Por Cheo Carvajal
Ésta es una entrevista no
tanto sobre Caracas, sino sobre la necesidad de encarar la transformación de
nuestra realidad desde una pedagogía de la participación, desde un modelaje de
paz, de tolerancia. Caracas necesita toneladas de eso y Luisa Pernalete tiene
mucho de qué hablar al respecto. Es educadora y activista, de Barquisimeto, pero
le ha tocado vivir allí donde la ha requerido la institución con la que ha
trabajado buena parte de su vida: Fe y Alegría. Maracaibo, Ciudad Guayana y
Caracas la han acogido. En esta ciudad ha estado desde el 2013, aunque este
último año ha tenido un pie acá y otro en su Barquisimeto natal.
Coordina a tiempo completo
el programa “Madres Promotoras de Paz”, que comenzó cuando vivía en Ciudad
Guayana, en el 2009, ahora activo en 21 ciudades venezolanas. Ella un día dijo:
“Me quiero dedicar a la paz”. Y en eso anda.
—¿Dé dónde sale este
programa?
—Está dentro de la línea de
“Paz y Ciudadanía”, del Centro de Formación e Investigación de Fe y Alegría, al
cual estoy adscrita. Tiene sede en Maracaibo, pero actúa en el ámbito nacional.
Somos apenas dos personas, pero convocamos, hablamos, investigamos, diseñamos,
animamos, formamos, publicamos. Fe y Alegría es muy grande, pero esta línea no
es sólo para nosotros. Si me llama una comunidad y puedo estar físicamente, yo
voy. Si no, envío a alguien, igual aquí está todo digitalizado.
El fenómeno de la violencia
es muy complejo. A las comadres –como nos decimos las madres promotoras– nos
quita la paz no tener qué darles de comer a los niños. Entonces tenemos que
meterle también al emprendimiento.
—Todo está mezclado.
—Todo tiene que ver y,
además, es ciudadanía. ¿Cómo te deslindas del tema de los derechos humanos?
¿Cómo no le explicas a la mamá que ella tiene derecho a vivir en paz? ¿Cómo no
explicarle a la adolescente que tiene derecho a ser protegida? Se trata de
construir alianzas, completarnos, conseguir más recursos. ¿Qué zona del país no
está atrapada ahora con la violencia? Los llanos y Los Andes un poco menos,
pero la violencia estructural está en todas partes. Pero si no nos animamos
dentro de la desolación, no avanzamos.
Una gente que vino de Canadá
hizo un documental, yo traje algunas de las mamás de los primeros grupos, que
todavía se mantienen. Ahí hay un resumen de la historia de las madres
promotoras de paz. A nosotros nos mataron a un chamo en el 2005, después nos
secuestraron a una muchachita. Después murieron seis en un solo semestre. Fue
terrible, entonces yo dije a la oficina nacional que estaba cansada de la
dirección zonal, que quería entrar en este tema a tiempo completo.
—Entrar en esa zona de
conflicto.
—Me dijeron que querían
formar una línea de “Ciudadanía y Convivencia”.
Entonces empiezo a estudiar, me
fui a Guatemala a hacer un curso de crecimiento personal, con mujeres de zonas
vulnerables de El Salvador y Guatemala, donde a las únicas que no maltrataban
éramos yo y otra que venía de Estados Unidos. Todas las demás eran mujeres que
habían pasado guerra, torturas, cosas terribles. Estuve un mes ahí. Yo pensé
que las mamás no se podían ir sin nada, al menos unas hojitas. Entonces salió
un libro (Conversaciones sobre la violencia y la paz, una invitación a la
convivencia pacífica). Y ahora es un programa nacional.
Los primeros grupos salieron
en Guayana. Después Petare, Aragua, Carabobo. Ahora estamos en 21 ciudades,
también en nuestros institutos universitarios. Estamos como en 40 centros y
localidades. La idea era poner Madres Promotoras de Paz en todas las escuelas.
No es sólo para Fe y Alegría. Hay grupos que se mantienen, otros que crecen,
otros que han podido desarticular su propia violencia interior y decir: “Yo no
quiero seguir viviendo así, quiero mejorar mi convivencia con mis hijos, con mi
pareja, con mi familia”. El siguiente paso es: coopero con la escuela. Y el
tercer nivel: tengo derecho a vivir en paz. Se vuelven grupos militantes.
—Tú eres de Barquisimeto,
pero has trabajado por todo el país, incluyendo Caracas en los últimos años. En
Catia, en Petare. ¿Cómo se mira Caracas desde las otras ciudades, cómo percibes
la capital?
