NESTOR MORA 27 de julio de 2015
No es lo mismo ir a la iglesia que ser
Iglesia. No es lo mismo aparentar ser cristiano que creer que Cristo ha
resucitado y está junto a nosotros. No es lo mismo vivir una creencia
socio-cultural que impregnar nuestra vida con la fe que profesamos.
Las apariencias nos permiten vivir en
sociedad de forma más sencilla, pero a veces nos escondemos detrás de ellas
para no mostrar las debilidades y dudas de nuestra fe. ¿A qué tenemos? ¿A los
demás? “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra” (Jn 8, 7)
Hay quienes solamente se han revestido
de Cristo por haber recibido el sacramento, pero están desnudos de Él por lo
que se refiere a la fe y las costumbres #SanAgustin (Sermón 260A, 2).
Los sacramentos son signos de gran
importancia para los cristianos. A través de ellos recibimos la Gracia de Dios,
de forma directa. Si para nosotros son sólo signos sociales que nos permiten
sentirnos integrados en un grupo, estaremos desperdiciando la fuente de Agua
Viva que con tanto amor, Cristo nos ofrece.
Por algo Cristo le decía que “el que no
nace del Agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 5).
No basta con ser reconocido de forma social, se trata de nacer de nuevo, ser
personas nuevas que viven del Agua de la Gracia de Dios. “No solo de pan vive
el hombre, sino de toda palabra que sale de la Boca de Dios” (Mt. 4, 3-4). Las
Palabras que salen de la Boca de Dios son signos que nos transforman, Dios
mismo que se dona a nosotros para convertirnos. Los sacramentos son una parte
importante de las Palabras que Dios dice para nosotros.
Pero, como siempre, se hace más evidente
que “si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Pásate de
aquí allá”, y se pasará”. Indudablemente, las montañas que seremos capaces de
mover serán que la Voluntad de Dios desee que movamos. Entre estas montañas
está nuestra conversión y capacidad de ser herramientas dóciles en las Manos de
Dios.
Para que todo esto pueda tener lugar, es
necesario hacer que nuestra vida sea coherente y consistente con nuestra fe.
Esta montaña imposible de mover por nosotros mismos, es una de las que Dios
espera que le pidamos y nos esforcemos por mover. Ahora, sin fe, poco podremos
hacer. Ya nos dijo Cristo que: “Sin mi nada podéis” (Jn 15, 5)
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