Por Froilán Barrios
La ironía de las dictaduras
se resume en que, pretendiendo ser eternas, contienen en su seno el germen de
su propia destrucción; en el momento que se descubren como tales, desatan en el
tejido nacional múltiples contradicciones y conspiraciones, que no cesan hasta
dar al traste con el régimen de facto. No puede ser de otra manera, al
pretender en pleno siglo XXI ahogar y enclaustrar a pueblos que conocieron los
valores de la democracia, sus sinsabores y al mismo tiempo la libertad como
condición de vida.
Este fue el origen del
desenlace de emblemáticas tiranías en nuestro continente el pasado siglo,
asesinaron, manipularon, enviaron al destierro a miles de opositores y al final
cayeron, como les sucediera a Videla y Galtieri en Argentina, a Pinochet en
Chile, Bordaberry en Uruguay, Fujimori en Perú, entre otros de la galería de
dictaduras de América Latina. La mayoría alcanzó el poder por golpes de Estado;
otros, por elecciones, ello no impidió que finalmente terminaran en el basurero
de la historia.
En el siglo XXI han
resurgido dos casos emblemáticos que trastornan la vida de dos naciones:
Venezuela y Nicaragua, cuyos gobiernos bajo la mano del castrismo cubano
reproducen la maquinaria criminal, esta vez en nombre de la soberanía nacional
y del antimperialismo como estrategia para destruir instituciones políticas y
sociales y mantenerse en el poder.
Lo que acontece hoy en
Nicaragua, luego de cumplirse dos meses de protestas contra el régimen de
Daniel Ortega, es un replay de lo acontecido en Venezuela hace exactamente un
año, con el triste saldo actual en tierra nica de 170 asesinatos, bajo el mismo
modus operandi, bandas armadas y paramilitares que difunden el terror ante el
clamor popular que proclama a los 4 vientos que está harto del Frente
Sandinista y su gobierno.
A diferencia de lo sucedido
en Venezuela, en la tierra de Sandino se constituyó la Alianza Cívica por la Justicia
y la Democracia, que aglutina al conjunto del sector privado, la sociedad
civil, estudiantes, obreros y campesinos, quienes manifestaron se sentarán a la
mesa de diálogo únicamente para hablar de la salida del poder de Ortega y su
esposa, la vicepresidente.
Por otro lado, la Iglesia ha
jugado un papel primordial. El sacerdote jesuita rector de la Universidad
Centroamericana, el padre José Idiáquez, ha manifestado: “Ortega va a terminar
como un asesino. Lo que hemos conversado con los obispos es que tenemos que
luchar con todos los medios posibles para que no haya más derramamiento de
sangre, una guerra civil, que este país no va a poder resistir. Da la impresión
de que el señor Daniel Ortega y la señora Rosario Murillo quieren dejar
destruido el país”. Cualquier parecido con nuestra realidad no es pura
casualidad.
Los eventos de Nicaragua
anuncian cambios indetenibles para ese país y para Venezuela, cuyos métodos y
prácticas criminales inspiradas en la cultura de la muerte son similares a las
que hoy azotan al pueblo nica. Hoy la Casa Amarilla salió en defensa de la
tiranía de Ortega; entre tanto, nuestra oposición, bien gracias. Ya que salir
tarde o temprano de las dictaduras, también depende de quienes proponen, y
cómo, una salida alternativa factible a la tragedia que padecemos.
20-06-18
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