IRIN Foundation 16 de junio de 2018
Días
después de la victoria electoral del Presidente Nicolás Maduro el domingo, la
mayoría de los venezolanos continúan enfrentado lo que se ha convertido en su
nueva normalidad: la escasez de alimentos y medicinas, los bebes muriendo de
desnutrición, el aumento del crimen, y el colapso de las infraestructuras. Los
expertos advierten que el nuevo mandato de seis años de Maduro podría traerle
al país – que se jacta de tener las reservas probadas más grandes del mundo –
un mayor aislamiento internacional y caos económico, incluidas nuevas sanciones
de los Estados Unidos, incumplimientos de la deuda, la peor hiperinflación y
violencia política.
Para
los países en América Latina, especialmente Brasil y Colombia, esto significa
sentir aún más las repercusiones del colapso económico de Venezuela a medida
que miles de familias son desplazadas a través de la región debido al hambre y
la escasez.
“El Presidente
Maduro no ofreció ningún plan creíble para restaurar el crecimiento económico
durante su campaña,” dijo Harold Trinkunas, experto en Latinoamérica de la
Universidad de Stanford. “Es probable que la crisis de desplazamiento se
acelere y las necesidades humanitarias, tanto en Venezuela como en los países
que reciben a los venezolanos desplazados, aumenten.”
Según
la Organización Internacional para las Migraciones, un millón de venezolanos
han huido del país entre los años 2015 y 2017. Cientos de miles más salieron del país en los primeros tres meses
de este año. Entre 3.000 y 5.000 siguen saliendo cada día, según estimaciones
de las Naciones Unidas. Algunos han estado huyendo hacia el Sur, a Boa Vista en
Brasil, más de 200 kilómetros de camino apodado ¨la carretera del Hambre¨, pero
la mayoría toman ruta más corta hacia
Colombia.
En el
Puente Internacional Simón Bolívar que se extiende a ambos lados de la frontera
con la ciudad colombiana de Cúcuta, la enorme escala de la disfunción de
Venezuela es clara. Cada día, aproximadamente 50.000 venezolanos entran por el
puente, mientras que otros ingresan ilegalmente a través de túneles
clandestinos.
Muchos
son excursionistas de un día, buscando suministros o dinero viable para llevar
a casa, pero otros son familias desplazadas que transportan bultos de equipaje,
en busca de una nueva vida. Algunos tienen dinero ahorrado y viajan hacia
ciudades, pueblos y aldeas colombianas, a la caza de trabajo y estabilidad.
Pero otros cruzan sin nada más que sus ropas en sus espaldas, forzados a vivir
precariamente, apurando una existencia en las calles húmedas de Cúcuta.
El
Gobierno Colombiano ha sido criticado por endurecer su respuesta, en particular
por endurecer los controles de inmigración en lugar de aliviar las
restricciones legales a los inmigrantes que buscan trabajo. Los Agencias
Humanitarias y las Organizaciones No Gubernamentales se han adentrado en el vacío, pero sus esfuerzos
también han enfrentado sus desafíos.
El 4
de Mayo, después de sólo una semana de operaciones, el Programa Mundial de
Alimentos suspendió indefinidamente un sistema de cupones para alimentos
destinado a ayudar a los migrantes en Cúcuta. Las necesidades de los
venezolanos habían superado con creces la capacidad del Programa Mundial de
Alimentos y la iniciativa avivaba las tensiones locales ya que la población
local colombiana estaba exigiendo su inclusión también.
En el
ayuntamiento de Cúcuta, el Alcalde César Rojas siente la tensión no sólo debido
a la afluencia, sino también, él explica, debido a la pérdida de comercio.
“Siempre
hemos dependido del comercio con Venezuela. Con menos comercio con Venezuela,
nuestra tasa de desempleo ha alcanzado el 15,8 por ciento el año pasado. Esto
causó contiendas contra los venezolanos por parte de colombianos que sienten
que les están quitando trabajos,” dice él. “Bogotá (el Gobierno Colombiano) ha
prometido ayudar a manejar esta crisis y debería comenzar a cumplir con eso.
Pero la única solución viable, duradera radica en Venezuela.”
Emergencias Médicas
Methsabe
Medina se trasladó a través de Venezuela a Cúcuta para salvar la vida de su
esposo César. Se tropezó con el puente, apenas consciente, aferrándose a su
esposa, César necesitaba tratamiento contra la malaria (el aumento de las tasas
de infección son uno de los signos más visibles del colapso del sistema de
salud de Venezuela) y un absceso que le carcome el muslo, es dejado para
podrirse debido a la falta de suministros médicos en su ciudad natal de
Maracay, en la región Norte centro de Venezuela.
En
lugar de buscar ayuda en Venezuela, los Medina se dirigieron al Hospital Erasmo
Meoz de Cúcuta. A pesar que estaba a unos 740 kilómetros de distancia y en otro
país, era el lugar más cercano que ellos conocían que podía salvar la pierna de
César.
En el
hospital, las enfermeras realizan turnos consecutivos para satisfacer la
creciente demanda. El doctor Andrés Eloy Galvis, jefe del servicio de
urgencias, admite que la situación venezolana ya ha alcanzado la masa crítica.
“Estamos haciendo mucho, pero necesitamos ayuda, desde Bogotá o de otros
lados,” dijo. “De lo contrario, en un año, tendremos que decirle a los
pacientes que traigan sus propios suministros médicos, como en Venezuela.”
La
cifras oficiales compartidas por la Administración del Hospital muestran que el
30% de los pacientes son venezolanos, De las 1.533 mujeres que entraron en
labor de parto en el primer trimestre del 2018, 635 habían venido de Venezuela
específicamente para dar a luz.
