Luis Ugalde S.J. 18 de junio de 2016
La Buena Nueva de Jesús
Jesús
en su ser, actuar y enseñanza nos revela a Dios-Amor en contradicción al
dios-poder reinante en muchas religiones y soporte de los poderes de este
mundo. Dios-Amor cuyos profetas del antiguo testamento ya enfrentaron la
absolutización del poder político, del dinero y del templo.
Específicamente
Jesús nos dice que estas absolutizaciones son contrarias y rivalizan con
Dios-Amor:
-No es
el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre (Mc2, 27).
-Nadie
puede servir a dos señores, a Dios y al dinero (Mt.6, 24).
-Los
señores de este mundo dominan y esclavizan a sus súbditos. No sea así entre
ustedes, sino que el mayor se haga servidor (Mat.20, 26-28).
Jesús
no rechaza maniqueamente esas realidades (poder, dinero, razón y religión) que
son necesarias como medios para que las personas vivan, se expresen y se vayan
realizando. Lo que rechaza como contrario a Dios-Amor es la absolutización y
endiosamiento de los mismos.
La
religión, el poder político y los bienes de la tierra son medios
importantísimos para la realización humana. Pero son esclavizadores cuando se
absolutizan y reducen a los demás a simples medios, negándoles su propio fin y
sentido trascendente. Niegan y explotan al pobre para incrementar el propio
poder y riqueza. Normalmente el poder político y la riqueza económica van
juntos y confundidos o aliados estrechamente.
El
poder político absolutizado se opone a Dios-Amor porque esclaviza a los
súbditos, por lo cual Jesús dice a sus discípulos: entre ustedes no sea así,
más bien quien quiera ser el mayor se haga servidor, como el Hijo del Hombre
que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida por muchos (Mateo
20,26-28).
Jesús
dice que la búsqueda de ser como dioses es propia de la condición humana; no es
sólo una tentación, sino una liberación en la medida en que encontremos que el
dios que buscamos es Dios-Amor que afirma gratuita y radicalmente a todo ser
humano, especialmente al pobre, al que no se le reconoce. Recibir a ese Dios es
amarlo y amar al prójimo como a nosotros mismos por encima de todas las cosas y
poderes. Esta vivencia transforma la política, la economía y la religión. Jesús
reconoce la ley judía y la cumple, pero la relativiza (el sábado es para el
hombre), igual que el poder y la riqueza son convertidos en medios para servir
a fin de que el amor y la vida sean posibles y se hagan realidad para los
excluidos y para todos. Como se expresa en la fuerte diatriba de Jesús contra
los escribas y fariseos (Mat.23, 13-26), en la parábola de la oración del
publicano humilde (Luc.18, 9-14) y del fariseo, el Dios-Amor no es producto de
nuestras buenas obras, sino totalmente gratuito y ofrecido para que lo
encuentre quien así lo busca. Realidades terrenas que son necesarias y muy
buenas como medios, se transforman en males cuando se absolutizan, mientras los
humanos-fines son reducidos a simples medios.
No hago el bien que quiero (Romanos 7,19)
También
en política es verdad lo que dice Pablo ”no hago el bien que quiero, sino que
practico el mal que no quiero” (Rom. 7,19). Proclamo el bien de los súbditos,
el bien común y mi vocación de servicio. Pero una vez en el poder hay la
tendencia a que éste se convierta en absoluto en mí. Para librarnos del ídolo
del poder absolutizado y reducir al dios-poder a medio humanizador, es
necesario un Dios-Amor mayor. El Espíritu de Jesús nos lo da. El hombre sólo no
es capaz de librarse de sus ídolos, pero con el Espíritu de Jesús afirma
radicalmente al pobre y convierte el poder, la riqueza, y la razón instrumental
en medios de vida muy valiosos. La ley del Espíritu es vida y paz, libertad y
amor, confianza de hijos que sin temor le dicen Abba frente a los “bajos
instintos” de “muerte y guerra, dominación, odio, temor y esclavitud”. “Cristo
nos rescató de la maldición de la ley” (Gálatas 3,13).
La ley
es buena en lo que nos manda, pero sin Espíritu se convierte en maldición, pues
no da fuerza para hacer el bien, aunque tengamos entendimiento para conocerlo.
Así “el precepto destinado a darme vida me llevó a la muerte” (Rom. 7, 10) “La
ley es santa, el precepto es santo, justo y bueno”, pero en mí, sin Espíritu
llega a la plenitud de la malicia” (Rom.7, 10-13) En términos paulinos la ley
es espiritual pero yo soy carnal. “La ley es excelente”, pero en mí sin
Espíritu es imposible y se convierte en condena. Esto es válido para el Poder y
su uso sin Espíritu y también para la Riqueza y la Razón y su uso sin Espíritu.
No soy libre frente a ellos, sino que los convierto en dioses y esclavizo a los
demás. Mientras que con el Espíritu afirmo radicalmente al pobre y convierto el
poder, la riqueza, la razón en instrumentos y medios de vida.
La ambivalencia del poder
El
poder es dominación y también capacidad de hacer algo. En el reino de este
mundo quien tiene el poder oprime con él y esclaviza a los súbditos y por otra
parte la impotencia de las personas para realizarse es reductora de humanidad.
