Por Carolina Gómez-Ávila
Igual que hoy, hace 20 años la
población desconocía y, por ende, no valoraba la razón de ser del sistema
representativo que nos legaron los padres de la patria al fundar la República.
Creo que por eso no me extraña que “el tránsito de la democracia representativa
a una democracia participativa y protagónica”, que indica en su exposición de
motivos nuestra Carta Magna, terminara malogrando lo uno y lo otro.
Lo democrático se degradó a
tumultuario y el control de los tumultos no lo tienen los ciudadanos. Allí se
imponen quienes más gritan y amenazan, pequeños grupos organizados y con
intereses propios que son seguidos por incautos a quienes la ocasión les
resulta buena para dar rienda suelta a sus resentimientos.
De esto nadie habla porque es
tan evidente, que se entiende que cualquiera que esté dando pinitos en el
ejercicio de su ciudadanía podría reconocerlo y prevenirlo si quisiera. Algunos
han aprendido a identificarlo si el entorno es familiar, otros sólo desde
lejos.
Unos y otros presencian el uso
de calumnias de toda índole a partir de pruebas que nunca son tales para acabar
con la reputación de este o aquel político a fin de defenestrarlo de una
ocupación puntual, en nombre de la voluntad popular
La voluntad de una porción, a
decir verdad. Porque la mayoría observa desde el graderío; alguno sonríe, otro
se indigna, el de más allá siente pena ajena pero todos usan su pulgar como en
el “Pollice Verso” o “Pulgar hacia abajo” de Jean-Léon Gérôme sobre estas
líneas, para decidir si le perdonan la vida.
No hablaré de solidaridad ni
de practicar valores piadosos con el que yace. No hablaré de la probidad de
desconocidos. Tampoco de las facciones que lo promueven. Hablaré de cómo el
destino de todos se juega en cada pulgar. Hablaré de cómo tachamos nombres en
la lista de los dignos de nuestro apoyo. Hablaré de los recursos diezmados por
venganzas estériles. Hablaré de cómo canalizan su ira y su miedo acabando, uno
a uno, con sus posibles aliados. Hablaré de cómo la impotencia enloquece y se
convierte en autodestrucción.
Porque tras cada pulgar hacia
abajo hay alguien incompetente para acabar con la tiranía. Alguien que no
soporta el dolor y que no admite su ineptitud, alguien a quien la
irracionalidad le hace agredir a quienes lo representan, acusándolos de no
lograr lo que él tampoco.
Ninguno de nosotros podrá sin
ellos, ninguno de ellos podrá sin nosotros. Y ninguno que valga la pena volverá
a intentarlo si seguimos bajando el pulgar desde la grada. Si creemos que los
políticos son como esclavos a quienes ordenamos tareas imposibles de cumplir y,
cuando tienen previsible fracaso, en venganza organizamos este circo deplorable
en el cual los matamos tanto como a nosotros.
16-06-18
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