Heinz Dieterich 03 de septiembre de 2018
1. Entre
neofascimo y dictadura
En un
reciente artículo (ver Aristegui Noticias) definí el proyecto nacional
de Andrés Manuel López Obrador como un proyecto de Centro con Compromiso
para las Mayorías (CCM); no de “izquierda”, tal como generalmente se usa el
término, con ligereza, en América Latina. Pese a que un CCM no tiene nada de
malo en la situación actual del hemisferio, caracterizada estratégicamente por
el colapso de la socialdemocracia criolla (Lula, Kirchner, Correa, Murillo,
Maduro), la amenaza a la democracia por el neofascismo monroeista del Norte e
iniciales dictaduras militares por el Sur, el concepto causó la saña de
dogmáticos e ilusos, por igual. Una saña suicida, que hace recordar la famosa
frase del historiador argentino Jorge Abelardo Ramos: ¡Pobre de América Latina.
Los pillos y los pendejos siempre juntos!
2. Centro
y Ultras
No
tiene nada de malo un programa de centro para México, ni para América Latina,
por tres razones
1. En la
actualidad no existe ningún proyecto de izquierda serio en la Patria Grande, es
decir, ningún proyecto de transformación sistémica. Y a nivel mundial solo se
halla en status nascendi (forma incipiente) en China, en los
designios de Xi Jinping;
2. Tampoco
hay un sujeto social o político de importancia en el continente americano, que
podría desarrollar o implementar un proyecto de este tipo. Por eso, exigir un
gobierno de izquierda de “obreros y campesinos”, es simplemente un meme
anacrónico de la sociedad industrial; una utopía extemporánea, cuyo intento de
implantación terminaría en la distopia.
3. El
concepto “centro” es la base epistemológica de nuestro Ser: es el GPS que determina
la praxis de sobrevivencia. Mal “calibrado”, ese software y soft
power (sistema operativo) lleva los actores a la destrucción
ontológica (real). Pese a la importancia y utilidad práctica del concepto, su
uso molesta a los populistas de la ultraizquierda y la ultraderecha. ¿Por
qué?
3. El
asalto de la Ultraderecha
La ira
de la ultraderecha frente al triunfo del centro se deriva de su extremismo y
dogmatismo ideológico que rechaza cualquier compromiso real sobre la conducción
de la sociedad. Su visión del mundo es binaria y, al igual que los
fundamentalistas religiosos, sufre de una psicosis colectiva, que le obliga a
exorcizar toda verdad incompatible con sus delusiones. En la ecuación que
determina su praxis extremista, el “centro” es una herejía intolerable del
sendero del Santo Grial que tiene que ser extirpado.
4. El
asalto de la Ultraizquierda
En la
ultraizquierda, el ataque al Centro se deriva de una combinación de arrogancia
intelectual y de auto-asumirse de manera desmesurada como el auténtico
representante “del pueblo”, de “los trabajadores”, de “los pueblos indígenas”,
de “los campesinos”, etcétera. Más poderoso aún que este mind set (pensamiento) narcisista
son sus intereses utilitaristas, es decir: defender sus franquicias de poder,
como columnas periodísticas, espacios televisivos, corporativismos sindicales,
cofradías académicas oligopólicas, nomenclaturas partidistas y movimientos
sociales bajo control de gurús y caciques. A este conglomerado variopinto se
agrega todo un cohorte oportunista de poetas, filósofos y expertos al vapor,
que demandan ser protagonistas de la transición.
5. El
mantra vanguardista
El
asalto oportunista al Transitor es peligroso, porque cuando es exitoso,
la ultraizquierda, los señoritos académicos (ver Ecuador) y los
tecnócratas llenan los cargos de conducción con arribistas, vividores y
dogmáticos, que se constituyen en un nuevo sector de la clase política. Si el
líder desaparece y las condiciones lo permiten, se transforman en usurpadores
del poder. La camarilla socialdemócrata delincuencial de Maduro, que ha
destruido a Venezuela, pero también los “contras” de Gorbachev son ejemplos de
esta dinámica. El mantra de este cohorte de desviación, cuyo acceso a medios
masivos de indoctrinación es inteligentemente facilitado y financiado por las
fuerzas corporativas de la reacción, es el meme propagandístico, que ellos son
la verdadera vanguardia nacional (avantgarde) y que el Centro es una
posición inferior. Se trata de un raciocinio especioso y una metafísica
narcisista tonta, dado que el centro de un proceso social, al igual que su
vanguardia, son situacionales. Las dos posiciones sistémicas pueden, por lo
tanto, convertirse dialécticamente en su contrario, dependiendo de las
condiciones objetivas.
