Ysrrael Camero 18 de febrero de 2019
El
proyecto histórico de las izquierdas se encuentra inserto en la médula de la
modernidad occidental a varios niveles. Adquiere sentido dentro de la búsqueda
moderna de la liberación del ser humano de las cadenas, de la autodeterminación
de cada individuo, lo que lleva hacia la reivindicación de la razón ilustrada
como fuerza que lleva luz donde reina la oscuridad de la ignorancia y de la
opresión. En ese clima racionalista e ilustrado se incubaron las ideas que
darían pie a las izquierdas en sus diversas facetas, que se desarrollarían
luego bajo el signo del romanticismo decimonónico.
Desde
que hace su aparición, como una temprana dicotomía, durante la Revolución
Francesa, varias ideas han movilizado a las izquierdas como fuerzas de cambio,
su oposición al absolutismo y a las tradiciones feudales, su amor por la
libertad humana como un objetivo universalizable, y su confianza en que el
destino del hombre se encontraba en sus propias manos.
La
construcción del Estado liberal, con sus poderes limitados, su cuerpo de
derechos individuales garantizados por un sistema legal, así como el énfasis
que las fuerzas liberales ponían en convertir súbditos en ciudadanos forma
parte de la larga tradición de las izquierdas modernas.
En este
proceso la expansión de la ciudadanía se impulsó en dos sentidos. Primero, la
lucha por la incorporación de nuevos sujetos, tanto obreros y campesinos
que se encontraban sometidos a diversas formas de opresión, como de las
mujeres, que habían venido siendo silenciadas y relegadas fuera de la vida
pública. Pero también con la metamorfosis de lo que se entiende por ciudadanía,
la expansión del corpus de derechos y deberes que dan forma a nuestro rol en la
comunidad, a la ciudadanía civil se incorporó la expansión de la ciudadanía
política, la lucha por la universalización del voto, posteriormente se
incorporaron derechos económicos y sociales, avanzando más allá de la agenda
liberal clásica.
Con
cada nueva expansión de los sujetos también se ampliaba la noción misma de
ciudadanía. Es el largo recorrido de las democratizaciones, entendidas como
movimientos históricos hacia unas relaciones entre gobernantes y gobernados
cada vez más marcadas por consultas mutuamente vinculantes, cada vez más
amplias, más iguales y más protegidas, siguiendo a Tilly. Allí las izquierdas,
democráticas, republicanas, liberales, socialistas, socialdemócratas,
laboristas, etc., fueron protagonistas.
También,
más allá de lo que el liberalismo decimonónico era capaz de construir, las izquierdas
fueron protagonistas en la configuración del Estado social de derecho, elemento
constitutivo de las democracias contemporáneas, con su Estado de bienestar,
servicios públicos universales, sanidad pública y educación pública.
Todos
estos artefactos modernizadores eran instrumentos de construcción de una
ciudadanía porque tenían como meta la plena libertad de todos y de cada uno de
los ciudadanos, frente a la miseria, la ignorancia, la enfermedad y las
distintas formas de opresión. Allí podemos determinar la continuidad entre la
agenda liberal y la agenda socialista, socialdemócrata, laborista, incluso
nacional-popular para América Latina.
La
disrupción y el abismo
Pero
otros exploraron una vía disruptiva. Durante la primera crisis de la
civilización liberal aparecieron experimentos anti-liberales que protagonizaron
los violentos episodios del siglo XX. Debemos prestar atención a aquellos
debates entre Bernstein, Rosa Luxemburgo y Lenin para comprender como se
debilitó el vínculo entre las distintas familias de las izquierdas, entre
quienes veían la continuidad entre las luchas liberales y las socialistas y
quienes las concebían disociadas. Porque la diferencia entre la
socialdemocracia y el comunismo no es de grado, sino de sustancia, para
entenderlo hay que releer “Mi viaje a la Rusia sovietista” de Fernando de los
Ríos, encontrando el momento en que el abismo se abre y los caminos se separan.
