Por Leonardo Padrón
No, no es una equivocación del
calendario. Claro, no estamos en Semana Santa. Y no es, como lo evoca la
liturgia católica, “la feliz conclusión del drama de la Pasión y la alegría
inmensa que sigue al dolor”. Aunque la tentación de untarle esa frase al
momento político que vive hoy el punto más al norte de la América del Sur es
grande. Pero me entona ese título. El destello a buena noticia que ostenta.
***
Hoy, 6 de diciembre del año
2015, la contraseña para un país llamado Venezuela es que todos sus ciudadanos
en masa, en multitud, en bulto de millones, vayan a votar. La contraseña es la
lucidez. La contraseña es arrojar el miedo al cesto de la basura porque hoy el
miedo no nos sirve, no es útil, es un estorbo para el curso de la historia.
Bien lo sabemos. Ellos, el
gobierno, los líderes de la alicaída revolución chavista, harán lo que mejor
saben hacer. Moverán todos los tensores de la gigantesca maquinaria que han
construido en 16 años. Vaciarán las arcas, incluyendo las indebidas, para
movilizar a sus seguidores, y –sobre todo- a los que ya solo persiguen su
propia decepción, a los desencantados, a los indignados, a los abúlicos. Les recordarán,
con argumentos que oscilarán entre la arenga y la amenaza, su lealtad con el
todopoderoso líder que, vaya ironía, sucumbió a la muerte como cualquier
miembro de la especie humana, para terminar no siendo tan ser supremo. Pero
para algo sirven los adjetivos.
Un hombre galáctico, un hombre eterno, esa
sigue siendo la insignia machacada hasta el hartazgo. Así funciona el voraz
mercadeo de los mitos.
Y entonces tocarán la diana a
una hora indecente. Aullarán sus consignas, su retórica olorosa a naftalina.
Serán estridentes. Sacarán sus huestes, sus batallones. Recorrerán las calles
expandiendo sus canciones de guerra. Urgirán a los tubos de escape de sus
motos. Agitarán la marea seca del asfalto. Desfilarán con la intimidación como
estribillo. Se vestirán de ultimátum.
Se propondrán lentos en el
proceso de arranque. Algunas mesas de votación se harán tardas, calmosas.
Buscarán confundir. Irritar tu paciencia. Urdirán estrategias hoscas. Asomarán
la sombra de sus armas. Sacarán a pasear al lobo del miedo una vez más. Se
convertirán en colmillo, en arenga hostil, en ladrido. Harán de sus medios de
comunicación una verbena de triunfo prematuro. ¿Entiendes, no? Lo sabes, lo has
vivido ya muchas veces. Pero esta vez tú marcaras la diferencia. Tú cumplirás la
contraseña.
***
Tú serás más ciudadano que
nunca. Harás de este domingo el mayor acto cívico que hayas vivido. Te bañarás
concienzudamente, vestirás tu camisa más fresca, te peinarás sin prisa, te
empinarás un café, llevarás el periódico oscilando en tu mano, te unirás a los
vecinos que salen de sus casas, con la mirada distinta, con el semblante
cómplice en la sonrisa. Harás esa breve peregrinación a tu centro electoral,
sin estridencias, sin trompetas ni prédicas en el verbo. Te unirás a la cola.
La única cola de este país donde no te sentirás humillado y donde cobrará
sentido finalmente tu cédula de identidad. Compartirás una mirada limpia con
tus pares, y otra vez asomará esa sonrisa rara, inédita, aun tenue, de asunto
que amanece, de principio de las cosas.
Es como si fueras a llenar la
planilla de estreno de otro país.
***
Y avanzarás poco a poco, y
verás cómo la cola crece, cómo la gente se saluda con un gesto firme, sin
barandas en la duda, con la esperanza agitándose en las pupilas. Estarás frente
a la máquina de votación, lleno de sentido común. Listo para opinar por lo que
vives. Listo para comenzar a desterrar el oprobio en el que se ha convertido tu
vida. Tu elección será tan personal como secreta, tan tuya que contiene a tus
hijos, tus proyectos y tus porqué. Te sentirás más demócrata que nunca poniendo
tu firma en este domingo de resurrección que tu generación no olvidará.
Depositarás ese pequeño papel
en la urna electoral, como quien entierra un pasado oscuro y vergonzoso, como
quien echa las últimas paladas de tierra sobre una larga pena, un amor que te
traicionó o en el que nunca creíste. No lo oirás, pero sentirás tu pequeño
papel sumarse a los otros, que allí, en el espacio íntimo de la caja de cartón
se convertirá en protagonista de una jornada inolvidable.
***
Apostarás a que todo comience
de nuevo. A que el odio sentirá su primera derrota. Vendrán tiempos de humildad
colectiva, piensas. De madurez ciudadana. De enumerar las primeras tareas. De
afinar el lápiz y redactar una primera página, una suerte de diario, un informe
general sobre la resurrección. Volverás a creer en algo. Volverás a apostar por
tu origen, por tu sitio, por tus costumbres.
