Alonso Moleiro 23 de febrero de 2019
@amoleiro
La
intensa jornada de pugna política de este 23 de febrero retratan a un Nicolás
Maduro acorralado y en el límite de su descrédito nacional e internacional.
Acorralado, asediado y demandado, pero, al menos todavía, no caído. El chavismo
exhibe fisuras, pero conserva una pequeña porción de piso político sobre la
cual ha decidido presentar pelea y hacer daño.
El
combate escenificado entre Juan Guaidó y Maduro ha presentado tarjetas
divididas. La mano, sin embargo, se la
lleva Guaidó. La dirigencia opositora y
la población movilizada en las ciudades y pueblos del país lograron sobrepasar
varios cercos militares; llamar la atención del concierto internacional, y colocarle a su causa una importante dosis
de impacto y peso moral.
Guaidó
y sus colaboradores, sin embargo, presenciaron la quema de los camiones de
carga humanitaria que ingresaron al país, y, luego de la violenta jornada de
represión vivida en los pueblos fronterizos del Táchira y Bolívar, tuvieron que ordenar el repliegue.
El
pulso produjo, además, un apreciable goteo de efectivos militares y policías,
rompiendo filas hacia la causa democrática y reconociendo el mando de Guaidó.
Cierto que ninguno de ellos tiene un rango todavía demasiado alto, pero son una
muestra del hervidero que, de acuerdo a los reportes, se vive en el sector
castrense en el contexto actual.
Esto
quiere decir que, a pesar de la erosión en su popularidad, de la repulsa
internacional, del agotamiento de los argumentos, de su nulo futuro
político, y del estado insurreccional y
prerrevolucionario que se vive en el país, Maduro y el chavismo conservan la
consola con los mandos para proceder por la fuerza. Todavía son capaces de articular jornadas
político militares de algún nivel de eficiencia, que son obedecidas con convicción y que
pueden producir mucho daño.
En
toda la refriega, llamó la atención un hecho significativo: Maduro volvió a
emplazar a Guaidó para que aceptara medirse en unas elecciones presidenciales.
Una propuesta con un contenido engañoso, diseñada probablemente para encender
de nuevo las polémicas en la sociedad democrática sobre los caminos a seguir,
pero que habla por sí sola de la cantidad de terreno político que el chavismo
ha tenido que ceder al insurgente dirigente guaireño, una persona relativamente
desconocida en el país hasta hace semanas.
El
gobierno de Maduro sale de este episodio con su prestigio en el subsuelo.
Algunos de los episodios del día de hoy, las masacres en Santa Elena de Uairén
y la frontera colombiana, junto a la quema de camiones y el estado de censura
impuesto, con toda seguridad engrosarán su expediente internacional en materia
de derechos humanos.
Desde
su juramentación como Presidente Interino, Juan Guaidó se las ha ingeniado para
sortear obstáculos, posicionar su presencia, sembrar un liderazgo nacional
compartido, y, en varias ocasiones, neutralizar o inhibir el proceder del aparato
represivo chavista. Guaidó no es un presidente figurado: ha logrado que varios
efectivos militares se le cuadren en voluntariamente. El equilibrio ha sido
posible manteniendo la iniciativa política, ofreciendo todos los días medidas y
decisiones que afianzan su posición.
Juan Guaidó es la expresión ambulante de la inminencia de la transición
postchavista. Es probable que esté
reunido con su entorno pensando en el próximo paso. El reto es diseñar nuevos
embates; mantener viva la capacidad de sorpresa.
Guaidó
y las fuerzas democráticas crearon nuevas grietas y plantearon nuevas zanjas en
el interior del chavismo. Se lleva en sus manos algunos mechones del cabello
enemigo. La Oposición sigue dando pasos en la dirección correcta. Lo que no
lograron, lo que no han logrado, es el quiebre.
Alonso
Moleiro
@amoleiro
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