6. El
Centro como Vanguardia
La
realidad cósmica, incluyendo a la social, está constituida por una unión
dinámica de opuestos. Debido al incesante movimiento de la materia –movimiento
igual a cambio– la correlación de fuerzas entre los opuestos sufre variaciones,
lo que genera las transiciones sistémicas. Esto significa que las tres
posiciones esenciales que caracterizan políticamente a toda comunidad e
institución humana –vanguardia, centro y retaguardia– son dinámicas y
situacionales. A diferencia, por ejemplo, del status estático
de las coordenadas geográficas de la cartografía. Un ejemplo bélico lo ilustra.
En la guerra, la ofensiva es la “reina” de las operaciones. Sin embargo, cuando
un contingente militar se queda encerrada en un “caldero”, la medida adecuada
de vanguardia es la retirada, para impedir su destrucción. Combinando este
razonamiento dialéctico con el aforismo de Bismarck, de que la política es el
arte de lo posible, y con el axioma de la ética, de que un proyecto social sólo
es ético, cuando es viable (realista), entonces queda evidente, que en muchos
contextos políticos latinoamericanos actuales una posición de centro es
equivalente a una posición de vanguardia. La vanguardia es una función
dependiente de las condiciones objetivas en que actúa el Transitor, no la
presunción de élites y caciques dominantes o la reliquia de una narrativa.
7. Preservar
el Centro
Cuando
un proyecto nacional de centro logra convertirse en gobernanza, necesita
cumplir con dos tareas primordiales: atender las necesidades de la gente lo
mejor posible, dentro de las limitaciones que imponen las condiciones objetivas;
asimismo, preparar la hegemonía y conservación del poder, más allá del primer
mandato.
Repetir
el ejercicio de gobierno exige satisfacer tres imperativos. 1. Tener un líder
capaz de asumir la continuidad del proyecto. La catástrofe de los gobiernos
socialdemócratas en Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador y Nicaragua, radica
en gran medida en el nombramiento de políticos que no estaban a la altura de la
tarea: Dilma Rousseff, Cristina Kirchner, Nicolás Maduro, Lenin Moreno
y Rosario Murillo. 2. Mantener al Partido vivo como un vaso
comunicante entre el pueblo y el gobierno-partido, en términos de flujo
bidireccional de información, poder, participación, justicia y anticorrupción.
El Partido Comunista de China bajo Xi Jinping es un modelo exitoso al respecto.
3. La formación de cuadros jóvenes en Escuelas de Formación en lo Político.
Ningún partido político occidental, llámense Partido Socialista, Partido de los
Trabajadores, Partido del Trabajo o Partido Comunista, tiene escuelas
respectivas que merezcan el nombre. Donde existen, son aulas de indoctrinación
del liberalismo burgués o cajas de resonancia de una ortodoxia dogmática fuera
de tiempo. Y tampoco tienen idea de cómo formarlos, porque –a diferencia
de Marx, Engels, Lenin y Mao– están a años de luz de la ciencia de vanguardia,
que inevitablemente tiene que ser el fundamento de la enseñanza en lo político
y en la cultura.
8. La
encrucijada latinoamericana
Colapsada
la época de la socialdemocracia criolla, los pueblos de la Patria Grande se
encuentran una vez más entre el neofascismo monroeista del Norte y las
proliferantes dictaduras del Estado de Seguridad Nacional del Sur. Pueden
“escoger” entre los ineptos delincuentes neoliberales como Macri, Temer, Moreno
et al, y los ineptos delincuentes socialdemócratas como Maduro. Unos que otros
han destruido las economías nacionales, la democracia formal burguesa y el
contrato social de la nación. En consecuencia, la espiral hacia las dictaduras
militares avanza. En el caso de la socialdemocracia, todo el desastre se ha
desarrollado con la complicidad de los gobiernos “progresistas” que se han
callado la boca ante los crímenes y mentiras de Maduro. Sustituyeron la
solidaridad revolucionaria internacional por la cultura de la mafia y la omertá (ley
del silencio). Incluso hoy, cuando Maduro pretende ejecutar su mayor
crimen, tratando de provocar desesperadamente una guerra con el peón terrorista
criollo de la OTAN, Colombia –usando el pueblo como carne de cañón– o la
intervención militar del Monroeismo, para salvar su pellejo, se callan esos
gobiernos, líderes y partidos “antiinmperialistas”, socialistas y comunistas de
América Latina. ¿Como quieren así, que “la Izquierda” tenga algún papel
progresista que jugar en la Patria Grande?
9. Son
líderes
Se
entienden como líderes. Y, sí lo son. Pero líderes de la retaguardia histórica.
Sólo les importan las relaciones con los Estados. Los pueblos que sufren la
represión y el hambre, no les interesan, ¡Una auténtica vergüenza histórica,
esa “Izquierda” criolla!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico