Jean Maninat 07 de agosto de 2015
@jeanmaninat
El Proyecto, así con mayúscula, es uno
de los más dañinos legados que dejó el marxismo-leninismo regado por el
planeta, en su afán de conquistar el mundo. Las utopías totalitarias, y sus
metástasis variopintas: movimientos de liberación nacional animados por la
geopolítica, populismos benefactores, nacionalismos arcaicos, integrismos
religiosos, pulsiones y punciones secesionistas, grupos de notables dispuestos
-a cualquier precio- a refundar sociedades que trastabillaban hacia la
prosperidad; todos, toditos sus oficiantes, han sido picados de culebra por la
presunción de que tenían en el bolsillo -o en la cartera- el Proyecto que redimiría a sus conciudadanos
de sus penurias y a ellos los haría entrar en la historia por la puerta grande.
El PRI, en México, gobernó durante
setenta años -con el apoyo circunstancial de muchos de sus más ilustres
intelectuales- en base al supuesto que había una “revolución
institucionalizada” -un Proyecto- que caracterizaba su especificidad como
nación, y le daba un password especial para omitir el tráfago de una democracia
trasparente y participativa. Los héroes de la Sierra Maestra, en Cuba,
quisieron entender que la sumisión a un líder patriarcal y elocuente, les
labraría un destino mejor que el que les había otorgado una cadena de intentos
fallidos por recuperar su identidad como nación independiente. Hoy, a duras
penas, regresan del espejismo. El Proyecto fracasó, y el Hombre Nuevo es tan
viejo, como el individuo que quiere labrarse una vida en base a su trabajo y su
empeño personal.
¿Qué aúna hoy a los líderes de la otrora
luminosa irrupción del Proyecto -en sus varias versiones- cuyo afán declarado
era cerrar las brechas de desigualdades sociales que afean Latinoamérica? ¿Qué
pasó con sus cánticos de más democracia y transparencia cuando estaban en la
oposición? Que envalentonados por el apoyo popular, recurrieron al sortilegio
autoritario según el cual: sólo yo, y más nadie que yo… soy el depositario del
Proyecto. Es el eco histórico del
caudillo, del hombre a lomos de un caballo encabritado que nunca abreva, que
nunca pasta, como los que adornan -hechos estatuas- tantas plazas en los
desvalidos poblados de la región.
El Proyecto, todo lo quiere sumergir,
todo lo quiere aniquilar a nombre de su propia permanencia: intenta borrar de
un brochazo empedernido la división de poderes a nombre de un fin mayor;
intenta esclavizar la representación popular a nombre de un fin mayor; intenta
cauterizar a los sindicatos y a la sociedad civil a nombre de un fin mayor;
intenta cercenar la libertad de expresión a nombre de un fin mayor; intenta
estrangular la iniciativa privada a nombre de un fin mayor. Intenta, en suma,
asfixiar a la sociedad a nombre de un fin mayor…su sobrevivencia.
Pero el Proyecto es un animal de múltiples
y enredadas patas, y una panorámica por
el continente nos demostrará que siempre termina consumiendo a sus hijos. El
Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, es el ejemplo más triste de cómo lo
que fue una propuesta novedosa, -fundado
por gente honesta y luchadora- puede terminar en el fango de la corrupción más
desorbitada tan solo para perpetuarse en el tiempo. Yo no delinquía para mí
provecho, lo hacía por el partido… por el Proyecto.
Una vez que la luz artificial galáctica
ha amainado y crece el desencanto entre
quienes tanto la cultivaron, quizás convenga regresar al oficio de hacer
política sin más proyecto personal que ser un servidor público, desprovisto de
poses histriónicas y giros épicos, darle un descanso -por el amor de Dios- a las
banderas y los símbolos patrios, dejar de hablarle permanentemente a los
micrófonos de la historia; para tentar -muy humildemente- a los descreídos de
salir a votar masivamente el 6D en contra del tremedal en que nos ha sumido el
Proyecto del Socialismo del siglo XXI.
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