Inés Muñoz Aguirre 20 de febrero de 2019
@imunozaguirre
Venezuela atraviesa una de las más graves crisis que
le ha tocado vivir a lo largo de su historia. No solo desde el punto
de vista económico, si no en todas las instancias, incluyendo las que podrían
ser consideradas de mayor gravedad como las referentes a los valores y a la fe.
Cuando se habla de crisis se habla de peligro, y en la medida en que nos hemos
radicalizado como sociedad, donde la “política” pareciera ser la
protagonista de todo, hemos perdido incluso los referentes más
importantes, aquellos que pueden actuar como guías y contención de una
sociedad. Cuando se habla de “cambio”, es imposible transitar el camino
adecuado si con solo ver los gestos y analizar la palabra, entendemos que
cualquier ámbito de comunicación se ha convertido en un campo de batalla.
Buscando una voz que pueda tendernos “un cable a tierra”, me acerco al Cardenal
Baltazar Porras. Un hombre, que ha vivido la historia de nuestro país durante
los últimos veinte años, lidiando con el compromiso de que Venezuela
cuente en todas las instancias, con un liderazgo cónsono con las necesidades de
desarrollo.
El Cardenal es un hombre que en estos días,
convertido en la “voz del pueblo”, ha puesto con serenidad pero con firmeza,
temas de gran interés sobre el tapete. De sus declaraciones más recientes
me atrevo a recoger: “En el 2016 la Iglesia desempeñó un papel de
garante a solicitud de los partidos, esto fue un gran esfuerzo por
resurgir de la crisis de manera pacífica e institucional, a través de la
negociación, entre el gobierno de Maduro y la Mesa de Unidad
Democrática. Se pusieron sobre el tapete una serie de condiciones
que debían cumplirse, solicitudes indispensables para que ese dialogo se
desarrollara de manera fructífera y efectiva. Todos esos
intentos, desafortunadamente han sido interrumpidos, porque nunca se cumplió lo
acordado en las reuniones. Maduro buscó el diálogo, a través del
Vaticano y luego desatendió los compromisos adquiridos. Es
importante aclarar que como Iglesia reconocemos que se trata de colocar el bien
común por encima de cualquier otro interés. Eso significa llevar
adelante un trabajo por la unidad y la paz, pero hay una sorda resistencia del
régimen. Hoy dos años después, de todo lo planteado, hay que agregar
la evolución de la situación en la que se encuentra sumida nuestra sociedad, se
hace perentorio en medio de esta crisis, evitar cualquier forma de
derramamiento de sangre. La Iglesia está como siempre con el sufrimiento del
noble pueblo venezolano, que parece no tener fin. No podemos obviar que ahora
nos encontramos en una situación de una ilegitimidad de origen, por lo que se
necesita en este momento escuchar la voz del pueblo. En estas
ultimas semanas se nos ha mostrado como los que más salen a protestar son los sectores
populares, porque el hambre, la necesidad y la angustia, está en todos los
hogares. Esta situación requiere de una solución pacifica. Todo lo que sea
llevar a la violencia y a la guerra, o a cualquier enfrentamiento, no conduce a
nada.
_¿Muchos se preguntan si la Iglesia debe estar
ligada a la política?
_Sería absurdo pensar que estamos en un desierto o
en una nube. Todo lo que hacemos hoy en día, tiene repercusión en la Poli, en
la sociedad, en el entorno. No hay duda que los valores religiosos, el de la
honestidad, el de la verdad, el del bien común, siempre tienen una relación con
la cara negativa que podemos encontrar en el corrupto, en el manipulador, en el
que se aprovecha del otro. Ese es un ámbito donde tenemos el reto de asumir que
el otro es distinto, pero que el ser distinto no significa que es el enemigo de
uno. Que hay que trabajar por él. Somos compañeros de camino y debemos
enriquecernos como lo hace nuestro padre, nuestra madre cuando somos
pequeños, el entorno familiar.
