Fernando Mires 15 de agosto de 2015
Nunca creí que un simple tuiter iba a
desatar tanto escándalo. Me han insultado en los términos más ruines, desde
mentarme la madre hasta acusarme de prestar servicios a intereses malignos; y
todo por una simple frase. La frase del tuiter dice así: “No se trata de votar
por la VERDAD TOTAL. Solo basta votar por lo menos peor. Eso es la dignidad
ciudadana”
¿Dónde reside el problema? –me pregunté-.
La frase es clara, la subscribo totalmente, y cualquiera con dos dedos de
frente la puede entender. De modo que no se trata de un problema de
interpretación. De lo que sí se trata es de una arraigada creencia la que, al
parecer, sin darme cuenta, he contradicho. No hay otra posibilidad.
Quienes me han agredido son personas
convencidas de que en las elecciones hay que votar solo por una Verdad Total y
el que no lo hace es un ciudadano indigno. Más que interesante, es revelador.
Revelador sobre todo del estado de subdesarrollo político en el cual se
encuentran sumidos tantos ciudadanos con poder de voto.
El propio concepto de verdad es
problemático, pues toda verdad debe ser verificada y sustituida por otra
verdad. Así, la verdad precedente será reducida a la calidad de una verdad
falsa. Los expertos en ciencias naturales lo saben muy bien.
El lector avisado se dará cuenta de que
estoy citando de modo indirecto a Karl Popper (“Conjectures and Refutation”).
Efectivamente, el concepto de “la verdad” según Popper, debería ser suprimido
de nuestro vocabulario. Al ser el humano un mortal, es decir, un ser parcial,
todas sus verdades son parciales. Y bien, precisamente porque son parciales,
nos equivocamos tan a menudo.
No la verdad, sino el error es propiedad
de la condición humana, argumentaba Nietzsche, razón por la cual nos vemos
obligados a realizar permanentes correcciones. La frase exacta de Nietzsche es:
“solo el error es fuente de verdad”. Por lo mismo, para el gran filósofo,
corregir y pensar son casi sinónimos. Y tenía razón: si no corregimos, no
pensamos. Luego, la conclusión es simple: quienes creen que en la tierra y no
en el cielo hay una Verdad Total han renunciado definitivamente a pensar. ¿Será
eso lo que molestó tanto a mis agresores tuiteros? No puedo afirmarlo, pero
tengo en ese punto, una cierta certeza.
Certeza, la palabra certeza es
importante. Aunque no acostumbro a autocitarme, debo esta vez hacerlo. En mi
libro “Crítica de la Razón Científica”, discutiendo la tesis de Popper, hice
una proposición: reemplazar en el uso no religioso el concepto de “verdad” por
el concepto de “certeza”.
La certeza, podríamos así definirla, es
una verdad adaptada a la escala de nuestros sentidos, o si se prefiere, una
verdad perceptible, lo que significa que fuera de esa escala la verdad
percibida puede que no sea la verdad objetiva (o total). Precisamente por el
delito de no querer aceptar la verdad percibida (el sol gira alrededor de la
tierra) como total u objetiva, los ignorantes geocéntricos del medioevo mataron
a Galileo
Dejemos ahora a la Verdad Total pues si
esta no existe, lo mejor será no preocuparnos más de ella y pasemos al punto
que, dicho con cierta certeza, parece haber indignado a mis obscenos agresores.
El resto de la frase dice. “Solo basta votar por lo menos peor. Eso es la
dignidad ciudadana”.
Vamos de nuevo por partes. ¿Por qué lo
menos peor y no lo “más mejor”? Por una razón muy sencilla: porque lo “más
mejor” es un tremendo error gramatical. Solo existe lo mejor, no lo más mejor.
Más allá de lo mejor no puede haber algo mejor. Los chilenos lo sabemos muy
bien. Cuando el legendario futbolista e ídolo de mi niñez, Leonel Sánchez, dijo
frente a una emisora, poco antes de que la U jugara su clásico frente al Colo,
“que gane el más mejor”, provocó hilaridad general. Tanta que hasta hoy, a
Leonel, respetable anciano, le siguen diciendo “el más mejor”. Leonel se muere
de la risa y responde: “¿el más mejor? El más mejor soy yo”. No, el más mejor
no existe. Pero el menos peor –y este es el nudo de la cosa- sí existe.