Esa
ruptura tuvo hitos críticos. En Europa fue la Revolución bolchevique de 1917 y
la división entre comunistas y socialdemócratas. Los primeros se embarcaron en
la construcción de un experimento totalitario, anti-liberal, que derivó en
nuevas formas de opresión, el fracasado experimento soviético. Los segundos
continuaron impulsando su lucha por la libertad plena de todos y de cada uno de
los ciudadanos con un compromiso por la construcción de sociedades más justas y
más libres.
En
América Latina el hito de ruptura fue la Revolución cubana de 1959. Hasta ese
momento la construcción de la democracia había sido el gran proyecto histórico
de las izquierdas latinoamericanas. La emergencia de Fidel Castro dividió el
campo en el continente. Cuba se fue convirtiendo en otro experimento
totalitario, anti-liberal, anti-democrático, que movilizaba banderas
antiimperialistas mientras establecía un control totalitario sobre su población
y un aparato de propaganda global que lo justificaba. Frente al castrismo
permaneció activa una izquierda reformista, que insistió en seguir impulsando
la construcción de repúblicas democráticas que permitieran a sus ciudadanos una
vida más libre en una sociedad más justa.
Cuando
tomamos una perspectiva de largo aliento para comprender procesos históricos
seculares podemos percibir texturas. Quienes pretendieron dividir a las
izquierdas negando la continuidad entre las luchas liberales y las socialistas
terminaron promoviendo experimentos sociales opresivos y procesos liberticidas.
Tanto la URSS como la Revolución cubana terminaron en fracaso, sostenidos a
contravía del proyecto de Modernidad. Es allí donde las izquierdas que
pretendan seguir siendo una fuerza progresista con capacidad para darle forma
al futuro no pueden volver, ni con la nostalgia, al ser vías clausuradas por
reaccionarias.
¿De
qué depende la supervivencia de las izquierdas como fuerzas progresistas?
Para
poder volver a ver al progreso a la cara es necesario ajustar cuentas con el
pasado. Hay elementos que profundizar, mientras otros es necesario enfrentar,
rechazar y desterrar. Es el proyecto histórico de la Modernidad el que funciona
como marcador. Los avances en el proceso de liberación del hombre de todas las
cadenas que lo atan, en la superación de todas las formas de opresión, sumisión
y explotación, es el hilo de Ariadna que podemos rastrear como evidencia de
progreso en los últimos siglos.
Eso
nos lleva a reivindicar y potenciar, dentro de la continuidad de las luchas
políticas y sociales de las izquierdas, la expansión de las libertades humanas,
de la capacidad de que el hombre sea dueño de su destino, la ampliación de la
ciudadanía, de los derechos civiles y políticos, económicos y sociales. El
Estado de Bienestar, los servicios de seguridad social que protegen al hombre
de su propia vulnerabilidad, la educación que lo libera de la ignorancia, la
sanidad que lo libera de la enfermedad. Todo esto se encuentra en el saldo
positivo de la lucha de las izquierdas.
Pero
es imprescindible romper con las tentaciones totalitarias y autoritarias. No
son Fidel Castro ni el Che Guevara referencias útiles a una izquierda
progresista hoy, como no lo son tampoco Lenin, Stalin o Mao. La búsqueda de la
unidad en las izquierdas no es útil sin resolver el tema del autoritarismo
propio y las libertades ajenas. Caso contrario la izquierda quedará enceguecida
para ver las dimensiones de los monstruos autoritarios que se elevan usando sus
banderas, de las fuerzas que asesinan en su nombre, de quienes mueren bajo la
opresión de sus proclamas. Esta ceguera asume forma de chantaje purista contra
los moderados. La dificultad de asumir al régimen cubano como totalitario, de
percibir como dictadores a Nicolás Maduro en Venezuela o a Daniel Ortega en
Nicaragua, arrastra a muchos dirigentes de izquierda a una indolencia criminal.
Esa rémora impide que se restablezca el vínculo histórico entre las izquierdas
y la democracia en la mente del ciudadano.
La
única manera de hacer frente al vendaval reaccionario y darle forma al futuro
como fuerzas progresistas es explorar y reivindicar la relación existente entre
las tres grandes tradiciones políticas de la modernidad: la socialista, la
democrática y la liberal. Las izquierdas, solo así, pueden volver a defender
las libertades civiles y políticas de todos y de cada uno sin anclas
autoritarias ni nostalgias armadas.
Ysrrael
Camero
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