Además de dominación, el poder es capacidad para hacer algo, capacidad para
humanizar y desarrollar a la persona que la posee. Por eso el poder es
necesario, el poder es vida y liberación y el modo de impedir el poder que
domina y abusa es la generalización-distribución social del poder-capacidades.
La
generalización y distribución social del poder-capacidades es el modo de
controlar y reducir el poder-dominación de uno o de varios. De tal manera que
si la soberanía y el poder pasan a manos de la mayoría, el poder absoluto del
rey y del dictador se convierte en medio subordinado a los súbditos. Este es un
horizonte de la ética política, nunca logrado a plenitud. En la práctica los
humanos tendemos a convertir el poder en absoluto y lo absoluto no se somete a
ninguna consideración ética. Más bien se convierte en rector superior de la
ética: es bueno lo que fortalece, conserva y aumenta el poder y malo lo que lo
debilita. El poder es un dios demoníaco y el hombre no puede librarse de él a
no ser que reciba un Dios superior, Dios-Amor capaz de relativizar el poder y
convertirlo en servicio y amor.
La
Esperanza cristiana y la Utopía. La esperanza nos confirma en nuestra plenitud
ausente y buscada de la que estamos distantes y alejados. No es algo que
tuvimos, sino algo que intuimos que es nuestro, pero no lo poseemos, sino en
promesa y anticipo. La esperanza cristiana que brota de la Resurrección de
Cristo, nos transforma y nos lleva a transformar el mundo; actuamos en el reino
de este mundo con la semilla del Reino de Dios que lo transforma y lo
trasciende.
Esta
esperanza la vivimos de manera ambigua en las realidades de este mundo: La
podemos vivir como evasión de un mundo que nos puede parecer pasajero,
irremediable y desdeñable desde la perspectiva de la plenitud duradera e
inmortal. Va unida a la resignación y descompromiso. Así se ha vivido en muchos
momentos de la historia del cristianismo.
Al
mismo tiempo la esperanza en nosotros es una fuerza transformadora que actúa
como vida y amor en este mundo donde el odio y la muerte también son realidades
permanentes. La fuerza transformadora de la esperanza se nutre de Dios-Amor
cuyo hijo Jesús da la vida y por ello es puesto por el Padre como salvador de
todos. La búsqueda de la felicidad y de la plenitud no es una ilusión, sino
tienen sentido y respuesta.
La
esperanza en nosotros se encuentra con la utopía, cuya plenitud no tiene lugar
en la historia. Cuando la utopía asume la historia en su concreta realidad,
actúa en ella como inspiración, como estrella en el horizonte y fuerza interior
transformadora que va concretando proyectos históricos realizables. Por el
contrario, la utopía queda en mera ilusión cuando no es capaz de asumir la
realidad en toda su limitación y transformarla, sabiendo que la plenitud
utópica nunca se alcanza en la historia.
Los
grandes movimientos utópicos -sean religiosos o seculares- con su mesianismos
movilizadores cuando llegan al poder tienden a convertirse en sistemas
opresivos al traducirse en regímenes políticos que pretenden encarnar ya la
plenitud(o el camino inexorable a ella), la encarnación del hombre nuevo y la
realización de una naturaleza y sociedad humana sin alienación. Necesariamente
se convierten en tiranía contra todo el que se opone a esa perfección
definitiva y absoluta. Así la utopía de la Revolución Francesa (libertad,
igualdad y fraternidad) al transformarse en poder político se convirtió en
tiranía y justificó la guillotina contra los desviados como medio necesario
para el fin de la liberación total… De manera similar el asesinato de decenas
de millones de soviéticos y chinos sacrificados por las respectivas
revoluciones era justificado como precio insignificante para lograr el
definitivo e irreversible paraíso en la tierra con el hombre sin mal y sin
privaciones. Según ellos, quien se opone a este bien total es necesariamente un
delincuente enemigo de la humanidad que no merece vivir.
También
los movimientos cristianos si pretenden alcanzar la plenitud del Reino de Dios
en este mundo terminan en monstruosas imposiciones, como lo demuestra la
historia.
Ética y Política
Cuando
una realidad terrena se convierte en absoluto, ya no admite ser juzgada por la
ética, sino que ella pretende ser la fuente de la ética. Esto es válido para el
Poder, para el Dinero y también para la Razón. Según eso, en cuanto al poder
político, una cosa es la ética que se exige a los súbditos y a los particulares
y otra la que pretende ser ética del poder. La ética del poder dice que es
bueno aquello que sirve para conservar e incrementar el poder y malo lo que
lleva a perderlo. Dicho así suena como una barbaridad, por eso no debe ser
proclamado pero sí practicado, como bien lo expresó y analizó Maquiavelo. Por
supuesto antes de alcanzar el poder, e incluso una vez logrado, el poder es
proclamado como medio para el bien, el poder es presentado como servicio y el
poderoso como servidor; pero una vez alcanzado el poder es vivido por el
poderoso como fin absoluto y señor que justifica esclavitudes. Se puede aplicar
lo de S. Pablo “no hago el bien” que proclamo, sino el mal que afirmo detestar.
