Por Simón García
Lo que ha ocurrido antes del
día de todas las expectativas, es el umbral de una victoria. En la sociedad
entera que busca el cambio, con opositores y chavistas dejando inútiles
atrincheramientos, se respira el fin de una época y sobresale una tensión poco
común por ayudar a que irrumpa otro país. Los reflejos restauradores, como
volver a la antigua versión de democracia o incurrir en la reducción populista
de la justicia social, serán superados por los resortes de una innovación que
pugna por liberarse.
Es imposible, aun conociendo
el cuándo y el qué de esa jornada, saber el cómo del 23 y las repercusiones que
van a desencadenarse ese día. Pero la fecha ya acumula triunfos antes de llegar
a ella: la conformación del movimiento de voluntarios; la visible determinación
de convertir la lucha por la libertad en asunto de todos; el avance admirable
de la caravana de los diputados, pese a hostigamientos que atrajeron la
atención de millones; el apresto ciudadano para organizarse en torno a tareas
concretas y finalmente la fe que levantan grandes, medianas y pequeñas
poblaciones para transmitir pacíficamente a nuestros soldados la invitación a
restablecer la vigencia de la Constitución. Unirnos para convivir.
El presidente (e) Juan
Guaidó acrecienta su épica. Actúa como un demiurgo capaz de transformar la
realidad. Ejemplos sobran. Pero valga recordar una de sus gestas: la velocidad
con la que el pueblo abatido por la frustración y el desencanto, reconquistó su
derecho a la esperanza. Desde entonces las energías de cambio avanzan a saltos
y de una a otra fecha se acrecienta la capacidad de mover iniciativas que
desconciertan y mantienen en la defensiva a Maduro y a las minorías que,
indiferentes a la suerte de lo que fue su proyecto político, se aferran a
privilegios y parasitismos delincuenciales a la sombra de una hegemonía
insostenible.
Al revés de cómo lo viera
Lord Action, la corrupción absoluta corrompe absolutamente al poder. La
empalizada para mantener bajo control a la sociedad se viene abajo. La casta
autocrática se refugia en la ilusión de una resistencia inviable porque
gobierna cada vez sobre menos. Se generaliza como una convicción que el cambio
es la condición para que no se termine de hundir el país. La disyuntiva
existencial es inocultable: cada día de permanencia de la usurpación aumentará
víctimas por falta de alimentos y medicinas. El genocidio programado no debe
continuar.
La contradicción principal
no es entre oposición y chavismo, ahora ella está focalizada en el
empecinamiento de una persona que bloquea las posibilidades de reconciliación
para comenzar la reconstrucción, no sólo de calidad de vida sino de las fuentes
mismas de vida para el país y para cada uno de sus habitantes.
Se está conformando desde el
fondo de la sociedad una gran coalición de fuerzas y sectores para descontar el
siglo de retraso que amenaza con perpetuarnos como caso insalvable de sociedad
fallida. En esa coalición es inevitable una presencia institucional de la
FANB, que aleje el golpe o intervenciones indeseables. Ellas no pueden
estar ausentes del nuevo rumbo que está tomando la sociedad. Forman parte de
una lucha, que ya no se confina al territorio opositor porque hoy asegurar
la ayuda humanitaria no tiene ideología.
El centro del poder está en
la Asamblea Nacional, donde comenzó la transición. Su destino final,
Miraflores, está a la vista y espera por un gobierno de entendimiento nacional.
El día D está en el calendario.
24-02-19
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