María de
Lourdes
Vásquez 23 de febrero de 2019
Comprender
el misterio de la resurrección de Jesús de Nazaret no es tarea fácil para el
cristiano común, ni siquiera para estudios de las sagradas escrituras. Hoy,
cuando la humanidad asiste a un nuevo memorial de la resurrección del Hijo de
Dios, el teólogo Félix Palazzi responde a algunas de las interrogantes que se
plantean en torno a la figura de Cristo y su victoria sobre la cruz. Palazzi es
doctor en Teología Dogmática de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y
profesor de la Universidad Católica Andrés Bello.
-Cuando revisamos la historia de Israel
durante los dos primeros siglos de nuestra era, nos damos cuenta de que hubo
diferentes hombres que se autoproclamaron Mesías. Pero Jesús de Nazaret
trascendió a todos ellos. ¿Por qué? ¿En qué radica la grandeza de Cristo?
-La
palabra griega Cristo es la traducción del hebreo Mesías. Pero mientras muchos
en el siglo I esperaban a un mesías político que liberase al pueblo de los
romanos, Jesús se presenta como alguien que no practica la violencia ni tiene
pretensión de ser rey. De hecho rechaza a los que lo quieren coronar. Pero
también rechaza a Pedro cuando éste lo llama mesías, porque Pedro pretendía que
Jesús fuera un libertador político. La relevancia que nos puede enseñar esta
opción de Jesús hoy en día es ver cómo el ponerse del lado de los pobres y las
víctimas no significa que se tenga que asumir un camino violento o armado. Es
la gran tentación de nuestros países latinoamericanos. Jesús atrajo por su
mensaje de conversión, de cambio de mentalidad, a partir de una verdadera
solidaridad junto a un llamado a construir la paz y la justicia.
-¿Es Jesús de Nazaret el único resucitado
de la historia? ¿Cuál es su diferencia con respecto a Lázaro?
-Jesús
es resucitado por su Padre y es llevado a su lado, mientras que Lázaro, como
suelen explicar algunos teólogos, no experimenta una resurrección como tal sino
una resucitación o reanimación porque regresa a esta misma vida. En Lázaro se
nos muestran dos cosas importantes. Primero, el dolor que Jesús siente por sus
amigos y la solidaridad que les expresa cuando más están sufriendo. Segundo, el
llamado que le hace a salir de la tumba, de la muerte, y pasar a la vida, a la
acción. La resurrección simboliza también ese paso de una vida en la que morimos
a diario, a otra en la que vamos encontrando abundancia y esperanza para seguir
luchando con esperanza y no sólo sobreviviendo.
-¿Cuál es la trascendencia de la
resurrección de Jesús de Nazaret? ¿Es simplemente la historia de una persona
que superó la muerte, una promesa de sobrevivencia o por el contrario se trata
de cambio total que trasciende la mera existencia?
-Primero
nos dice algo que muchas veces olvidamos. La historia no es eterna. La historia
tiene un fin y todos nos encontraremos con Dios al morir. Por eso queda el reto
de descubrir aquí y ahora esa trascendencia que se nos reveló en la
resurrección de Jesús. Segundo la resurrección es plenitud de eso que comienzo
a vivir aquí. Por eso Pablo habla de resurrección para la vida o para la muerte.
Quien ha comenzado a vivir la solidaridad, el amor y la justicia aquí, ya ha
comenzado a experimentar la vida eterna. Quien es corrupto, injusto, apegado al
dinero y tortura, ya ha comenzado a negar la vida eterna. En Jesús se nos
muestra cómo lo que es reconocido por Dios es el modo cómo él vivió aquí y
ahora.
-¿Es posible mantener la fe en la promesa
de salvación que se desprende de la resurrección de Jesucristo en un mundo tan
secularizado como el de hoy?