—En comparación con Guayana,
con todos su problemas, y con Barquisimeto que la sigo amando, Caracas me
resulta una ciudad hostil, cada vez más agresiva. Eso de que es la ciudad más
violenta de toda la bolita del mundo –como dicen los maracuchos– uno lo nota.
Mi carro está en Barquisimeto, así que aquí ando como en un triatlón. Antes
agarraba metro, pero tengo cuatro meses que no lo agarro, se ha vuelto
demasiado pesado, sobre todo desde que lo pusieron gratis. Ahora ando en
autobús, camino, me dan una cola.
Es una ciudad muy hostil y
necesitas mucha fuerza interior para no entrar en ese espiral. El otro día me
regañó un chófer en un autobús. Yo fui a pagar y me dijo: “¡Se paga a la
salida!”. Le dije “pero no me regañe”, en un tono muy suave. “Ponga un avisito,
yo sé leer y yo voy a pagar a la salida, pero hay rutas en las que uno paga al
entrar, entonces no me regañe.” Yo veía a los pasajeros que asentían y el señor
no se atrevió a regañarme más. Pero hay que tener mucho control y fuerza
interior.
—Para no responder con la
misma hostilidad.
—Si entro en el juego, te
regaño yo también, terminamos halándonos los pelos. Si yo saludo, hablo
suavemente, sin regañar a nadie, es otra cosa. Pero eso sí: “Por favor, no se
coleé porque yo estoy primero que usted, señora”. Si la señora me mira y dice:
“Yo estaba primero”, yo respondo: “Si usted quiere el puesto, yo se lo puedo
dar, pero pidámelo”. Yo lo hago conscientemente, es un hábito.
—Cuando juegas a bajar el
tono, ¿cómo es la respuesta?
—Por lo general funciona.
Una que otra vez te tropiezan, y uno dice: “¿Me puede pedir perdón porque me
tropezó?, casi me caigo”. Hasta el año pasado cuando andaba en metro, me daban
el puesto, pero ahora la gente está demasiado cargada. Veo mucho adulto
maltratando niños y eso me golpea tremendamente, cualquier día de éstos me van
a dar a mí un trancazo. Aunque también encuentro gente amable.
—¿Es distinto en las otras
ciudades?
—Está proliferando. El otro
día iba en autobús, de La Bandera a Barquisimeto, y oigo a una mamá atrás, no
sólo le gritó a la hija pequeña, sino que le pegó. Y me paré y le dije: “¿Por
qué le pega, usted le pidió permiso a ella para nacer? No le pegue”. La
respuesta fue: “¡Ah, señora metiche!”, yo le respondí: “Yo me meto porque tengo
el deber de hacer que respete a esa niña”. Me dijo “metía”, pero no se atrevió
a pegarle más. Ésa es una actitud que está proliferando en Caracas, claro, el
maltrato es muy grande porque no hay autobús, al metro no se puede entrar…
—Mucho malestar por todas
partes.
—Se va sumando. En el
interior hay más problemas de servicios públicos, aunque ahora aquí también nos
está afectando el racionamiento del agua, pero no hay apagones. En Maracaibo
las señoras tienen hasta ocho horas sin luz. Tengo comadres en esas zonas y es
un drama terrible. Caracas tiene muchas oportunidades, pero también mucha inseguridad.
Uno antes salía más, ahora se van cerrando los espacios. Un trabajo que hay que
hacer en los sectores populares es el rescate de los espacios públicos para la
gente.
—Has trabajado en Catia y en
Petare, ¿qué aprendizajes significativos, propios del lugar, has obtenido?
—Aquí hay muchas iniciativas
y ayudas también. El interior está más desfavorecido en ayudas. Aquí hay muchas
fundaciones, muchas opciones. Si una persona tiene un evento violento, yo les
doy lo que llaman “primeros auxilios psicológicos”, que nos han enseñado los
médicos sin fronteras, porque no soy terapeuta ni psicólogo. En Caracas tengo
donde remitirla, en el interior cuesta más. En todo Oriente y Guayana no hay
una escuela de psicología, por eso casi no consigues psicólogos. En Caracas
están Psicólogos sin Fronteras, Médicos sin Fronteras, hay opciones. En
Barquisimeto también.
En relación con ese ámbito
de lo popular, sigo encontrando muchísima solidaridad en todas partes. Estoy es
pensando en una experiencia que conozco de Petare, y uno se sorprende. A mí
Petare no me amedrenta. Normalmente llego en metro y de ahí camino hasta una de
nuestras escuelas. Voy y vengo a pie. Hay gente que dice que eso le da miedo,
aunque después de las cinco y media prefiero quedarme en el barrio. Pero eso es
aquí en Petare, en Barquisimeto, en cualquier parte. Caracas, por supuesto,
tiene sus bemoles, uno conoce las estadísticas. Caracas está entre las ciudades
más violentas del mundo. El municipio Libertador tiene más muertos, pero Petare
tiene peor fama. Uno tiene que tener cuidado, pero la gente cree que en los
barrios se lo comen a uno en cada esquina. A mí me han atracado, pero no en
Petare, me atracaron en Chacaíto.
