabiliza, que entiende que no es solamente limpiar, que ella tiene que estar pendiente de cualquier cosa que pasa dentro y fuera de la escuela, eso ayuda a la mamá, a la maestra, a la vecina. Vamos como en una onda expansiva. En la medida que este movimiento crezca, podremos tener mayor incidencia. Si, en vez de cuatro, son diez escuelas. Si no son cinco mamás por escuela, sino que son mamás que se juntan más allá de la escuela y hacen pronunciamientos. Por ejemplo, se corre el rumor que el año escolar va a terminar antes, entonces hay unas mamás que están recogiendo firmas para que no sea así.

—Menos escuela es menos incidencia.

—Un año tan entorpecido, con tres elecciones, y cada elección representa una semana de pérdida. ¿Por qué terminar antes? Al revés, deberíamos tener clase todo el mes de julio y ojalá agosto también. ¿Entiendes? Son unas mamás que están pensando más allá, eso es incidencia pública. Ellas dicen: “Yo puedo hablar con mi vecina, aunque no sea de Fe y Alegría, si tiene tres hijos no querrá que se termine antes”. Esa apertura de horizonte lo da la reflexión y la reunión, lo da estar pendientes, estar animados.

¿Lograremos de verdad un movimiento que pacifique? A mí lo que me toca, por ahora, es esto, y crece en la medida en que uno va pensando más allá. Por ejemplo, tenemos un grupo en Facebook, pero le propuse a mi asistente crear una cuenta en Twitter solo para Madres Promotoras de Paz. Pero no hay quien lo alimente. ¿Por qué? Porque necesitamos llegar a más mujeres. Queremos hacer unos micros para radio, porque tenemos 21 emisoras. Podemos empezar en Barquisimeto, Guayana, Caracas, y esos micros pueden servir a otras emisoras nuestras.

—Fe y Alegría es una gran red. Son formas de ir transformando la realidad desde lo pequeño, e ir creciendo para transformar las ciudades, la sociedad. Vivimos en un país donde más del 90% de la población vive en zonas urbanas, y eso requiere una acción pedagógica clara y sostenida en el tiempo. ¿Estamos formando docentes para esa mirada y esa acción transformadora de la realidad?

—Yo que estoy en esta área de “Ciudadanía y Convivencia”, puedo decir que no podemos conformarnos con una charla en la que damos algunas indicaciones. Necesitamos que las escuelas tengan claro el manejo de herramientas para la convivencia pacífica, y eso no existe en los pensa de estudios. Ahí también tiene que haber transformaciones. Hay que detectar y saber manejar que un niño en primer grado amenace a una niña con violarla en el baño. Eso indica que algo anda muy mal en su entorno, porque eso no es normal.

Las escuelas tienen que transformarse también, porque este país no es un país violento: es un país muy violento. Eso tiene que meterse en el pensum. En Finlandia, por ejemplo, las escuelas son pequeñas y la familia forma parte del proyecto educativo. También para Fe y Alegría. Lo que pasa es que ahora es más complicado, porque también nos dedicamos a darle de comer al que no tiene. No podemos seguir haciendo las cosas igual que antes, porque este país no es el mismo. Vivimos en un país que está como en guerra. Yo he estado leyendo sobre educación en emergencia.

—Es lo que toca, ¿no?

—Si quitas el preámbulo, que explica que la emergencia es producida por tsunamis, sequías, conflictos bélicos, y te adentras en las consecuencias que estos eventos producen, entonces uno dice: “Dios mío, las tenemos todas”. ¿Qué pierden los niños en situación de emergencia? Pierden familiares, pierden su casa, pierden clases. ¿Cuántas veces hemos suspendido clases por tiroteo, en San Agustín, en La Vega, en el interior? Pierden su rutina. Y ahí me detengo: nuestros niños han perdido su rutina. Un día van a clase, otro día no van porque no tienen efectivo o porque no tienen detergente para lavar el uniforme.

—No hay rutina y en muchos casos parece que tampoco ruta.

—No hay útiles. Yo tengo el índice de “Lápiz Today”, que costaba hace más de un mes entre 30.000 y 170.000. Vamos a tener niños que no van a saber lo que son los colores porque no se pueden comprar una caja de creyones. Eso es perder la rutina. No comen y van a clase un día sí y dos días no. Un niño necesita rutina, por su seguridad, para que tenga hábitos. Nosotros tenemos que aprender a trabajar en unas escuelas en donde hoy faltó la maestra y mañana se fue, donde la directora tiene que ver qué hace porque el mes pasado le renunciaron cinco maestras.

