Tulio Ramírez 04 de septiembre de 2018
Mi
último viaje a La Habana fue en 1997. Cuba estaba viviendo lo que
eufemísticamente llamó Fidel “El Período Especial”, el cual no era otra cosa
que el hambre generalizada por la escasez y el colapso de todos los servicios
públicos. Se había desplomado la “indestructible Unión Soviética”, quien
proveía a sus aliados estratégicos en el Caribe, desde agujas para coser hasta
maquinaria pesada para la cosecha de la caña de azúcar. Acabada la manguangua
de la ayuda soviética, Cuba comenzó a sufrir la calamidad de ser un país
improductivo y no acostumbrado a la cultura del trabajo. Esto último puede
sonar sacrílego a los oídos de las viudas del régimen de los Castro, pero es la
total verdad.
Tal
como sucede hoy día en la Venezuela del socialismo del siglo XXI, los cubanos
se dieron cuenta hace más de 50 años que el logro de cierto bienestar no estaba
asociado al trabajo formal por los miserables sueldos que recibían. El
gobierno, dueño de todo, reconocía el esfuerzo productivo con unas palmaditas
en la espalda y una condecoración llamada “Héroe del Trabajo”, que no era
intercambiable por comida o enseres en ninguna de las pocas tiendas de la
ciudad. Los cubanos, ante esa realidad, apostaron por la economía de esfuerzo,
total, ganaban lo mismo quien le echaba un camión de bolas y quien trabajaba lo
menos posible. En la búsqueda de alternativas para conseguir unos ingresos
extras, se dedicaron al comercio informal y clandestino. Se compara, vendían o
intercambiaban productos sustraídos de los lugares de trabajo.
Durante
el llamado “Período Especial”, la cúpula en el poder decidió utilizar el
turismo como medio para captar divisas. Los cubanos, ni tontos, se arrimaron al
mingo. Comenzó a desarrollarse un mercado dirigido a los turistas
Uno caminaba
por San Lázaro, La Rampa o por la 23, y se le acercaba un “camarada” ofreciendo
una caja de 20 tabacos Cohiba por 25 dólares cuando en la Tienda para turistas
tenía un valor de 220 dólares, o cajas de PPG (pastillas a la cual se le
atribuían poderes afrodisíacos) vendidas a 5 dólares cuando su valor al turista
era de 60, o un mesonero en Varadero te ofrecía una langosta en 8 dólares,
cuando en el menú marcaba 45. Proliferaron taxistas que pactaban con el turista
paquetes completos, eludiendo a los “supervisores del Estado” quienes
“chequeaban” cada cierto número de esquinas al camarada taxista por si se salía
de la ruta establecida.
Por
supuesto, todos, independientemente de su profesión universitaria, querían ser
ascensoristas, botones, guías turísticos o personal de limpieza en el Hotel
Habana Libre, el Nacional, el Neptuno, el Tritón o el Saint Jhon’s. ¡Peso o
Dólar, Dólar!, esa era la consigna. El Patria o Muerte quedó solo para
finalizar los discursos
En las
tiendas de La Habana no se conseguía nada. La mayoría de los establecimientos
estaban cerrados o a medio abastecer, pero en los subterráneos del comercio
informal conseguías todo. A la fecha el gobierno cubano no ha podido domesticar
la economía informal. Por esta razón ha decido ir poco a poco liberando las
amarras e incentivando el comercio privado. Partió del principio
marxista-leninista tropicalizado que reza “si no puedes partir el coco,
utilízalo como martillo”. Ahora permiten pequeños negocios particulares a
cambio de un impuesto.
En
Caracas se está reproduciendo esa manera de vivir. Si caminas por los
alrededores de Quinta Crespo conseguirás que de cada 10 comercios 7 se
encuentran cerrados. En los que están abiertos hay muy poco que ofrecer
Farmacias
con estantes de 2 metros y solo 3 botellitas de alcohol y una cajita de jarabe
para la tos; abastos que venden pura verdura y velas; carnicerías donde se
venden terminales de animalitos porque no hay carne ni pollo; taguaras que
venden productos de limpieza donde el comprador debe llevar el envase.
Es una
zona donde los edificios están tan destartalados como las casas ruinosas de La
Habana Vieja, y la tristeza acompaña a unos transeúntes quienes, al igual que
los cubanos, llevan una javita (bolsita) con dos tomates, una cebolla, un huevo
y unas ramitas de cilantro porque fue para lo que alcanzaron los reales.
Mi
conclusión: Caracas, al igual que La Habana, también se ahogó en el Mar de la
Felicidad
Tulio
Ramírez
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