—¿Es la solidaridad un valor
real en este momento?
—Yo encuentro muchísima
gente solidaria en esos lugares. Los grupos que están creciendo de las “Madres
Promotoras de Paz” son de La Silsa. Y las mismas madres se apoyan unas con
otras, porque no tenemos tantos facilitadores. La que facilitó aquí va luego para
allá. Esa solidaridad la encuentro, aún con las dificultades que uno tiene. En
las reuniones la gente no tiene para el pasaje o no hay bus, pero igual la
gente se viene a pie. Es impresionante. Flexibilizamos el horario, pero la
gente llega porque está interesada en el asunto. Ésa es una Caracas menos
conocida.
—Menos conocida por un
sector de la sociedad, pero muy conocida por quienes habitan en esos lugares.
—Exactamente. Está el
discurso de que “los venezolanos somos flojos”. Hay flojos, claro, y este
régimen ha fomentado eso. Pero, cuando hay un paro de metro, todo el mundo
busca llegar a sus trabajos como sea. A las cinco de la mañana ves gente en la
calle. Yo valoro eso.
—La acción pedagógica de Fe
y Alegría está metida básicamente en sectores populares porque hay muchas
necesidades, muchas carencias. Ahora, ¿se ha pensado en que esa visión tiene
que tocar de alguna manera otros espacios sociales?
—Así como lo estás diciendo,
no, porque tenemos demasiado trabajo con las 74 escuelas en sectores populares,
pero son como 200 comunidades, donde hay otros centros. Nosotros tenemos claro
que no podemos circunscribirnos sólo a nuestras escuelas, que son muchas,
aunque pocas en comparación con las que tiene el gobierno. Son más de 200 mil
beneficiarios, no solamente en nuestras escuelas formales sino en institutos
universitarios, centros de capacitación. Tenemos 21 emisoras de radio, abiertas
a quien quiera participar.
Desde hace unos cuantos años
tenemos alianzas que permiten que otras personas que no sean del propio cuerpo
tengan programas, siempre que estén dentro del marco de nuestra filosofía.
Nuestras publicaciones son una forma de extendernos hacia otros que no son
maestros de Fe y Alegría. En estos últimos años le hemos estado dando
importancia a la incidencia pública, porque este país se ha empobrecido.
—De muchas maneras y por
todos lados.
—Nuestro fundador (José
María Vélaz), que era un hombre muy visionario, palabras más, palabras menos,
decía: “Juntemos unos con otros”. Somos espacios de encuentro para mucha gente.
Un programa que estoy
sistematizando en Barquisimeto es “Madiba”, por Mandela. Una alianza con la
Fundación “Flores de la Esperanza”, que la dirige Jesús Pernalete, un artista
plástico, que tiene dos proyectos en una escuela nuestra. Uno para formar
líderes de niñas con alta potencialidad. Y, después de trece años, los varones
dijeron “¿y nosotros qué?” Son de un barrio muy vulnerable del oeste. Entonces
Jesús dijo: “Búsquenme a los muchachos de conducta difícil”. Y llegaron entre
40 y 50. Y formó un grupo de rugby, que muchos creen que es igual de violento
que el fútbol americano. No en vano Mandela se juntó con los de rugby de
Sudáfrica.
Los entrenadores de Madiba,
que es como se llama el proyecto, son del este de Barquisimeto, que es como el
este de Caracas. Sólo uno de ellos es entrenador profesional. Son
profesionales, con sensibilidad social, que juegan rugby y los sábados se lo
dedican a ese barrio. Han estudiado en universidades donde practican rugby y
ellos lo enseñan ahí. Yo he ido un par de sábados y he quedado impresionada por
el cariño que se tienen. Los ves y dices: “Es obvio que no son del barrio”.
—Un ejercicio de
integración.
—Hay toda una organización
con las esposas de ellos y con otra gente que busca alimento para que los niños,
una vez que pasan toda la mañana entrenando, tengan un desayuno. Igual que para
las niñas. Los dos proyectos funcionan los sábados. Va gente del barrio y de
otras partes de la ciudad. Las “Flores de la Esperanza” reciben clases de
pintura. Yo digo que ésa es la verdadera despolarización. No es la clase media
que se impone diciendo “aquí vengo yo”. Ellos me cuentan lo que han aprendido
allí también. Yo estoy sistematizando esa experiencia. Es una
cosa impresionante, y hago énfasis por lo que han conseguido con esos
chamos apenas este año escolar. Tú ves a los niños, que eran de mala conducta,
disciplinados por el rugby, gracias a otra gente que no forma parte de la
cultura del barrio.