—Es importantísimo poner la atención en lo que mencionaste antes: puede ser recurrente, pero no normal. Tenemos esa extraña capacidad de adaptarnos a lo que sea y normalizamos lo anormal.

—Hay un grado de adaptación que no te queda más remedio. Si no puedes comer arepas, entonces comes batata, porque tienes que seguir comiendo. Ésa es una adaptación buena para que tú puedas seguir. Pero cuando no puedes garantizarle al niño escuela los cinco días, ¿qué haces?

—O cuando tienes que decirle a un niño: “Vas a ir a la escuela por esta ruta, porque por esta otra corres peligro de muerte”. Ésa es una forma de normalización.

—¡O cuando se te fue la mamá! Entonces el niño se va con la abuela, la tía o con la hermana mayor. O con la vecina. Éste es un país con las consecuencias de una guerra, con un gobierno que no quiere aceptar que estamos en una emergencia compleja, porque es todo: un día no hay agua, otro día no hay luz, otro día no hay transporte, otro día no hay detergente para lavar el uniforme. Yo tengo 44 años en Fe y Alegría y nunca había visto a un niño con la ropa sucia en nuestras escuelas. Cuando salen, sí, pero cuando entran los llevan limpios, porque hay mucha dignidad detrás de un niño que va a una escuela: la mamá y la abuela buscando el jabón, porque no quieren mandarlo sucio. Pero ahora vamos a tener que aceptar niños con cualquier calzado, porque no tienen para comprar zapatos. Hemos asumido un grado de flexibilización, porque lo importante es que el niño venga a la escuela, con lo que sea: con la franela del año pasado, con las hojitas que le quedaron al cuaderno.

Vamos a  hacer una campaña de recolección de lápices y cuadernos. No vamos a pedir más nada. No me regale más nada. ¿Por qué? Porque es lo mínimo que le puedes pedir a un niño para que venga a la escuela. Nos podemos arreglar sin pizarra. Podemos trabajar sin techo. ¿Cuántas escuelas de Fe y Alegría no han comenzado debajo de un árbol? Lo que no puedes es tenerla 10 años bajo un árbol. Sin maestro no podemos, y sin ese mínimo de útiles, tampoco. Tampoco sin comida, porque la letra con hambre no entra. Esto lo tenemos que internalizar los maestros. Lo importante es que el niño venga a la escuela.

—Hay un viejo comodín para explicar nuestro malestar: “eso es un problema de educación”. Me pregunto si esa frase, que reduce todo a eso tan esencial y genérico, no es una manera de enmascararnos e inmovilizarnos. Porque esa frase casi nunca nos implica. En la calle me encuentro con personas con postgrados, doctorados, mucha educación encima, estacionados en la acera y obligando a que niños y ancianos se bajen a la calle para poder andar.

—Le atribuyen todo a la escuela, y no le puede tocar todo a la escuela. Porque además la escuela no está adaptándose, en el buen sentido. No está recontextualizando este país desinstitucionalizado que tenemos. En cualquier parte te encuentras con gente que se come el semáforo. El Observatorio Venezolano de Violencia decía hace un par de años que la principal causa de la violencia en Venezuela no era tanto la pobreza, sino esta cuando se junta con la desinstitucionalización, la desvalorización de la norma, el cero castigo al culpable. ¡Y la impunidad modela!

Eso es un problema de la sociedad. Pero necesitamos gente organizada que presione. A mí no me toca buscar la comida para el PAE, pero sí me toca presionar como mamá o como maestra. Necesitamos organizarnos, porque solos no salimos de esto. El Estado necesita de una sociedad activa, organizada, que presione, para que cumpla con lo suyo. Sea quien sea que tengamos en el gobierno. Esto es un asunto de todos, pero a mí no me gusta repartir la responsabilidad por igual. Yo tengo una responsabilidad, pero hay quienes tienen más poder y más responsabilidad que yo. A mí no me dan una hora de cadena.

—Has hablado de las mujeres, de las Madres Promotoras de Paz. ¿Y los hombres?

—Ahora también tenemos “compadres promotores de paz”. Yo puedo correr, irme o decir “eso no es conmigo”. Pero, si te vas a quedar aquí, entonces haz algo útil por este país que está necesitando de todos. Puedes jugar en compotica, en caimanera o en las grandes ligas, pero juega. Juega en alguna posición. Juega con otros. No sirve que juegues aislado, aquí necesitamos equipo. Éste es un tiempo de coros, no de solistas. Puedes cantar desafinado, pero no te quedes callado. Solos no salimos de ésta.

20-06-18




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