¿Y quién es el menos peor? El menos peor
es siempre el mejor entre todos los peores. ¿Cuál es la diferencia entonces
entre decir hay que votar por el mejor de los peores y no por el menos peor de
los mejores? Ninguna. Se trata de un asunto de énfasis, algo parecido a decir:
“el vaso está medio vacío” en lugar de decir “el vaso está medio lleno”.
Ahora, ¿por qué elegí la fórmula el
menos peor y no el mejor? Esto es lo importante: si el menos peor es el mejor
de los peores, estoy diciendo: a escala humana nos dividimos entre peores y
menos peores. O lo que es igual, entre los malos y los menos malos. El mejor,
entre seres limitados como somos, no existe. Es una simple ficción.
Para muchos que anhelan que en la
política aparezcan seres sobrenaturales para arrodillarse frente a ellos y
servirlos con devoción, es decir, para los pobres de espíritu que confunden a
la política con la religión, afirmar que no existe el mejor sino simplemente el
mejor entre los peores, debe sonar a blasfemia. Para ellos un candidato debe
ser, si no un Dios, por lo menos un Batman o un Superman, de lo contrario no
vale la pena votar. Y no votan. Así se explica por qué casi todos mis agresores
tuiteros provienen del campo abstencionista venezolano. Esa pobre gente está
esperando al Mesías, al Supermacho o a la Superhembra que les señale el camino
de la salvación final. En ningún caso aceptarán votar por un mortal limitado,
mucho menos por el menos peor. Frente al Chávez de una supuesta izquierda,
ellos desean al Chávez de una supuesta derecha.
A esa pobre gente no interesa los
políticos que trabajan día a día, los que discuten y dialogan, los que van casa
por casa, los que se preocupan de los problemas corrientes (la alimentación, el
salario, la escuela). Para ellos la política debe ser una escena épica. O la
política es hecha con camisas (rojas o blancas) amontonadas frente a un líder
enviado por el destino para conducir a las masas hacia el poder total, o no hay
política. Quien en cambio llama a votar por los menos peores, es decir, por los
mejores entre los peores, debe ser fustigado, humillado y ofendido. Para los
abstencionistas somos ciudadanos indignos.
Pues bien, aquí yo afirmaré exactamente
lo contrario. Solo quien llama a votar por los menos peores hace honor a la
dignidad ciudadana. ¿Por qué? A quien no haya entendido se lo voy a explicar de
otro modo. Veamos:
Si usted solo va a votar por un
ciudadano a quien considera inmensamente superior, no solo le está delegando su
soberanía sino, de paso, niega su propia condición de ciudadano. Si en cambio
vota por alguien al que usted reconoce limitaciones, solo está realizando,
frente a esa persona, un contrato temporal sujeto a revocación. Por esa razón,
cuando usted no vota por un ser superior pero sí lo hace por un ciudadano al
que usted no considera demasiado peor que usted, está afirmando la dignidad de
su propia condición de ciudadano.
En cierto modo los menos peores nos
protegen de los mejores. Los mejores, usted lo sabe muy bien, cuando son
elegidos, imaginan estar por sobre la constitución y las leyes. Usted sabe
también que la palabra de Hitler, la de Mussolini y la de otros dictadores
electos, está por sobre la Ley. O lo que es peor: la palabra de ellos es la
Ley. En cambio, si usted vota por un ciudadano normal, es decir, por alguien
que entre los peores es solo el menos peor, sabe que esa persona, debido a sus
propias limitaciones, deberá estar sometida a la Ley. Esa es la razón por la
cual cuando elegimos a los menos peores y no a “los más mejores” elegimos,
además, a la dignidad de la Ley y por lo mismo, reforzamos la dignidad de
nuestra condición ciudadana.
¿Lo entendió o debo explicarlo con
dibujitos?