_ Entiendo que en ese hacer “política”, nos
habla de la necesaria participación de cada quien para re-construirnos como
sociedad…
_ Yo viví una experiencia de niño en lo que hoy en
día es el centro de Caracas, en Santa Teresa, Santa Rosalía, donde
vivía y estudiaba, en el colegio Fray Luis de León. Salíamos a la calle, niños
y adolescentes que regresábamos a nuestra casa con un gusto y una tranquilidad
inolvidables. Con un bulto lleno de cuadernos, y yo no recuerdo nunca que
alguien nos hubiera querido asaltar, si no que por el contrario, uno se
saludaba. Todo eso hay que recuperarlo porque no es justo que uno salga a la
calle atemorizado, pendiente siempre de que sombra se te viene encima para
atacarte y robarte. Llevárselo a uno por delante. No es justo tener que vivir
entre rejas y no querer ver a nadie que no conozcas.
_ ¿Cómo piensa usted que eso se puede
recuperar?
_ Hay una cantidad de experiencias. Cuando se
detectan necesidades concretas, eso une a todas las comunidades. Un hueco en la
calle no es bueno para quien es mi enemigo, pero también es malo para mí, así
que entre los dos tenemos que taparlo. Si lo tapamos entre los dos, pasamos por
allí sin ningún problema. Creo que este tipo de experiencia de la ayuda mutua y
solidaria se está dando mucho en los barrios, y en esto ayudan mucho las
abuelas quienes no solo son madres de sus hijos, sino de sus nietos. Estas son
experiencias que hay que multiplicar. Estos son problemas no solo nuestros, así
que la Iglesia Latinoamericana ha desarrollado una gran cantidad de programas para
la paz exterior y para la paz interior, la del corazón, la que nos abre la
posibilidad de compartir y convivir. Eso lo estamos llevando adelante aquí en
Caracas con la creación del Centro Diocesano Monseñor Arias Blanco, con la
Pastoral de la Esperanza. Para el aprendizaje de lo humano, lo ciudadano, lo
religioso y la capacidad de entender que somos protagonistas, que no podemos
estar esperando siempre un Mesías que nos saque de abajo. Esta es una
experiencia positiva en países con conflictos de guerra y estoy
seguro que entre nosotros que poseemos ese espíritu de alegría, el caribeño,
estos programas abren caminos de esperanza.
_ ¿De qué otra forma avanza el
trabajo constante de la Iglesia en nuestras comunidades?
_ Anoche en una reunión, me hicieron una
pregunta: ¿Cuándo la Iglesia se va a ocupar de los niños? Y yo respondí, eso lo
hacemos todos los días, no solo con el programa Saman de Caritas, Sistema de
Alerta, Monitoreo y Atención en Nutrición y Salud, que se hace en los barrios y
responde a un programa internacional para recuperar a los niños desnutridos,
ayudar a las madres embarazadas que no tienen capacidad ni para alimentarse
ellas mismas, ni para alimentar a sus hijos, si no que tenemos 35 centros que
atienden a niños en las zonas más marginales de la ciudad. Atendemos entre
ochocientos y mil niños a diario en zonas marginales. Estas son cosas a las que
no se les da publicidad. Necesitamos superar aquello de “que no sepa
tú mano izquierda lo que hace tu mano derecha”, porque en la sociedad globalizada
de hoy la existencia de pequeñas buenas noticias, ayudan a que surjan otras
buenas noticias. Otro de nuestros programas es “La olla solidaria”, éste era un
programa temporal, que se convirtió en permanente y necesario, y lo que se
consigue allí, no es que lo dan unos cuantos ricos, sin duda hay quien
colabora, pero cuando ves a una gente que no tiene y que llega con dos papas,
con un paquetico de arroz, piensas en la ayuda de la que habla El Evangelio,
“esta dio un centavito, pero dio más porque era lo único que
tenía”. Creo que este tipo de experiencia nos debe llevar a ignorar
lo que a nivel político se nos ha inculcado, que todo tiempo pasado fue malo, y
que ahora es que llega lo bueno. Esos discursos nos crean una especie de incapacidad
y nos hace perder la memoria de lo mucho y lo bueno que hemos heredado de
nuestros mayores , y que la obligación nuestra es multiplicarlo.
