Vladimiro Mujica 20 de febrero de 2019
Con
poca frecuencia se produce la circunstancia de que un acontecimiento histórico
tenga fecha anunciada, sobre todo cuando se trata de una situación de tanta
inestabilidad como la que vive Venezuela. Las grandes batallas, el comienzo de
las guerras, los atentados, las conmociones sociales, son, por su propia
naturaleza, eventos sometidos al azar y al secreto mantenido por los actores y
factores determinantes. Este no es el caso del 23 de febrero, cuando se anuncia
una colisión, con hora y posición precisas, entre las fuerzas de la dictadura
del usurpador de la Presidencia de Venezuela, y las fuerzas de la resistencia
democrática, dirigidas por el presidente (E) Juan Guaidó, actuando en estrecha
cooperación con una coalición internacional, encabezada por Colombia, Brasil y
los Estados Unidos.
No es
exageración afirmar que el drama venezolano mantiene en vilo a buena parte del
mundo. De los lugares más inesperados surge la pregunta: ¿Qué va a terminar por
ocurrir en Venezuela? Por un lado, están los más de cincuenta países que han
reconocido a Guaidó como presidente encargado, y que respaldan el deseo
abrumadoramente mayoritario de los millones de venezolanos que se han expresado
en las manifestaciones en contra del régimen. Del otro, un grupo reducido de
naciones, Irán, Nicaragua, Cuba, Bolivia y Rusia, que aún apoya al estado forajido
y fallido dirigido por la oligarquía chavista. Todo pareciera indicar que el
proceso de deterioro político del régimen Madurista es irreversible, y que
tiene sus días contados. Pero es exactamente esa conclusión la que debe ser
examinada con detenimiento en estos días cruciales.
Maduro
y el chavismo perdieron el corazón del pueblo. El estimado más optimista es que
tienen un 10% de apoyo de la población. Eso lo saben ellos y el resto del
mundo. Pero tienen de su lado a una buena parte de la Fuerza Armada, al
ejército de ocupación cubano, a la guerrilla colombiana y las bandas armadas.
Mucha gente de nuestro lado está convencida de que existe una suerte de
operación quirúrgica militar, como ocurrió con Noriega en Panamá, que
permitiría que Maduro y su camarilla salgan con los ganchos puestos en un abrir
y cerrar de ojos y que se acabará la pesadilla y comenzará el nuevo amanecer.
La verdad es que estamos obligados a examinar otras opciones.
Lo
primero que quiero precisar es que estoy convencido de que estamos en el mejor
momento de los últimos diez años, para poder salir de la dictadura del
usurpador. Elementos racionales de construcción política colectiva de la
oposición, cuyos actores principales se han ido haciendo públicos poco a poco,
y elementos psicológicos impredecibles en una población apaleada por el
maltrato de un esquema de dominación criminal sustentado en el miedo y el
hambre, han convergido en el milagro Guaidó. Por las razones que sea, ya eso
deja de ser relevante, Guaidó ha levantado la esperanza de una nación que la
había perdido. Quedará para la historia analizar como un hombre joven, de la
así llamada generación del milenio, relativamente desconocido, saltó a la
presidencia encargada de la nación en uno de los momentos más difíciles de su
historia. Sin duda que es mucho más que el hecho de que le tocaba por ser el
presidente de la AN. Algo en su conducta y aplomo, en su proceder, que ha
incluso generado la comparación con un líder carismático como Obama, jugó un
papel determinante. Pero a diferencia del líder norteamericano, Guaidó no es el
líder constructor de la resistencia. Guaidó no es tampoco Mandela. Guaidó es un
fenómeno de la política y la psicología social y es, al mismo tiempo, un hombre
en el medio de una complejísima negociación política, y ahora militar. Quienes
creemos en la posibilidad de rescatar a Venezuela de las garras del chavismo,
estamos obligados a respaldar el milagro de Guaidó. Y eso incluye prepararnos
para todos los escenarios para que el milagro no perezca. Lo que ocurra después
de la salida del usurpador será otra historia. Ahora estamos moral, ética e
históricamente obligados a empujar en la misma dirección, porque se trata de un
ejercicio de supervivencia. Y en presencia de la muerte que representa el
madurismo no se pregunta uno qué color de calzoncillos, ni qué collar, ni qué
pulsera pretende vestir para el viaje final.
Aclarado
el punto, regreso al análisis de escenarios. Estoy convencido de que la
posibilidad de una acción unilateral militar de la coalición liderada por los
Estados Unidos es baja. Todo apunta a que será necesario algún elemento de
rebelión dentro de la Fuerza Armada venezolana. Incomprensiblemente, esto no ha
ocurrido en la dimensión adecuada, a pesar de que es indudable que existe
también un malestar profundo en nuestras tropas, y de que es indiscutible que
hay gente de mucho valor que ha estado sometida a la más cruel persecución.
Falta este ingrediente esencial del pronunciamiento militar para que se
consolide la salida al laberinto venezolano. En su ausencia, Guaidó ha usado
sabiamente las dos herramientas restantes: la movilización popular y el apoyo
de la comunidad internacional.
Nos
acercamos al punto de quiebre el 23 de febrero con la decisión del gobierno
constitucional de Venezuela de solicitar el ingreso de la ayuda humanitaria al
país, con el apoyo de la comunidad internacional, enfrentados a la decisión del
régimen usurpador de impedirlo. La pregunta más importante en este momento es
si esta colisión se resolverá política y pacíficamente, o si la violencia que
el país ha vivido en los últimos 20 años se escalará hasta transformarse en un
conflicto civil y militar. No hay respuestas claras a esta pregunta esencial .
El gobierno constitucional le ha subido el costo político de la represión al
gobierno usurpador hasta el cielo. Pero para la camarilla de Maduro su mejor
apuesta es prolongar la no resolución del conflicto con la amenaza de una
guerra abierta. Eso y contar con que el desabastecimiento de medicinas,
alimentos y combustible acabe por irritar a la población hasta el punto en que
la gente termine por responsabilizar a Guaidó de sus dificultades. Cada día que
pasa sin que el conflicto con el régimen usurpador se resuelva, es un día de
riesgo para nosotros.
Hay
que entender que la lógica de la guerra es muy distinta a la lógica de la
política. Si la amenaza de un conflicto armado se hace cada vez más real, otros
actores comenzarán a operar y otras condiciones se harán más exigentes. Entre
ellas las de negociar, y las de convocar un acto electoral temprano. No de otra
manera hay que entender las recientes declaraciones de Luis Almagro llamando a
los venezolanos a la desobediencia ciudadana y a prepararse para un acto
electoral con garantías internacionales. Ello viniendo de uno de los apoyos más
firmes de Venezuela es muy revelador. La única manera de imponerle condiciones
absolutas al chavismo es ganarle una guerra al usurpador y sus apoyos
militares. Una opción distante. La mejor preparación para proteger el milagro y
salir con bien, es que la gente esté bien informada y preparada para todos los
escenarios. Que nada fracture al milagro porque no hay sustituto para ello.
Vladimiro
Mujica
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