En la dignificación de los candidatos
menos peores no estoy, gracias a Dios, solo. Perdonen la modestia, pero al lado
mío se encuentran entre otros, Jesucristo, Sócrates, Platón y Kant.
Comencemos con Jesús: “¿Por qué me
llamas bueno? Nadie es bueno. Solo uno, Dios” escuchamos decir a Jesús en el
Evangelio de Marcos (10:18). Esa es una de las frases que ha provocado más
desconcierto entre los cristianos. Si Jesús dice que no es bueno ¿quién es bueno
entonces? La respuesta de Jesús fue muy clara. “Solo Dios es bueno”. Pero, ¿no
es Jesús el mismo Dios? Correcto, según la teología cristiana, lo es. No
obstante, en ese momento Jesús estaba hablando desde su cuerpo, y su cuerpo es
mortal, luego, su cuerpo no es perfecto. Solo quien no muere es perfecto. Por
lo mismo, Jesús, en cuanto Dios, es bueno. Pero en cuanto Hijo del Hombre no
puede ser perfecto.
Jesús, el Hombre, no es bueno comparado
con Jesús-Dios. En el mejor de los casos, frente a Dios, Jesús es el menos peor
de los hombres. Y bien, si Jesús se consideraba a sí mismo como “un menos peor
entre los hombres” ¿cómo puede ser posible que una manga de tarados sientan
indignación cuando uno llama a votar por el candidato menos peor?
Cuatrocientos años antes de Jesús, un
desarrapado y vagabundo filósofo ateniense había formulado la misma idea, pero
con otras palabras. En la famosa respuesta de Sócrates a Alcibíades, en la
parte final de “El Banquete” de Platón, Sócrates sostiene que la máxima
condición a la que puede aspirar un ser humano es la de llegar a ser un
mediocre.
¿Qué era un mediocre para Sócrates? En
sentido literal, un ser que está en el medio: un intermedio. ¿Un intermedio
entre qué? Pues, entre los hombres y los dioses. Eso significa, que según
Sócrates, un mediocre es quien ha sido iluminado por la luz divina. Idea
plenamente concordante con la alegoría de la caverna platónica (La República).
Pues si uno observa con atención la geometría de la caverna, podemos distinguir
en su interior tres compartimentos.
El primero es aquel donde los hombres
yacen amontonados bajo las sombras más oscuras de la caverna. Esos serían los
peores. El segundo está formado por los que intentan acercarse a la luz. Esos
serían los menos peores. En el tercero se encuentran los que han visto la luz
fuera de la caverna, pero sin salir de la caverna. Esos serían, siguiendo la
lógica platónica, no los mejores pero sí los mediocres, vale decir, los que
según Sócrates habitan en medio de la luz y de la oscuridad.
Para los seres humanos no hay un cuarto
espacio. El espacio de la luz total es el espacio de Dios. El tercer espacio,
el de los mejores entre los mejores es el de los mediocres, el espacio de los
iluminados por Dios. Según Platón, a esos seres hay que buscarlos entre los
artistas y los filósofos. Jamás entre los políticos. Platón tenía razón: No hay
nada más nefasto que un político iluminado. Por lo tanto, lo máximo que podemos
esperar de un representante político es que sea, entre los peores, el mejor o,
lo que es lo mismo: el menos peor.
El pesimismo socrático- platónico fue
reactivado muchos siglos después por la filosofía política de Immanuel Kant a
través de una de sus más célebres frases. “Con esa madera carcomida con la cual
está formado el ser humano hemos de carpinterear”. Y bien, para Kant todos los
seres humanos, todos sin excepción, estamos construidos con esa madera
carcomida.
Luego, el mejor de todos no existe,
según Kant. Esa es la razón por la cual debemos ser sometidos a leyes. La
diferencia entre los peores y los menos peores sería para Kant la misma que
existe entre quienes deben ser obligados a acatar las leyes y los que las han
introducido en su propio corazón. Estos últimos son los menos peores. Más no
hay en este mundo. Por esa madera carcomida de la cual todos estamos formados,
hay que votar.
Estoy casi seguro de que Kant me habría
felicitado por esa última frase.
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