La única contraseña permitida
será que triunfe la verdad. Que lo que Tibisay Lucena, la voz del ágora
revolucionaria, diga esta noche, al filo de los nervios de un país entero, sea
-no irreversible- sino incuestionable. Que no haya dudas, ni miradas de
soslayo, ni quebrantos en la realidad. Que sea un anuncio impoluto. Sin otra
consecuencia que un largo aplauso de un lado y un comprensible duelo del otro.
Y entonces la revolución comenzará a convertirse en ayer. Y la democracia se
hará cercana, horizontal y cierta. Te sentirás bien contigo mismo. Tu
conciencia de venezolano se hará más nítida. Mirarás a tus hijos con un ánimo
inédito. Pondrás algo de música, sin destemplanza. Ensayarás un breve paso de
baile con tu pareja. Reirás con ese brinco en el pecho que da la alegría de una
noticia que se ha hecho esperar demasiado.
***
Mientras apuestas por ese momento,
llamarás a los tuyos. Chequearás quién ha votado, quién no. No prenderás la
televisión, pues la sabes hoy un aparato inútil, un objeto colonizado, una
fábrica de espejismos ideológicos. Buscarás las emisoras de radio confiables.
Te sumergirás, sobre todo, en las redes sociales donde aún la verdad tiene sus
pasillos, sus ventanas, sus voces. Recelarás de las cadenas triunfalistas, las
cifras prematuras, los datos excesivos. No replicarás lo que sea duda,
desproporción y fuente incierta. Has aprendido. No es la primera vez.
Sabes que te toca desvelarte,
como te has desvelado ya ¿19, 20 veces? ¿Cuántas Tibisay Lucena tienen tus
madrugadas? Estarás, como todo el país, y los ojos del mundo, pegado a cada
latido de las noticias, viendo de soslayo la botella que contiene tu licor
preferido, el que guardaste para un momento como este. El susto irá creciendo
en el estómago con cada minuto que se descuelgue del reloj. El susto, como una
mancha que se ensancha y es vértigo.
Vendrán las caras de póker de
lado y lado, los silencios inescrutables, y luego las medias sonrisas, los
gestos de fiesta simulada. No sabrás cómo aplacar la mancha del susto. A quién
más llamar, a quién no creerle. La lluvia de datos de última hora es tal que te
mareas, te levantas, abres la nevera, pellizcas algo, te sirves otro trago, tu
pareja te insiste en que llames de nuevo a tu contacto más cercano. ¿Qué sabes
tú? ¿Cómo va la vaina? Están jodidos, esta vez están jodidos. ¿En serio? No me
quiero entusiasmar. Tengo un historial de naufragios. Tranquilo. Imagínate que
en el circuito tal, clásico bastión chavista, no tienen vida. Te lo dije: las
encuestas no mienten. ¿Pero le viste la sonrisita a Jorge Rodríguez? No le
hagas caso, él duerme así, con esa mueca de burla existencial. Es su burka, su
escondrijo. Un rictus, casi. No sé, no sé. ¿Por qué no terminan de cerrar todas
las mesas? Son ya las 7:30.
Estamos presionando. Presionar no basta. Como
tampoco basta llamar al amigo que tienes dentro del comando opositor, ni al
primo lejano de un importante chavista, y menos aún sirve la fiesta que bulle
en la autopista del Twitter. Ya bajaron la tarima en la avenida Urdaneta. Gran
vaina, eso lo han hecho más de una vez y después regresan todos con
esa sonrisa Jorge Rodríguez en el rostro.
¿Y si pasa algo? Es decir, ¿si
pasa lo de antes, lo de tantas veces? ¿Ese desenlace turbio al que nos tienen
acostumbrados?
***
Es el día más largo del año.
Para ti. Para tus contrarios. Para tu gente. Para todos. Tus hijos se dan
cuenta, juegan, comen, juegan otra vez, se cansan, se asustan de tantos cambios
de ritmo. Todo entra a la zona negra de la incertidumbre. Tú piensas de nuevo
lo que tienes días pensando: la épica del chavismo es un barco que está a punto
de encallar. Suena grandilocuente, pero es así. Las palabras a veces arrastran
a los hechos. Allí está tu botella preferida, como una promesa líquida que pide
a gritos mojar tu esófago y convertir cada sorbo en un por fin. En un comienzo.
El comienzo que se necesita. Para no ser nunca más un país irrespirable. Para
dejar de ser escombro y convertirnos en futuro. Esa es la contraseña. No hay
otra. La contraseña es intentarlo todo otra vez y mejor. Tu voto es la
contraseña hacia el país posible.
Hoy es domingo de
resurrección.
Chequea de nuevo el
calendario.
06-12-15
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