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sábado, 23 de febrero de 2019

Lo grande y lo pequeño, por @laureanomar




Laureano Márquez 22 de febrero de 2019

Una noticia despierta nuestra reflexión e interés: Andrómeda se acerca a toda velocidad hasta nuestra Vía Láctea (Milky Way en inglés en honor a la célebre barra chocolate), parece que la colisión es inevitable.

Andrómeda se mueve a una velocidad de 300 kilómetros por segundo. Según este dato, la galaxia vecina avanza hacia nosotros 25.920.000 kilómetros cada día. La cifra perturba, asusta, estremece. Para que se den una idea, es como ir 37.241 veces a Maracaibo (o sea, ni Carlos Andrés en su primera campaña de “ese hombre sí camina”). Inevitable meditar en lo pequeño y breve que es todo lo humano.

Pienso en las grandes cosas que el hombre ha hecho: pinturas, catedrales, sinfonías, Stonehenge, el ícono de la Trinidad de Rublev y el Empire State. Todo ello será alguna vez polvo cósmico (o no, ¿quién puede saberlo?). Nos sentimos pequeños ante dimensiones que a nuestra mente se le escapan, pero a la vez somos grandes, porque comprendemos todas estas cosas, que existen porque las pensamos y somos capaces de abarcar dimensiones infinitas en el universo -no menos misterioso- de nuestro entendimiento.

Decía Kant: «Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto, a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». Por encima de nosotros, el infinito universo insondable y dentro, en el interior de cada uno, otro infinito: el moral, nuestro deseo de ser buenos, nobles, justos y grandes y de que esa belleza interior se exprese en el arte, en la perfección de cuanto hacemos. Para ello, cada uno de nosotros -pequeñas criaturas- ha recibido un don de don Dios (que basta ya de esas confiancitas con el Padre Celestial).

En medio de todo, una buena noticia: la colisión de ambas galaxias según las más recientes estimaciones se producirá dentro de 4.500 millones de años y no dentro de 3.900 millones, como estaba previsto en cálculos anteriores. Esto nos da sin duda un pequeño margen de tranquilidad de 600 millones de años (muchísimos viajes a Maracaibo).

No hay fotografías de la Vía Láctea, lógico, porque vivimos en ella, necesitaríamos un palo de “selfie” de 27.000 años luz (Esto es 9 billones 460 mil 800 millones de kilómetros multiplicado por 27.000). Pero nos hacemos una idea porque tenemos fotografías de Andrómeda, que parece ser muy parecida a nuestra galaxia. Dice uno “nuestra galaxia” como quien dice nuestra casa, que es un grano de arena que habitamos en la playa del universo y nuestro sistema solar, en medio de ella, una hormiga que deambula por África y la tierra el mingo del juego de bolas criollas del sistema solar. Y dentro de la tierra, el que te conté -como usted o yo- un punto insignificante. La pregunta astronómica es: ¿cómo puede un punto insignificante torcer el destino de tantos seres humanos y reducir a polvo cósmico a una economía? Es obvio que es porque este pequeño punto -como tantos otros tontos en la historia- se cree el centro de la Galaxia.

En definitiva, lo que hace maravillosa la aventura humana es que en cada una de nuestras existencias -pequeñas si las comparamos con el cielo estrellado- existe una posibilidad de grandeza infinita para el bien, el amor, la paz y la humanidad. Es una pena que algunos, para seguir con la astronomía, terminen transformando sus vidas en un agujero negro que, por cierto, suele definirse como “el resultado final de la acción de la gravedad extrema llevada hasta el límite posible”, que es lo que, justamente, sentimos hoy los venezolanos.

Laureano Márquez

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