Por León Arismendi
Luego de 20 años de “revolución
bolivariana”, constatar que las condiciones de vida de los trabajadores en
lugar de mejorar se precipitaron a los confines de la miseria, debería ser
suficiente para admitir que el mentado socialismo del siglo XXI ha sido un
vergonzoso fracaso, pero allí están Maduro y su círculo demostrando que el
fanatismo –y el poder– ciegan, tanto que ni siquiera advierte que tal
insistencia enterrará por largo rato cualquier posibilidad de que la izquierda
latinoamericana vuelva a levantar cabeza.
En la Venezuela de hoy las
estadísticas oficiales desaparecieron, prueba indubitable de que el poder no
quiere que lo evalúen, como si los signos de la miseria pudieran ocultarse.
El Banco Central omite
publicar índices de inflación y en el Ministerio del Trabajo no hay ni rastro
de datos creíbles sobre la evolución de los salarios reales ni de las
tendencias de la negociación colectiva
¿Cuántos convenios
colectivos se han celebrado en los últimos tres años? ¿Cuáles son sus
novedades?
Pues bien, la cruda realidad
nos indica que la destrucción del trabajo –claro signo del fracaso de la
revolución– por razones obvias, ha desmantelado la negociación colectiva,
reduciendo su práctica a meros actos defensivos, mediante los cuales los
sindicatos procuran conservar lo que les queda de sus beneficios, buena parte
de los cuales proviene de pactos celebrados a lo largo de los 40 años
posteriores al derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez.
Y es que la “revolución
bolivariana”, desde sus propios inicios, tuvo una relación belicosa con el
mundo del trabajo, tanto con los empleadores, muchos de los cuales fueron
objeto de “expropiaciones”, como con las organizaciones sindicales, a las que
Chávez declaró la guerra y ofreció “demoler”
Ese conflicto generó una
enorme fragmentación sindical apoyada desde el propio Estado cuya muestra más
visible fue la creación de una central sindical afecta al gobierno y reñida con
cualquier idea de independencia y autonomía del gobierno-patrono, muy a la
usanza de la lamentable experiencia de los países del denominado socialismo
real.
A contrapelo del mandato
constitucional que reconoce a la negociación como un derecho fundamental de los
trabajadores e impone al Estado la obligación de fomentar su ejercicio, el
autoritarismo gubernamental se ha ocupado de obstruirlo, sometiéndolo a mayores
controles, como la “mora electoral” de los directivos sindicales. Un
entuerto en el que se juntan el secuestro de las elecciones sindicales por el
CNE, el criterio punitivo de la Sala Electoral y más recientemente, las normas
del Dlottt. Su saldo es una larga lista de dirigentes sindicales
“inhabilitados” para negociar convenciones colectivas y una masa de
trabajadores impedidos de obtener mejoras en sus condiciones de trabajo.
La misma huella del
desprecio por la actividad sindical –y por el derecho de negociación– quedó
marcada con la desaparición del dialogo tripartito como instrumento de fijación
del salario mínimo, tal como estaba previsto en la reforma de la LOT de 1997.
Chávez decidió ignorar las referidas normas a nombre de su acostumbrado “me da
la gana” y circunscribió su política salarial a fijar el salario mínimo
conforme a los dictados de sus caprichos y así lo dejó plasmado en su
Decreto Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras (Dlottt),
una de cuyas trastadas regresivas fue suprimir el mencionado mecanismo de
dialogo.
Maduro no ha hecho otra cosa
que profundizar el desastre. Siguió la misma política económica de su causante,
pero con las arcas vacías. Jamás se atrevió a modificar nada y el desastre le
reventó en la cara
La inflación se multiplicó y
sigue destruyendo empresas, empleos y salarios.Desde que inició su gobierno,
hasta febrero de 2019, ha ajustado el salario mínimo y el bono de alimentación
26 veces, pero el poder adquisitivo del salario paso de 98,17 dólares mensuales
–en el 2013– a 6 dólares mensuales en el 2019.
En los últimos convenios
colectivos pactados, procurando mantener el poder adquisitivo de los salarios
–y ante la ausencia de cifras de inflación oficiales– los dirigentes sindicales
optaron por atar las remuneraciones al salario mínimo, estableciendo como piso
de las escalas o tabuladores, múltiplos o porcentajes de aquel.
La última trastada de Maduro
fue liquidar el aludido mecanismo de ajuste, para lo cual, bajo el rotulo
pomposo de su inagotable reedición de pendejadas anunció un nuevo “Programa De
Recuperación, Crecimiento Y Prosperidad Económica”, marco en el cual creó un
nuevo cono monetario y fijo el salario mínimo en un monto que igualó las
remuneraciones de casi todos los venezolanos y redujo a ínfimos inaceptables
cualquier referencia a méritos, rendimiento o experiencia, llevándose por
delante cualquier noción de progresividad e intangibilidad de los beneficios
laborales, aun cuando el MPPT ya dijo lo contrario y -de ñapa- dicto unos
“lineamientos para ser implementados en las negociaciones colectivas de
trabajo”, que, en la práctica, hacen imposible cualquier negociación salarial
medianamente sensata.
Con toda razón la Unidad de
Acción Sindical y Gremial ha dicho en repetidas ocasiones, que sin cambio de
gobierno, no hay futuro para el trabajo ni para los trabajadores
26-02-19
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