Tulio Ramírez 20 de febrero de 2019
Según
el etnomusicólogo australiano Joseph Jordania, en las etapas tempranas de la
evolución de los homínidos, cuando había que enfrentar a depredadores más
grandes, corpulentos y rápidos que esos débiles y lentos hombres, surgió de
manera espontánea un mecanismo de supervivencia colectiva para mantener
cohesionado al grupo y enfrentar el peligro superando los miedos individuales.
Se refiere al llamado grito de guerra.
Imagino
esos primeros momentos. Van 4 peludos con sus macanas buscando algo de comer y
de pronto aparece un tigre dientes de sable. Se miran frente a frente. La
bestia, con ojos encendidos, hace gestos claros que indican que va por su
almuerzo. Tres de los hombres piensan solo en correr, mientras el otro, con la
adrenalina a millón, se enfrenta al animal pegando un grito gutural y
amenazando con su rudimentaria arma. Los tres miedosos giran y al unísono
acompañan el mismo sonido. El depredador gira y huye. Es muy probable que así
haya nacido el primer grito de guerra.
Según
los antropólogos, el grito de guerra hace que el grupo entre en un estado de
alteración de la conciencia, experimentando un proceso donde no siente miedo ni
dolor. En tal condición, puede estar dispuesto inclusive a sacrificar la vida
por la causa, sea esta, salvar la aldea, proteger a un niño, un anciano, un
familiar o al país. Cuando el grito de guerra es internalizado por el grupo, se
entra en una suerte de valentía colectiva que es capaz de superar las
condiciones más adversas para obtener el objetivo deseado.
Ha
habido gritos de guerra muy famosos. Entre ellos: ¡Dieu le veut! (“Dios lo
quiere”) usado por los cruzados franceses; el ¡Tierra y Libertad!, de los
seguidores de Zapata durante la revolución mexicana; ¡Banzai!, utilizado por
los kamizakes japoneses en la 2da Guerra Mundial; ¡Gerónimo!, de los
paracaidistas norteamericanos en la misma guerra; ¡Za Stalina! (“Por Stalin”),
arenga de avanzada de los comunistas rusos; ¡Allahu Akbar! (“Dios es grande”),
utilizado por los guerreros musulmanes y yihadistas. ¡No pasarán!, de los
republicanos españoles. En Venezuela el ¡Vuelvan Carajos!, del catire Páez ha
sido quizás, el más emblemático de nuestra historia partía.
Sociológicamente
los gritos de guerra, tienden a ser muy localizados, identifican un episodio
eminentemente bélico, surgen del seno de milicias insurgentes o ejércitos
regulares con el objetivo de levantar los ánimos y tener una actitud ganadora
en el combate. Cuando se utiliza por los civiles, por lo general es para aupar
equipos en situaciones de competencia (el rugido de los Leones del Caracas o la
sirena del Magallanes). De Fama mundial son las consignas de las cherrleaders
de los equipos de fútbol americano en los Estados Unidos.
Últimamente
en nuestro país se ha dado un caso muy curioso. Ha surgido de manera espontánea
un grito de guerra que no llama a la guerra, ni siquiera a una competencia por
quítame esta pajita. Es un grito que está identificando a más del 83% de la
población y se escucha en el mundo entero. Hasta la famosa pianista Gabriela
Montero, concertista de fama mundial dio a conocer recientemente una versión en
piano. Es un grito que desahoga, da fuerzas y además limpia y purifica el alma
de quien lo emite. El 23 de enero pasado, durante la marcha opositora, lo
escuché de boca de más de 3 millones de personas. Dicen que lo repitieron más 4
millones en el mundo. Ya ustedes saben cuál es, porque de seguro también lo han
gritado. Es aquél que comienza con ¡Madurooo,…….!
Tulio
Ramírez
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