—¿Efecto del rugby o también
del encuentro y convivencia con otros diferentes?
—¡Claro! Ahí nos estamos
convirtiendo todos. Lo que viene y lo que va. El Banco Venezolano de Crédito
tiene una alianza con Fe y Alegría y el Centro Gumilla para el crecimiento
personal de todos sus empleados, desde el portero hasta los de más alto rango.
Yo a veces soy conferencista en ese programa. Y es increíble, en la segunda
etapa del proyecto los empleados van a nuestras escuelas a hacer trabajos en
común. Va el que quiere. Es para recuperar espacios y lo que cada quien sabe
hacer lo enseña. Tú ves en los testimonios cómo se sienten retribuidos. El
ambiente de ese banco es un ambiente distinto. La responsabilidad social no es
solamente dar dinero, sino también propiciar el encuentro.
—Formalizar la zona de
contacto.
—Yo tengo 44 años en esto, y
puedo decirlo con propiedad: en los barrios no nos comemos a la gente. Pero
tampoco la gente del este son todos unos apátridas malucos. Ésa es la verdadera
despolarización, cuando te encuentras con el otro y dices: “No es como me lo
habían pintado”. Te encuentras que podemos hacer cosas juntos.
—¿Qué significa o que
implica educar para la paz en una ciudad como Caracas, tan desigual y violenta?
De alguna manera con lo dicho ya me respondiste: establecer puntos de contacto.
—Educar para la paz tiene
que ver con la resolución pacífica de conflictos, porque conflictos siempre
habrá. La cosa es cómo los resuelvo yo y cómo los resuelves tú. A ese señor que
me agredió en el autobús yo he podido devolverle un insulto, pero lo resolví
distinto. Tiene que ver con la promoción de la cultura de paz. Tiene que ver
con reconocer al otro. Ese chófer también está cansado, entonces no lo
penalizo, sino que lo miro distinto, pero sin dejar de defender mi derecho a
ser bien tratada. El reconocimiento del otro es muy importante, pero no
solamente tolerarlo, sino valorarlo.
Yo soy de la “Asociación de
la Alabanza Mutua”, un invento de un amigo jesuita del Zulia. ¿Qué es la
A.A.M.? Nosotros cultivamos la crítica y la autocrítica, la alabanza y la
autoalabanza, que es muy diferente de la adulancia. “¿Cheo? Cheo es un tronco
de periodista, muy preocupado, sensible”. Y entonces tú también hablas bien de
mí, y entonces crece nuestro ranking.
—Por eso te estoy
entrevistando.
—Es importantísimo comenzar
a valorar al otro. “¿La maestra Jazmín? Esa maestra es buenísima gente, yo la
conozco”. Aprendes a mirar al otro de manera diferente. Eso se aprende. Yo lo
he aprendido más por la práctica que por la teoría. ¿Cómo lo aprendí yo? Las
mamás de los primeros grupos todo el tiempo me decían: “Dios te bendiga, qué
buena eres”. Y me fui contagiando de ese discurso, de valorar cualquier mínimo
gesto. “¡Qué bueno ese caramelo que me diste!” No solamente sé que existes,
tengo que oírte. Eso uno se lo enseña a las mamás y a las maestras para que valoren
a sus hijos, pero también a todos los demás. Tú vas encontrando en todas partes
gente buena. Eso también lo decía Nelson Mandela. Pero hay que descubrirlos y
conectarlos.
—Aquí, durante mucho tiempo,
se estimuló lo contrario.
—Para convivir en paz se
necesita pensamiento causal, todo tiene su porqué, no se puede penalizar a
priori. Eso no quiere decir justificar todo, sino procurar entender. Está
el pensamiento consecuencial: todo lo que haces tiene consecuencias,
buenas o malas. Eso uno se lo enseña a los niños, a los adolescentes y a las
mamás. Si usted le grita a su hijo, ¿en qué va a terminar el hijo? En que
también le va a gritar. Y el pensamiento en perspectiva: ¿por qué Cheo
está tan bravo hoy? Me pongo en tu puesto. No solamente para entenderte, sino
también para saber qué estás sintiendo
Lo bueno de todo esto es que
el comportamiento violento es aprendido. No todos los autores coinciden con
eso, pero lo sé por experiencia propia. Yo he aprendido que la conducta
violenta es aprendida. Pero lo que se aprende, se desaprende.
