ALBERTO BARRERA TYSZKA 17 de febrero de 2019
Esto
de ver a Nicolás Maduro acorralado y desarmado por el precio de un kilo de
queso es también una noticia. De pronto, ante los ojos de todos, quedó
totalmente al descubierto. Él, que tanto invoca la “Venezuela de verdad”, no
tiene ni la más remota idea de cuánto cuesta traer un trozo de queso a la casa.
Cuando trató de reaccionar, fue peor, se desnudó todavía más: se mostró
berrinchudo, autoritario, queriendo decidir qué información puede o no puede
interesarle a la audiencia de la BBC. Igual le pasó a Delcy Rodríguez. Pero sin
necesidad de preguntas ni de periodistas. Ella solita se lanzó al vacío
afirmando que la ayuda humanitaria es una caravana de “armas biológicas”. Y lo mismo podría decirse de Freddy Bernal
con su numerito sobre la carne entre los dientes…No saben qué decir, están
desconcertados, se mueven a destiempo y sin puntería. La sala situacional está
espichada. La democracia los tiene locos.
Nunca
antes, en estas dos décadas, la élite del oficialismo había aparecido ante el
país tan errática y dispersa, con una retórica tan desarticulada, haciendo tan
evidentes sus mentiras. Todo esto, que
sin duda es extraordinario, puede sin embargo crear un espejismo de victoria.
Maduro y su gobierno jamás estuvieron tan mal, pero no están derrotados. No se puede subestimar su capacidad de
locura. Por eso mismo, ahora más que nunca, tanto la dirigencia como los
distintos sectores de la oposición deben insistir y reforzar la unidad. Dentro
de nuestro imaginario, el caos también se ha mudado de bando. Ahora reina en en
el Palacio de Miraflores.
Desde
sus orígenes, el oficialismo ha tenido una relación particular con el tiempo.
Se formó en la espera. Se demoró veinte años, dentro de la institución militar,
armando una conspiración. Es una escuela del disimulo, del engaño, y sabe
planificar a largo plazo. La primera medida de Hugo Chávez, al ganar las
elecciones, fue un acto simbólico: canceló la alternancia política. Impuso un
nuevo sentido del tiempo público. Decretó que lo suyo era para siempre. Maduro
y su casta todavía pretenen seguir viviendo en esa noción. Y la han alimentado
definiendo que cualquier que pretenda cambiar este esquema de eternidad es
alguien violento y de derecha. En palabras de la alcaldesa Erika Farías: “a
Venezuela la gobernamos nosotros o no la gobierna nadie”.
Frente
a esto, la impaciencia natural y genuina es uno de los grandes riesgos de la
oposición. Aun ahora, cuando las fragilidades del oficialismo son tan obvias,
vuelven a aparecer señales preocupantes que antentan contra la imprescindible
unidad de todos los factores. Se trata del regreso de la tentación
caníbal. Es un ansia miope que, con
sorprendente voracidad, se avalanza sobre miembros de la misma especie,
tratando de devorarlos y produciendo desorden y desazón en la comunidad. Es una tentación que, por momentos, parece
coquetear con cierto modelo de pureza. Hay quienes se creen ideológicamente
castos, límpidamente liberales. Se piensan a sí mismos como guardianes de una
identidad pulcra y, desde ese virtuosismo, salen en cruzadas a perseguir y a
cazar impíos. No toleran ni las negociaciones ni los conciertos. Creen que no
ha llegado el momento de la democracia sino el momento de la expiación.
Devorar al compañero
Otra
variable de la tentación caníbal supone que el otro, más que un compañero de
batalla, es sobre todo un posible competidor, un próximo rival. Al liquidarlo y
devorarlo, se le saca del camino y, de alguna manera, también se adquiere su
poder. Volverse fuerte destruyendo al semejante puede ser muy atractivo pero
sin duda es, además, una técnica infalible para boicotear cualquier unidad. El
país se encuentra en un momento crítico. Estamos en el borde, en la única
orilla que nos queda. No se trata de retórica. Estas palabras también se pueden
pronunciar con balas, con heridas, con niños desnutridos, con presos… Es la hora de sumar. Quien no suma, sabotea.
El
futuro es impuro. Necesariamente. Como lo es nuestro país. Toda la lucha
inmensa, con el aporte de gente muy diferente desde muy distintos espacios, es
por volver a democracia, no por volver al pasado. Hay que salirse del discurso
oficialista que supone que esto solo es un movimiento restaurador. No es así.
Por suerte para todos, lo que ocurre es mucho más complejo y menos inmaculado.
Es necesario vencer la tentación caníbal y trabajar alrededor del liderazgo de
Juan Guaidó, desde y para la unidad. Hasta nuevo aviso, en Venezuela, no hay
candidatos presidenciales ni ministerios vacantes. No estamos aquí para
repartir el futuro sino para lograr que el futuro exista.
ALBERTO
BARRERA TYSZKA
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