Gonzalo González 20 de febrero de 2019
El
chavismo vive su peor momento desde abril del 2002, cuando estuvo casi dos días
fuera del Gobierno; hay quienes estiman que los actuales son tiempos finales
del régimen inaugurado en 1999. Prefiero ser más cauto al respecto aunque
reconozco que las presentes circunstancias y tendencias apuntan a la
sustitución del status quo imperante. ¿Qué lo sustituirá? Eso está por verse.
Las
presentes y graves tribulaciones oficialistas son consecuencia del proyecto
chavista de dominación y de errores estratégicos y de cálculo cometidos en el
2017 y 2019.
El
régimen viene pagando con creces su empeño de cubanizar Venezuela con todas las
consecuencias negativas que tal despropósito entraña: la tragedia humanitaria
en progreso y el retroceso colosal en todos los órdenes de vida que la nación y
sus habitantes padecen. La sociedad responsabiliza mayoritariamente al chavismo
de sus desventuras.
Los
acontecimientos del presente demuestran que el régimen cometió un error
estratégico al no disolver la Asamblea Nacional en el tercer trimestre del
2017, cuando luego de que las grandes movilizaciones opositoras no pudieron
lograr la salida del régimen – aunque si infringieron considerables daños a la
imagen del mismo, que tuvo que acudir a la represión brutal como recurso para
sostenerse -, además el oficialismo tuvo la fuerza suficiente para imponer la
Constituyente (en realidad un Parlamento paralelo).
Una
vez instalada la Constituyente, considerada por la comunidad internacional
democrática y por muchos aquí como el colofón del golpe de Estado, era el
momento adecuado, por la debilidad e impotencia del movimiento democrático para
reaccionar con fuerza, para acabar con la Asamblea Nacional, el precio a pagar
ya estaba amortizado por la creación del parlamento paralelo y la brutal
represión. La coexistencia de ambos parlamentos terminó por perjudicar al
oficialismo.
La
operación Guaidó Presidente (verdadero golpe noble en la línea de flotación del
régimen) no hubiese sido posible con una AN disuelta y en el exilio. Y aquí
viene el primer error estratégico del 2019: subestimar la presidencia Guaidó y
calificarla de payasada. La Presidencia de marras ha devenido en un Gobierno
paralelo reconocido por la mayoría determinante de los estados democráticos. El
Ejecutivo paralelo es un verdadero contrapoder con todos los efectos y
consecuencias del caso.
El
posicionamiento chavista en relación a la ayuda humanitaria es su segundo error
estratégico. Indiscutible tiro en el pie, situación perder perder.
En
este tema optaron por la peor de las opciones: negar la tragedia humanitaria,
desdeñar la necesidad de ayuda, calificar la que va llegando de contaminada y
cancerígena, impedir su eventual ingreso al país; y por si fuera poco anunciar
que sus aliados los proveerán de un socorro del cual han afirmado que es
innecesario
La
guinda del pastel es el anuncio de un concierto paralelo al ya organizado en la
frontera el 23 del corriente. El saldo neto (hasta los momentos) de esta
postura, es reafirmar ante los ojos del país y el mundo la insensibilidad e
indolencia del oficialismo.
¿Qué
va a ocurrir el 23? Es difícil afirmarlo, lo real es que el declinante Gobierno
Maduro está a la defensiva y colocado en un brete complicado.
La
ventana favorable al cambio puede abortarse si el régimen decide pasar de la
actitud pasiva de jugar al desgaste del oponente y pasa a la ofensiva
reprimiendo con el formato Pinochet. O si la dirigencia opositora vuelve a
privilegiar sus intereses particulares planteando el tema de las candidaturas
presidenciales. Tema a todas luces extemporáneo y fuera de lugar en las
presentes circunstancias en las cuales se escenifica un forcejeo crucial para
lograr el fin del régimen chaviano.
Gonzalo
González
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