—Afortunadamente se puede
desaprender.
—Nosotros hemos constatado
con este programa que hay mamás que se dan cuenta: “Estoy haciendo esto mal;
claro, es que yo también aprendí eso, pero no tengo por qué seguir”. Y
comienzan a hacer las cosas de otra manera. Cambian con sus hijos y sus hijos
cambian en la escuela. Son procesos bien pensados, sistemáticos, que te dicen
que es mejor vivir en paz. Todo eso tiene que ver con educar para la paz. ¿Cuál
es el mejor lugar para educar para la paz?, la calle. Yo estoy escribiendo un
texto de la calle como lugar de encuentro, porque ahí estamos todos, el
apurado, el viejito, el niñito.
—La diversidad de la ciudad.
—Todo el mundo, y se
necesitan normas. Educar para la paz también tiene que ver con respetar las
normas.
—Me ha tocado trabajar en
escuelas que parecen cárceles. Espacios punitivos en sí mismos. Reproducen
violencia o la idea del castigo, y la actitud de las maestras a veces refuerzan
eso. Me dices que la calle es el mejor espacio para educar para la paz,
pero la escuela ha sido separada del espacio social, en una especie de
burbuja.
—¿Es posible una escuela en
paz en entornos violentos? Hace dos años sistematicé las buenas prácticas de
tres escuelas nuestras, una en Margarita, una en Cagua y una en San Félix,
entornos muy violentos los tres, pero los tres habían logrado y lo han
mantenido, bajar sus niveles de violencia escolar y mejorar notablemente su
ambiente. Tú entras y hay orden y concierto. Las mamás no pueden entrar como les
dé la gana, ni a cualquier hora. Los maestros pueden dejar su cartera en el
escritorio. Pero he visto escuelas que tienen todos los vidrios rotos, donde
las maestras tienen que andar con la cartera apretada con el brazo.
Las normas son necesarias.
Pero pocas, conocidas y con sentido. No poner 148 normas. Tiene que ser posible
que las recuerdes. Por ejemplo: a la gente se le nombra por su nombre y no por
sobrenombre. Ésas son las normas en las que suelo insistir. Cheo no es un
sobrenombre humillante, pero si tú me llamas “palo de escoba”, sí lo es.
Necesitas las normas, pero también cómo resolver los conflictos en la escuela.
Necesitas prevenir.
Fe y Alegría está trabajando
en un protocolo para la prevención y el abordaje de la violencia sexual que se
hizo el año pasado y que no hemos podido implementar en todas las escuelas. Hay
que afrontar los problemas, dentro de la escuela y en el entorno, no podemos
seguir corriendo la arruga, mirar para otro lado. No podemos hacer como si la
escuela estuviese en Marte, está aquí. ¿Hubo tres muertos este año en San
Agustín? Tenemos que hablar de eso. ¿A quiénes mataron? ¿Quiénes los mataron?
¿Por qué los mataron? ¿Ustedes comieron el fin de semana?
—Desnormalizar la violencia.
—Una psicóloga de Sin
Fronteras dice: “Que sea recurrente no significa que sea normal”. La violencia
no tiene por qué ser normal. Hay otros países que no viven como nosotros.
Canadá tiene dos homicidios por cada 100.000 habitantes. Bueno, no nos
comparemos con Canadá, comparémonos con Costa Rica, que tiene 11 o 12 de tasa.
Nosotros sabemos, conservando lo que dijo Luisa Ortega Díaz antes de irse, que
en Venezuela ese índice va como por 60 por cada 100 mil habitantes.
—Lamentablemente por encima.
—Pasamos a Honduras, pasamos
a El Salvador. ¿Eso es normal? ¡No! Hay escuelas de Fe y Alegría que no están
pasando hambre como nosotros. Es importante compararnos para que veamos que no
todo el mundo vive como nosotros.
—Esa idea de la
corresponsabilidad de los adultos sobre los niños luce implícita en la idea de
“las comadres”. Pensar la autonomía del niño en la calle es fundamental para el
desarrollo ciudadano y de la ciudad. Que un niño pueda ir solo a la escuela es
un buen indicador, pero para eso los adultos deben estar atentos a lo que ellos
hacen y a los riesgos que corren.
—Las leyes nuestras dicen
que los derechos de los niños y adolescentes son progresivos y que somos tres
los responsables: la familia, la sociedad y el Estado, que es quien maneja los
dineros públicos y quien tiene que hacer cumplir la ley. Como dice una señora
de San Félix: “A mí me toca ser mejor madre y a ti mejor maestra. Pero
perseguir a los violentos en la comunidad le toca al Estado, no me puede tocar
a mí.”
