Por
Claudio Nazoa
I
Cuando
tenía 17 años, vivía en Villa de Cura y pertenecía a la Juventud Comunista de
Venezuela. Allí conocí a una dama a quien llamaban Diana, la húngara. Una
bellísima mujer a quien nunca le dije nada que no fuera político, ya que en el
partido nos decían que viéramos a las muchachas como hermanas de lucha y no
como mujeres apetecibles. Así que, como un gafo y por más de un año, intenté
disfrutar de su intelecto revolucionario, y no de sus pródigas curvas.
Un
día, el camarada Mamagüela, encargado de nuestra catequización comunista, dijo:
—Camarada
Iky –esa ridiculez era mi seudónimo–, hemos notado que tiene desviaciones
pequeñoburguesas y que es fanático de unos tales Beatles, peludos ingleses que
representan la decadencia del imperialismo internacional. Así que, decida: ¿la
gloriosa Juventud Comunista de Venezuela o esa podredumbre burguesa?
Trémulo
de alegría, respondí:
—¡Me
quedo con Los Beatles!
Ese
día salté la talanquera hacia la derecha, pero a la de verdad, a la
progresista, a la que hace que el mundo avance.
El
camarada Mamagüela, con voz de maestro traicionado, dijo:
—Camarada
Iky, lástima que haya sido captado por agentes de la embajada norteamericana.
—Camarada
Mamagüela –respondí–, ¿usted cree que los gringos son locos para venir a este
calorón de Villa de Cura a captarme?
Me
despedí de la bella húngara anhelando que también ella saltara la talanquera.
Pero no. Me dio un abobado beso en el cachete y más nunca la vi.
Muchos
años después, me tropecé con un dirigente adeco quien era nuestro “enemigo
político en Villa de Cura”. Me contó algo insólito.
—Claudio,
¿recuerdas a Diana, la húngara?
—¡Claro!
—¿Ella
no te dio nada?
—¿Nada
de qué?
—Tú
sabes…
—No
entiendo.
—La
húngara me contó que ustedes los comunistas eran fastidiosos y castos, así que,
en Maracay, ella se derrapaba conmigo y con un dirigente copeyano de origen
húngaro.
Después
de 40 años me sentí el hombre más pendejo del mundo. Otra razón para rechazar
el comunismo.
II
Un
comunista fanático llega a su casa y encuentra a su mujer en la cama con un
dirigente adeco del barrio.
Arrecho,
lleva su mano a la cintura y desenfunda un spray de color negro. Sale a la
calle y hace una pinta en la pared de su casa:
No
pasarán. ¡El pueblo unido jamás será vencido!
Luego,
corre a la embajada norteamericana en Caracas, y escribe:
¡Yankees,
go home! Obama, deroga el decreto ¡ya!
Dos
ejemplos de cómo los gringos siempre han violado la sagrada soberanía de
Venezuela.
18-01-16
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