Por José Domingo
Blanco, 07/08/2015
Que la Fiscal Luisa
Ortega Díaz asegure, otra vez, que en Venezuela se erradicó la tortura, no nos
toma por sorpresa. Si fue capaz de sostener semejante mentira en la ONU, aquí,
en su territorio, debe resultarle más fácil repetirla. La escuché -hace pocos
días- jactarse de eso en su programa de radio. Dijo –e incluso así lo reseñaron
algunos medios impresos- que “la tortura en el país se erradicó, como parte de
los avances del Gobierno en la política de respeto y protección a los derechos
humanos”.
Obviamente, dicho
por ella, suena a un gran logro de su gestión y, por supuesto, del régimen que
la puso a ocupar ese cargo. Pero, no importa la cara, el tono o la emoción con
la que diga “su verdad”. Decir que en Venezuela no hay torturas, es como decir
que no hay escasez, inflación, saqueos, muertes o asesinatos a granel. Esa
verdad de la Fiscal, que se cae por sí sola, no aguantaría jamás un careo con
esos valientes venezolanos que todavía hoy se encuentran detenidos
injustamente, y en cuyos recuerdos prevalecen los golpes, el maltrato, las
violaciones, vejaciones y torturas que les han infligido para sacarles confesiones
a la fuerza, y sustentar las invenciones que solo existen en las mentes de sus
cancerberos.
Decir que no hay
torturas es negar, por ejemplo, los horrores que ha vivido Araminta González,
la joven químico presa política de este régimen, a quien sus torturadores le
arrancaron el cabello para hacerla admitir delitos que jamás cometió. Es más,
me pregunto, ¿acaso no es una forma de tortura tener a Araminta detenida en el
Inof, desde hace un año, sin que se haya celebrado aún su audiencia preliminar?
La Ley lo establece: 48 horas después de la detención –a más tardar- debe
realizarse la audiencia preliminar para imputar los cargos. Araminta tenía
prevista su audiencia para el pasado 23 de julio, un día antes de cumplir un
año privada de libertad; pero fue diferida de nuevo por razones tan necias como
falta de vehículo para trasladar al juez hasta el tribunal. Insisto: ¿eso no es
una manera de tortura o violación de sus Derechos Humanos? La psiquis de
cualquier individuo sometido a estas situaciones de zozobra, estrés y ansiedad,
sumados a las condiciones infrahumanas en las que sobreviven en estos centros
de reclusión, son, a mi juicio, una modalidad sádica de tortura. Una práctica
tan cruel como someterla, a la fuerza, a “entrenamientos militares”, que en el
Inof llaman “orden cerrado” y que consiste, según relató Araminta a sus
abogados, en entrenamientos de 4 o 5 horas, cantando himnos, repitiendo frases
o loas de marcado tinte político. Y como se negó a decir que amaba a Chávez, la
obligaron a pararse firme, bajo el sol, durante varias horas, mirando un
retrato del difunto presidente… eso ¿cómo se cataloga?
Pero los alegatos
de la Fiscal para decir que en el país se erradicó esta práctica
-característica de los regímenes totalitarios y dictatoriales- se basan en la
ausencia de denuncias formales ante el Ministerio Público. Según ella, de haber
torturas, habría denuncias. Y aquí nadie denuncia. Y las que llegan son
procesadas inmediatamente. Incluso, se vanaglorió al decir que “sólo” 6 de los
43 fallecidos que hubo en febrero de 2014, habían sido por excesos policiales.
Y que, por supuesto, esos policías habían sido detenidos.
No es difícil
imaginar la presión y el temor que deben sentir los fiscales del Ministerio
Público cuando, para mala suerte de ellos, les llega una acusación formal de
tortura: con nombres, apellidos, cédulas de identidad y demás señas de los
torturadores. Con sus direcciones y cargos bien detallados en los escritos. El
“efecto Afiuni” inmediatamente se apodera de ellos. Por eso, los retardos
procesales. Por eso, las excusas. Por eso, el miedo a tomar las decisiones que
se deben implementar y actuar apegados a lo que dictan las leyes. Conocen las
consecuencias. Saben lo que ocurre cuando se le lleva la contraria al régimen.
Por eso las declaraciones
de la International Bar Association′s Human Rights Institute; agrupación
internacional que asocia a los juristas, y que abiertamente expresó su
preocupación por la persecución que sufren los abogados y defensores de los
Derechos Humanos en el país; así como por el deterioro evidente del estado de
derecho y la administración de justicia.
Conozco de fuente
confiable los vejámenes, persecuciones y amenazas que reciben los abogados que
se atreven a asumir la defensa de los llamados presos políticos. Incluso de las
detenciones arbitrarias a las que son sometidos para doblegarlos, asustarlos y
obligarlos a renunciar a esos casos. He visto las marcas de las esposas en las
muñecas de abogados aguerridos a quienes, sin mayores explicaciones, privan de
libertad para hacerlos desistir de la causa que defienden. Pero, también he
visto la integridad y el apego no solo a la ley, sino a la justicia, a sus
ideales y sus valores. Algunos abogados, incluso, sin dejarse intimidar por el
tamaño y poderío del Estado, se atreven a seguir denunciando con nombres,
apellidos, direcciones, cargos e instituciones en las que trabajan, a quienes
con saña e indolencia, pero amparados por la impunidad que impera en este
régimen, se afincan con odio y resentimiento en la humanidad de quienes, en su
momento, se atrevieron a alzar la voz, protestar contra este desgobierno y
exigir cambios.
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