¿Quién es la comadre? Esa
vecina tuya, alguien cercano en quien confiar. Un apoyo mutuo. Al final de un
curso en Puerto Ordaz, estábamos viendo el cierre del grupo de cinco escuelas y
una señora me dijo: “Sólo el hecho de tener ahora unas vecinas con las cuales
puedo hablar, ya para mí es mucho”.
—Sabe que es una ganancia
para la convivencia.
—¡Claro! Soy corresponsable.
Mi hijo es tu ahijado. También las señoras de los grupos se hacen responsables
del vecino aunque no sepan quién es. Se van convirtiendo en protectoras, en el
buen sentido. Pero también pueden llamar la atención: “¡Epa, usted no haga
eso!”. Como me decía una señora en Puerto Ordaz. “en mi casa no se bebe, no hay
drogas, no hay armas, pero en mi cuadra hay todo eso”. La gente no se puede
conformar con que todo está bien en su casa. Usted tiene que hacer algo más. La
violencia rompe con el tejido social.
Necesitamos, por protección,
tener gente cercana, así sean las mamás a las que les gustan las novelas
mexicanas. Si es así, pues haga su grupo de novelas mexicanas, pero que tenga
un grupo. En una escuela de Valencia donde hicimos un curso el año pasado, una
maestra me dijo: “Nosotros proponemos para la siguiente cohorte que cada quien
traiga una persona de su cuadra”. Normalmente dicen que van a traer una persona
del grado. Mira que inteligente: una persona de la cuadra. ¿Por qué? Puede
ser que en mi cuadra no haya nadie del colegio. Si yo tengo una vecina en la
manzana, ya somos dos. Y hay algunas facilitadoras que han empezado a hacer
grupo con su vecindad. No tiene nada que ver con la escuela, sino con ver cómo
nos llevamos, y no es un curso para dar lecciones, sino para reflexionar.
—¿Ha incidido ese ejercicio
de articularse en reducir la violencia en algunos lugares?
—En Guayana una líder de la
comunidad, que ya lo era cuando la conocí, me dijo: “El curso me dio otros
horizontes”. Ese grupo tiene como proyecto que los que perseveran tengan planes
vacacionales. Empezaron por 100, los ayuda la parroquia católica, su grupo se
reúne dos lunes al mes, y ha recuperado adolescentes en riesgo, que ahora son
recreadores de los nuevos grupos. Uno de eso muchachos decía: “Yo estaba mal, a
mí me habían matado a un hermano y yo dije, bueno entonces yo también ahora
hago lo mismo”. Pero lo invitaron al plan y ahora es recreador. Ésa es una
mujer extraordinaria.
Hay otro grupo de mujeres,
no de colegio sino de parroquia, que dan charlas en escuelas públicas de su
parroquia. No son de Fe y Alegría, pero no importa. Ellas van pregonando: “No
tengo por qué estarle pegando a mi hijo, eso no sirve”. Hemos ido probando que
cuando desarticulas el primer anillo de violencia, que es en la casa, los niños
también cambian en la escuela. ¿Qué aspiramos? Ahora somos Madres Promotoras de
Paz, una M y dos P, y soñamos con un Movimiento de Maestros, Madres y Padres
Promotores de Paz, tres M y tres P. Virtuoso me decía: “Voy a trabajar por sub
zonas, en vez de cinco escuelas regadas, tener cinco escuelas del mismo
sector”. Eso es una gran idea.
—Claro, concentrar y
territorializar el esfuerzo.
—Porque pueden estar cerca,
hacer planes comunes e incidir en la violencia de la comunidad. Estamos
ayudando a bajar la violencia de la familia y de la escuela, Y estas mujeres
hacen otras cosas, ahora que renuncian tantos maestros. Una maestra de Catia me
dijo: “No podemos dejar a los muchachos solos; si no hay portero, uno tiene que
ayudar.” Son maestras y mamás. Ésta es una de Cagua, del personal de apoyo o
“de ambiente”. Ella está pendiente de cualquier variación; el año pasado
reportó que un niño estaba cambiando de conducta, porque se le había muerto su
mamá y quedó con la tía. Ella investigó, porque vive en la comunidad. Resulta
que la tía lo maltrataba. Rápidamente lo reportó y hablaron con la tía, quien
dijo: “Me quedé con él porque mi hermana se murió, pero, honestamente, yo no lo
puedo tener”. Con los contactos que la misma escuela le dio, y con
instrucciones que uno da, ella logró que una entidad de atención lo tuviera
durante el período escolar. ¿Quién lo detectó? Esta señora que se
responsabiliza, que entiende que no es solamente limpiar, que ella tiene que
estar pendiente de cualquier cosa que pasa dentro y fuera de la escuela, eso
ayuda a la mamá, a la maestra, a la vecina. Vamos como en una onda expansiva.