-La
salvación no es una realidad que está por encima de la historia o fuera de
ella. Nos salvamos en el mundo y nunca fuera de él. Esa es la lógica de la
misma encarnación. Dios que asume el mundo en todas sus condiciones y
posibilidades. Así, nosotros estamos llamados a vivir el día a día con un sentido
de trascendencia mediante actitudes como la solidaridad y la fraternidad. Eso
es vivir en actitud salvífica. Mientras más nos alejamos del mundo, de la
realidad cotidiana, más tendemos a privatizar la fe y vivir aislados, mientras
que la salvación es siempre una relación que me humaniza porque no puedo vivir
sin los otros, y como los otros si quiero encontrarme a mi mismo y vivir
plenamente esta vida. Podemos recordar tantas parábolas, como la del rico que
acumuló y acumuló pensando solo en tener cada vez más. Al final Dios lo llama
necio y le pregunta qué hará con todo eso cuando muera. El reto es comenzar a
vivir con trascendencia aquí y ahora, y en medio de los problemas de cada día
saliendo de nuestras burbujas e indiferencia.
-¿Qué respuesta dar ante las dudas que se
le presentan al cristiano cuando se ve interpelado por la necesidad de
demostrar la veracidad histórica de la resurrección de Jesús de Nazaret?
-La
resurrección no es demostrable porque no es un hecho histórico. Es un
acontecimiento, como decimos en teología, y esto implica una apuesta en fe. Por
eso siempre hablamos de la fe en la resurrección. Lo histórico tiene que ver
con lo que ésta revela de la historia. Un Dios que apuesta por la vida y que se
coloca del lado del inocente y la víctima, más nunca del lado del victimario y
el verdugo. Un Dios que solo ofrece vida y salvación, y nunca castigo ni
imposición. Ese es el Dios de Jesús. Pero repito, es una apuesta en fe, pues no
es demostrable si no a través de la vida de quien cree y vive así.
-¿Si la esperanza cristiana se basa en el
poder de Dios contra toda injusticia, según lo comenta usted en su artículo
Resurrección y Justicia, cómo explicarle a las personas la realidad de un mundo
tan convulso, con tantas desigualdades?
-Porque
Dios no es un dictador autoritario que impone su forma de ser sobre los seres
humanos. Ya el hecho de imponer algo, así sea algo bueno, le hace perder su
valor, porque significa que debo pasar por encima de la libertad del otro. El
hecho de que Dios se ponga del lado de la justicia y esté en contra de toda
injusticia y desigualdad es un llamado para hacer lo que hizo Jesús, es decir,
apostar la vida, la forma de pensar, el trabajo, lo que hacemos, para que
exista justicia e igualdad. El mundo no cambiará si nosotros no lo hacemos
cambiar. Dios lo creó pero nosotros tenemos la tarea de recrearlo. Ese es el
precio de la libertad. A veces no lo entendemos porque apostamos por estilos de
vida autoritarios que parecieran más fáciles, pero luego padecemos sus
consecuencias con el paso del tiempo. Creo que de eso tenemos ya experiencia.
-¿Están bien encaminados los esfuerzos de
evangelización que realizan actualmente, qué aspectos hay que corregir, dónde
hay que poner el énfasis?
-Mientras
la evangelización se siga entendiendo como la transmisión de contenidos, al
estilo de aprender catecismos, tendremos a sujetos que entiendan a la religión
desde su pertenencia o no a un grupo, a una parroquia, pero no a sujetos que
entiendan su vida diaria, desde la familia pasando por el trabajo y la
participación religiosa, como los lugares en donde debo vivir y discernir la
fe. Vemos cómo mucha gente te dice que la fe es una cosa y el trabajo es otra.
Eso es signo de una evangelización que no está dando frutos. Una auténtica
evangelización nos debe llevar a conocer más a Jesús, a leer los evangelios, a
enamorarnos de su praxis y meditar sus palabras. Lo demás es secundario porque
sin esto, que es lo fundamental, la religión se convierte en una ideología, y no
en una experiencia que libera, que me hace más humano y me ayuda a encontrar la
salvación en esta historia.
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