El
impacto que tiene su presencia en el hospital altamente endeudado, ahora con
5,6 millones de dólares en números rojos, no pasa inadvertido para los cientos
de pacientes migrantes, muchos de los cuales están exhaustos y sufren de
desnutrición después de días de viaje con suministros cada vez más escasos.
La sensación abrumadora es de gratitud.
En la
sala de Maternidad, Odalys Martínez de 19 años, está esperando para dar a luz.
Ella dice que habría perdido a su bebé si no fuera por Colombia. Martínez es
del estado relativamente próspero de Portuguesa. Alguna vez fue el granero de
Venezuela, pero incluso ahí, los agricultores están ahora luchando. Legalmente,
el hijo de Martínez no tendrá los beneficios de la ciudadanía, pero aún ve el
futuro de la familia en Colombia en lugar de Venezuela. “No puedo criar a mi
hijo de regreso en casa, y no lo puedo hacer en Cúcuta. No hay mucho trabajo en ningún lugar. Así que cuando
mi niño esté listo para viajar, nos
iremos a Bogotá y comenzaremos nuestras vidas allí.”
Frustraciones
Fuera
de las ventanas abovedadas de la oficina del Alcalde de Cúcuta, filas de
personas hacen cola ante las instituciones financieras esperando transferencias
electrónicas de la diáspora venezolana. Primos, tías, amigos, incluso antiguos
vecinos – que ahora viven en la región y más allá, que colaboran para ayudar.
Cuando el dinero está asegurado, los migrantes venezolanos lo invierten en
dulces para vender en los semáforos y los parques, con la esperanza de hacer
suficiente dinero para asegurarse un techo para la noche, algo de comida, o, en
muchos casos, un pasaje de autobús hacia una ciudad menos concurrida.
En
toda Cúcuta, los venezolanos – y algunos colombianos – se están volviendo cada
vez más impacientes y frustrados.
En un
refugio para inmigrantes administrado por sacerdotes Scalabrinianos, una orden
Católica que suministra ayuda para los inmigrantes, está Luis Delgado, de 58
años, viudo y padre de dos niños. Dejó Maracay después de que perdió a su
esposa por un cáncer cervical agresivo. Delgado buscó el tratamiento para su
esposa en toda Venezuela, pero no pudo pagar los medicamentos nunca abastecidos
ni recibir ningún tipo de atención médica de parte de las colapsadas clínicas.
Delgado
se siente atrapado en Cúcuta pero dice que tiene un plan para llegar a Toledo,
a unos 80 kilómetros al sur de Cúcuta, y trabajar como segador de café o cacao.
Cuando Oscar de 8 años y Luisana de 7
años, halan sus manos gastadas, el agrega: “Ellos son la única razón por
la que aún no me he dado por vencido.”
Él
está apostando por Toledo, no por algún
consejo o información privilegiada, sino por un tenue recuerdo de unas
vacaciones familiares que tomaron en la década de los 80. Recuerda haber visto
la multitud de recolectores de café siendo llevados a los campos, y escuchando
las promesas de trabajo. Pero el sueño de Delgado de una nueva vida en Toledo
se ha estancado: la tarifa de autobús de ida para los tres es de seis dólares,
demasiado exagerado para cubrirlo.
Supervivencia
Según
los expertos, la elección de Maduro y la trayectoria descendente de la crisis
económica significa que las cosas se empeorarán antes de que mejoren.
“El
PIB de Venezuela se ha contraído más del 40% desde el año 2013, la
hiperinflación se ha afianzado, y la producción petrolera, el sostén principal
de exportación del país, se ha reducido a menos de 1,5 millones de barriles
diarios, el más bajo nivel desde 1950,” dice Trinkunas. “Sin perspectivas de
cambio o de una mejor gobernanza, cada vez más venezolanos perderán la
esperanza y huirán al extranjero, y aquellos que se quedan se volverán cada vez
más indiferentes y necesitarán ayuda humanitaria.”
En el
mismo límite de Cúcuta, donde las montañas venezolanas se ciernen sobre las
nubes de tormenta, Carlos Ordaz, un beneficiario del suspendido Programa del
PMA, no está seguro de cómo él alimentará a sus seis niños una vez que los
667,000 pesos (USD 235) de la Agencia de la ONU se le acaben.
Ordaz,
un técnico telefónico de El Tigre en el este de Venezuela, no ha podido
encontrar trabajo legal y culpa a la “xenofobia” colombiana. Su esposa,
Daniela, trabaja como doméstica interna. Ella pasa unas pocas horas preciosas
con sus hijos entre los turnos de siete días y gana 600,000 pesos (USD 211) al
mes, con lo que casi mantiene a su familia a flote.
La
familia de ocho, quien vendió todo para financiar el viaje a través de Venezuela
y se vio obligada por un tiempo a vivir sólo de hojas de yuca silvestre,
comparten dos colchones en una casa rentada de una sola habitación, sin
terminar. No es mucho, pero es seguro, dice Ordaz, y por eso él se siente
agradecido.
“A
veces, me entra la nostalgia, pero no podemos regresar,” dice Daniela. “Ahora
no.”
Sus
dos niñas dibuja figuras de palos de su mamá, papá, hermanos y hermanas bajo la
palabra FAMILIA en un pedazo de papel que le dan a Daniela antes de irse a
trabajar. Sus cuatro hijos comen y comparten tres manzanas cortadas en rodajas
y compradas con los cupones del PMA.
Con la
suspensión del Programa del PMA, Ordaz dice que están de vuelta en el punto de
partida. Comenzarán a racionar suministros, tal cómo lo hacían todos los días
en casa desde el año 2015. “Si este desastre nos enseñó algo, fue cómo
sobrevivir,” dice Carlos, quedándose sólo con un bocado de manzana para sí
mismo.
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