En la medida que este movimiento crezca, podremos tener mayor incidencia. Si,
en vez de cuatro, son diez escuelas. Si no son cinco mamás por escuela, sino
que son mamás que se juntan más allá de la escuela y hacen pronunciamientos.
Por ejemplo, se corre el rumor que el año escolar va a terminar antes, entonces
hay unas mamás que están recogiendo firmas para que no sea así.
—Menos escuela es menos
incidencia.
—Un año tan entorpecido, con
tres elecciones, y cada elección representa una semana de pérdida. ¿Por qué
terminar antes? Al revés, deberíamos tener clase todo el mes de julio y ojalá
agosto también. ¿Entiendes? Son unas mamás que están pensando más allá, eso es
incidencia pública. Ellas dicen: “Yo puedo hablar con mi vecina, aunque no sea
de Fe y Alegría, si tiene tres hijos no querrá que se termine antes”. Esa
apertura de horizonte lo da la reflexión y la reunión, lo da estar pendientes,
estar animados.
¿Lograremos de verdad un
movimiento que pacifique? A mí lo que me toca, por ahora, es esto, y crece en
la medida en que uno va pensando más allá. Por ejemplo, tenemos un grupo en
Facebook, pero le propuse a mi asistente crear una cuenta en Twitter solo para
Madres Promotoras de Paz. Pero no hay quien lo alimente. ¿Por qué? Porque
necesitamos llegar a más mujeres. Queremos hacer unos micros para radio, porque
tenemos 21 emisoras. Podemos empezar en Barquisimeto, Guayana, Caracas, y esos
micros pueden servir a otras emisoras nuestras.
—Fe y Alegría es una gran
red. Son formas de ir transformando la realidad desde lo pequeño, e ir
creciendo para transformar las ciudades, la sociedad. Vivimos en un país donde
más del 90% de la población vive en zonas urbanas, y eso requiere una acción
pedagógica clara y sostenida en el tiempo. ¿Estamos formando docentes para esa
mirada y esa acción transformadora de la realidad?
—Yo que estoy en esta área
de “Ciudadanía y Convivencia”, puedo decir que no podemos conformarnos con una
charla en la que damos algunas indicaciones. Necesitamos que las escuelas
tengan claro el manejo de herramientas para la convivencia pacífica, y eso no
existe en los pensa de estudios. Ahí también tiene que haber transformaciones.
Hay que detectar y saber manejar que un niño en primer grado amenace a una niña
con violarla en el baño. Eso indica que algo anda muy mal en su entorno, porque
eso no es normal.
Las escuelas tienen que
transformarse también, porque este país no es un país violento: es un país
muy violento. Eso tiene que meterse en el pensum. En Finlandia, por ejemplo,
las escuelas son pequeñas y la familia forma parte del proyecto educativo.
También para Fe y Alegría. Lo que pasa es que ahora es más complicado, porque
también nos dedicamos a darle de comer al que no tiene. No podemos seguir
haciendo las cosas igual que antes, porque este país no es el mismo. Vivimos en
un país que está como en guerra. Yo he estado leyendo sobre educación en
emergencia.
—Es lo que toca, ¿no?
—Si quitas el preámbulo, que
explica que la emergencia es producida por tsunamis, sequías, conflictos
bélicos, y te adentras en las consecuencias que estos eventos producen,
entonces uno dice: “Dios mío, las tenemos todas”. ¿Qué pierden los niños en
situación de emergencia? Pierden familiares, pierden su casa, pierden clases.
¿Cuántas veces hemos suspendido clases por tiroteo, en San Agustín, en La Vega,
en el interior? Pierden su rutina. Y ahí me detengo: nuestros niños han perdido
su rutina. Un día van a clase, otro día no van porque no tienen efectivo o
porque no tienen detergente para lavar el uniforme.
—No hay rutina y en muchos
casos parece que tampoco ruta.
—No hay útiles. Yo tengo el
índice de “Lápiz Today”, que costaba hace más de un mes entre 30.000 y 170.000.
Vamos a tener niños que no van a saber lo que son los colores porque no se
pueden comprar una caja de creyones. Eso es perder la rutina. No comen y van a
clase un día sí y dos días no. Un niño necesita rutina, por su seguridad, para
que tenga hábitos. Nosotros tenemos que aprender a trabajar en unas escuelas en
donde hoy faltó la maestra y mañana se fue, donde la directora tiene que ver
qué hace porque el mes pasado le renunciaron cinco maestras.
