Por Piero Trepiccione
Más de veinte años de fuerte
polarización política han sacudido a Venezuela. Las secuelas las tenemos por
doquier. En la vida social, económica y política del país se han sentido y se
sienten los residuos de semejante fenómeno mixto de carácter sociológico y
politológico. El Estado ha sido permeado en su funcionamiento y en los
productos de políticas públicas que ha desarrollado durante todos estos años,
socavándose su legitimidad y su relación con la sociedad entera. Pero más grave
aún, ha sido el impacto social provocado que ha exacerbado el odio y las
visceralidades humanas afectando severamente la convivencia democrática.
Frente a ello, para la
recuperación del país se hace necesario e indispensable, la
reconciliación.Más allá de los ataques despiadados que se dirigen unos a otros
en las redes sociales diariamente, hace falta comenzar un proceso de
ordenar las ideas en los puntos donde existan más coincidencias y
minimizar las diferencias que han caracterizado la polarización a la
venezolana. No es fácil, obviamente, iniciar algo en este sentido por las
consecuencias sembradas durante más de dos décadas, pero para restablecer y
relanzar la convivencia ciudadana y democrática, es fundamental.
La polarización venezolana
impactó no solamente a su sociedad sino al resto de la región. La
influencia geopolítica desarrollada desde Venezuela y con triangulación cubana,
gracias a la producción petrolera de la primera, fue determinante en la
alineación sistemática de la mayoría de los países del continente en detrimento
de la relación histórica con Canadá y los Estados Unidos. Esto permitió un
avance significativo del fenómeno polarizante en la región, cuyas consecuencias
han creado un retroceso significativo en la calidad de la democracia
que, a su vez, ha limitado seriamente las formas de procesar los conflictos
jurídicamente. El ingrediente clave del deterioro ha sido la personalización
del poder en desmedro de las instituciones. Vale decir, volvimos al culto a la
personalidad, desmontando la institucionalidad de los Estados.
Al debilitarse y diluirse la
distribución del poder en las ramas del poder público y concentrarlo en una
especie de hiperliderazgo presidencial, comenzó a descalabrarse la convivencia
democrática. Se fueron deslegitimando los mecanismos constitucionales y legales
para convivir de acuerdo a las normas y ello ha redundado en el odio visceral
que es característica común del presente.
Reconciliación como proyecto
nacional
Más allá del desenlace en
movimiento que estamos apreciando de la realidad venezolana actual, es urgente
pensar en rearticular el tejido societal necesario para darle la
sustentabilidad a la nueva fase política-económica que se está gestando. El
papel de la iglesia católica con todas sus organizaciones, las diferentes ONG
que operan en Venezuela con alianzas internacionales, los influencers
especializados en mediación y resolución de conflictos, los partidos políticos,
los centros de acción social especializados en procesos de reconciliación y todo
aquel que quiera aportar su granito de arena para reconstruir y relanzar la
convivencia ciudadana y la calidad de la democracia en Venezuela, será clave
destacar y propiciar un horizonte compartido que configure una nueva
legitimidad política y social.
Aquí entra también, el tema
de la construcción de una nueva narrativa pública e institucional apoyada por
los medios de comunicación tradicionales y digitales que privilegie la
reconciliación, minimice el odio esparcido y se convierta en caja de resonancia
de los puntos en común por encima de las diferencias.
No es fácil lo que viene,
pero es altamente necesario. Enfocarnos en lo que podemos hacer y no en las
cicatrices generadas permitirá consolidar la narrativa de la esperanza y del
futuro. Venezuela debe ser ejemplo de ello hacia lo interno y hacia la región.
Por tanto, dejemos de atacar a quienes profesan la reconciliación porque sin
ella, no habrá manera alguna de alcanzar el desarrollo de las instituciones y
del país.
24-02-19
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