_En este momento otro de los temas delicados es
el de la ayuda humanitaria…
_Yo creo que lo primero que hay que entender es qué
es la ayuda humanitaria. Surge cuando hay una necesidad real, y en el caso
nuestro es una emergencia humanitaria, que tiene que atender a los más
vulnerables. Urge atender a los niños recién nacidos, a los ancianos, a los de
enfermedades crónicas, esto nos tiene que hacer tomar conciencia de que si
necesitamos la ayuda humanitaria es porque algo está
fallando. Ha fallado el sistema o el régimen en el cual
estamos, así que la solución se logra cambiando de raíz las reglas del juego, y
que estas nos conduzcan a que a través de nuestro propio trabajo podamos
conseguir lo que necesitamos para poder vivir mejor.
_ ¿En medio de la crisis qué podemos esperar
de la Iglesia?
_ Que sea un ámbito de base, un recinto de paz, un
ámbito de re-encuentro que nos permita descubrir que el otro no es tan
distinto, que tenemos cosas comunes que debemos potenciar para que nos
enriquezcamos mutuamente y alcancemos una sociedad mejor, más fraterna, más
solidaria, más respetuosa, amigable y alegre. Desde la iglesia tenemos que
vernos hacia adentro. Tenemos que ver oír y compartir el clamor de la gente,
conocer sus inquietudes, sus angustias y sus esperanzas, porque esta es la
razón de ser de la Iglesia como institución. Tenemos que acompañar a una
sociedad como la nuestra tan llamada a la violencia y a la polarización a abrir
espacios para la fraternidad y el encuentro entre todos. No podemos
dejar que nos roben una de las herencias más importantes que tenemos como
venezolanos, que es la de convivir, compartir las experiencias, tanto las
positivas como las negativas. No ver al otro como mi enemigo, sino verlo como
mi hermano. Al distinto, al otro, pero con quien tengo necesidad de estar para
poder abrir un camino para todos.
_ ¿Cómo podríamos contribuir como sociedad a
desmontar la polarización?
_ Pensemos en no hacer al otro, lo que no queremos
que nos hagan. Si a uno le molesta que le peguen, que lo insulten, que lo
conminen a algo, tenemos que pensar que el otro, está en la misma posición.
Tenemos que descubrir muchas pequeñas cosas que a veces no vemos, la
solidaridad que hay en los barrios, en los edificios, en las urbanizaciones, en
la calle, hay tantas cosas que le dan a uno esperanza. Es cierto el dicho que
dice que nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, pero la necesidad de
recurrir a lo trascendente, a lo religioso no debe ser solo una catarsis para
sentirse uno tranquilo, si no que nos tiene que llevar a un principio muy
cristiano, la oración que nos lleva a la acción, y la acción es siempre
compartir con el otro. Es la segunda parte del Padre Nuestro, perdonad a quien
nos ofende y dar al que menos tiene.
_ Más allá de los actos de fe, hay una
realidad que está allí a la vuelta de la esquina, ¿qué hacer para accionar
frente a esa realidad?
_ Hay que escuchar la voz del pueblo, es
la eterna obligación que tenemos todos. No podemos creer porque estamos en
sitios de mando o sitios superiores en la sociedad, que uno tiene la respuesta.
Hay que oír siempre, porque esa voz del pueblo es la que nos hace ver que si lo
hacemos mal hay que corregir. Finalmente si lo hacemos mal y se nos
está diciendo, hay que seguir el ejemplo de Emparan: “si no quieren mi
mando, yo tampoco quiero mando”
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