—Es importantísimo poner la
atención en lo que mencionaste antes: puede ser recurrente, pero no
normal. Tenemos esa extraña capacidad de adaptarnos a lo que sea y normalizamos
lo anormal.
—Hay un grado de adaptación
que no te queda más remedio. Si no puedes comer arepas, entonces comes batata,
porque tienes que seguir comiendo. Ésa es una adaptación buena para que tú
puedas seguir. Pero cuando no puedes garantizarle al niño escuela los cinco
días, ¿qué haces?
—O cuando tienes que decirle
a un niño: “Vas a ir a la escuela por esta ruta, porque por esta otra corres
peligro de muerte”. Ésa es una forma de normalización.
—¡O cuando se te fue la
mamá! Entonces el niño se va con la abuela, la tía o con la hermana mayor. O
con la vecina. Éste es un país con las consecuencias de una guerra, con un
gobierno que no quiere aceptar que estamos en una emergencia compleja, porque
es todo: un día no hay agua, otro día no hay luz, otro día no hay transporte,
otro día no hay detergente para lavar el uniforme. Yo tengo 44 años en Fe y
Alegría y nunca había visto a un niño con la ropa sucia en nuestras escuelas.
Cuando salen, sí, pero cuando entran los llevan limpios, porque hay mucha
dignidad detrás de un niño que va a una escuela: la mamá y la abuela buscando
el jabón, porque no quieren mandarlo sucio. Pero ahora vamos a tener que
aceptar niños con cualquier calzado, porque no tienen para comprar zapatos.
Hemos asumido un grado de flexibilización, porque lo importante es que el niño
venga a la escuela, con lo que sea: con la franela del año pasado, con las
hojitas que le quedaron al cuaderno.
Vamos a hacer una
campaña de recolección de lápices y cuadernos. No vamos a pedir más nada. No me
regale más nada. ¿Por qué? Porque es lo mínimo que le puedes pedir a un niño
para que venga a la escuela. Nos podemos arreglar sin pizarra. Podemos trabajar
sin techo. ¿Cuántas escuelas de Fe y Alegría no han comenzado debajo de un
árbol? Lo que no puedes es tenerla 10 años bajo un árbol. Sin maestro no
podemos, y sin ese mínimo de útiles, tampoco. Tampoco sin comida, porque la
letra con hambre no entra. Esto lo tenemos que internalizar los maestros. Lo
importante es que el niño venga a la escuela.
—Hay un viejo comodín para
explicar nuestro malestar: “eso es un problema de educación”. Me pregunto si
esa frase, que reduce todo a eso tan esencial y genérico, no es una manera de
enmascararnos e inmovilizarnos. Porque esa frase casi nunca nos implica. En la
calle me encuentro con personas con postgrados, doctorados, mucha educación
encima, estacionados en la acera y obligando a que niños y ancianos se bajen a
la calle para poder andar.
—Le atribuyen todo a la
escuela, y no le puede tocar todo a la escuela. Porque además la escuela no
está adaptándose, en el buen sentido. No está recontextualizando este país
desinstitucionalizado que tenemos. En cualquier parte te encuentras con gente
que se come el semáforo. El Observatorio Venezolano de Violencia decía hace un
par de años que la principal causa de la violencia en Venezuela no era tanto la
pobreza, sino esta cuando se junta con la desinstitucionalización, la
desvalorización de la norma, el cero castigo al culpable. ¡Y la impunidad
modela!
Eso es un problema de la
sociedad. Pero necesitamos gente organizada que presione. A mí no me toca
buscar la comida para el PAE, pero sí me toca presionar como mamá o como
maestra. Necesitamos organizarnos, porque solos no salimos de esto. El Estado
necesita de una sociedad activa, organizada, que presione, para que cumpla con
lo suyo. Sea quien sea que tengamos en el gobierno. Esto es un asunto de todos,
pero a mí no me gusta repartir la responsabilidad por igual. Yo tengo una
responsabilidad, pero hay quienes tienen más poder y más responsabilidad que
yo. A mí no me dan una hora de cadena.
—Has hablado de las mujeres,
de las Madres Promotoras de Paz. ¿Y los hombres?
—Ahora también tenemos
“compadres promotores de paz”. Yo puedo correr, irme o decir “eso no es
conmigo”. Pero, si te vas a quedar aquí, entonces haz algo útil por este país
que está necesitando de todos. Puedes jugar en compotica, en caimanera o en las
grandes ligas, pero juega. Juega en alguna posición. Juega con otros. No
sirve que juegues aislado, aquí necesitamos equipo. Éste es un tiempo de coros,
no de solistas. Puedes cantar desafinado, pero no te quedes callado. Solos no
salimos de ésta.
20-06-18
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