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martes, 19 de junio de 2018

Despertando al ritmo del agua: El derecho a la ciudadanía por @EfectoCocuyo



Por María Pilar García-Guadilla


Despierto de un sueño profundo debido al ruido ensordecedor que hace el chirriar de las tuberías del agua que, cual despertador de antaño, me hacen sentarme de golpe en la cama asustada, pensando que tengo una pesadilla.Aún en estado de vigilia, intento vislumbrar lo que ocurre entre las sombras que todavía arropan mi habitación y me doy cuenta que acaban de “poner el agua” por lo que concluyo que deben ser las 5:25 de la mañana.

En vez de estirarme perezosamente como en otros tiempos, corro a plantarme debajo de la ducha para aprovechar la última gota de tan preciado líquido mientras mi esposo, cuál sonámbulo, monta el cafecito que le retrotraiga al mundo de lo real, al mismo tiempo, que termina de lavar los corotos de la noche anterior; quizás el hecho que aún está dormido le permite hacer dos actividades de forma más o menos eficiente al mismo tiempo.

Mis vivencias me hacen pensar que solo nosotras, las mujeres, somos capaces de hacer dos, tres y hasta cuatro actividades al mismo tiempo, sin enredarnos. Algun@s dirán que esta habilidad que nunca me ha gustado desarrollar en el plano doméstico, sea el resultado de nuestra socialización machista aunque yo prefiero pensar que ello se debe a que realmente poseemos más habilidades prácticas.

Ya debajo de una ducha real, sin mediar totuma que alguien recomendó como el método de limpieza más eficiente en el Socialismo del Siglo XXI, tomo conciencia que disponer de 15 o 20 minutos de agua en la madrugada y en la noche, porque al mediodía estoy laborando es hoy día un raro lujo que libo a costa del rato de descanso frente al televisor para ver mis programas favoritos que desafortunadamente compiten con el horario del agua y siempre terminan perdiendo.

Por contraste, con el campo y tal como diría Henry Lefebre en su libro, El Derecho a la ciudad e incluso Louis Wirth, uno de los primeros urbanistas de comienzos del siglo pasado en su texto seminal titulado, El Urbanismo como modo de vida, el derecho a los servicios básicos entre los que se encuentran no solo al agua potable, sino también a la electricidad, a los medios de transporte para movilizarse y a todos “los beneficios que ofrece la ciudad” como lo son las actividades lúdicas son, no solo característicos de la ciudad, sino además los requisitos para que pueda surgir una Ciudadanía de Derechos tal como la entiende Max Weber en su obra clásica, La Ciudad”.


Con el devenir histórico, los derechos que suponen esta condición de ciudadanía pasaron a la categoría de derechos humanos y se extendieron universalmente a todos los habitantes del planeta,siendo por tanto, uno de sus rasgos más destacados, la inclusión de tod@s sin distingo del espacio habitado, sea éste, el campo o la ciudad. Por tanto, la satisfacción de las necesidades básicas y lúdicas es el prerrequisito material para ejercer la ciudadanía y debe de incluir a tod@s l@s ciudadan@s.

De acuerdo con lo anterior, en Venezuela, la menguante clase media en deriva y en descenso frente a la galopante inflación y el inalcanzable aumento del costo de vida, tiene cercenado su derecho a ejercer la ciudadanía pero sobre todo, los sectores populares quienes soportan aun con mayores dificultades la escasez del agua por tres, cuatro y hasta siete días, la falta de transporte público que oculta la vergüenza e inseguridad de las “perreras” para movilizarse a ejercer cotidianamente las actividades que les dignifican como lo son, el estudio y el trabajo, más allá de la humillación de la dádiva populista de las bolsas CLAP y de la práctica cooptadora y excluyente del Carnet de la Patria.

18-06-18




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