Y todos los medios serán considerados como buenos si contribuyen para lograr
ese fin absoluto del poder.
La legitimación
de la absolutización del Estado o del Príncipe tiene dos expresiones
magistrales. Hobbes justifica el poder absoluto del Estado como medio
indispensable para evitar mayores males, para evitar que los hombres se maten
entre sí como lobos. Normalmente así se auto justifican numerosas dictaduras
latinoamericanas que toman el poder para impedir gravísimos males que amenazan
a la sociedad; mucho más graves que las represiones que traerá la dictadura. La
otra justificación del poder absoluto es que se presenta como medio
indispensable para lograr, de una vez por todas, una nueva humanidad y su
felicidad sin mal alguno. Tanto paraíso bien vale una opresión transitoria…
Evidentemente
no podemos aceptar este proceder como algo ético, pero sí debemos entender que
se trata de una pretensión y práctica normal y corriente. Maquiavelo expresa en
toda su crudeza la necesidad de que el Príncipe no se someta a la ética, sino
que su poder sea la fuente cambiante de toda ética para los súbditos:
“Supuesto
que un príncipe que en todo quiere hacer profesión de ser bueno, cuando en el
hecho está rodeado de gentes que no lo son. No puede menos de caminar hacia su
ruina. Es, pues necesario que un príncipe que desea mantenerse aprenda a poder
ser no bueno, y a servirse o no servirse de esta facultad según que las
circunstancias lo exijan” (Maquiavelo, El Príncipe Cap. XV pp. 76-77 de la
edición Austral).
Es
importante que el Príncipe proclame la virtud ante los súbditos, pero no debe
tomar en serio más que las apariencias y hacerlo contrario cuando sea
conveniente para reforzar el poder: “Pero no tema incurrir en la infamia ajena
a ciertos vicios si no puede fácilmente sin ellos conservar su estado; porque
si se pesa bien todo, hay una cierta cosa que parecerá ser una virtud, por
ejemplo, la bondad, clemencia, y que si la observas, formará tu ruina, mientras
que otra cierta cosa que parecerá un vicio formará tu seguridad y bienestar si
la practicas” (Op.Cit. pp. 77-78).
Desde
este punto de vista la virtud y el vicio son relativos. La virtud cuya
observancia lleva a perder el poder no debe practicarse, por el contrario el
vicio puede ser una necesidad virtuosa para afianzar el poder.
“Un príncipe,
y especialmente uno nuevo, que quiere mantenerse, debe comprender bien que no
le es posible observar en todo lo que hace mirar como virtuosos a los hombres;
supuesto que a menudo, para conservar el orden de un estado, está en la
precisión de obrar contra su fe, contra las virtudes de humanidad, caridad, y
aun contra la religión. Su espíritu debe estar dispuesto a volverse según que
los vientos y variaciones de la fortuna lo exijan a él; y, como lo he dicho más
arriba, a no apartarse del bien mientras lo puede, sino a saber entrar en el
mal cuando hay necesidad. Debe tener sumo cuidado en ser circunspecto, para que
cuantas palabras salgan de su boca lleven impreso el sello de las cinco
virtudes mencionadas; y para que, tanto viéndole como oyéndole, le crean
enteramente lleno de bondad, buen fe, integridad, humanidad y religión. Entre
estas prendas no hay ninguna más necesaria que la última.” (El Príncipe Cap.
XVIII pp.87-88) “…como lo he dicho más arriba, el príncipe que quiere conservar
sus dominios está precisado con frecuencia a no ser bueno” (Op. Cit. p. 95)
Glosando
a Pablo podemos decir con Maquiavelo que en política con frecuencia es verdad
que no hago el bien que proclamo y ofrezco, sino que me veo obligado a hacer el
mal que no quería, al menos cuando no era dominado por la adoración del poder
que ahora me posee y domina. Según Maquiavelo es lo que hacen los príncipes
para mantener y afianzar su poder. No prometer algo éticamente impecable a los
ojos de los súbditos sería un error y -según él – tratar de cumplirlo sería
otro error por renunciar a los medios adecuados para alcanzar el fin absoluto
de perpetuarse en el poder.
Así
como la economía liberal rechaza como negativa la ética y la imposición de la
autoridad política en economía (pues impiden el funcionamiento libre de las
“leyes naturales” de la economía), también el poder político pretende estar por
encima de toda ética.
Reflexión final
Los
hombres son lobos para los hombres- decimos con Hobbes – y al mismo tiempo
están llamados a ser hermanos. Jesús nos dice “no sea así entre ustedes”, sino
que el mayor se haga servidor de todos como el hijo del Hombre que no vino a
ser servido sino a servir y dar la vida. Darla para que los que hoy carecen de
ella la tengan. También en política.
El poder
como tiranía y disposición de las vidas de quienes no tienen poder sólo se
derrota por la combinación de un elemento espiritual interior el reconocimiento
de la dignidad del otro y del bien común como realización de la dignidad de
todos y por el otro lado la creación de poder en los que no lo tienen de manera
que los aspirantes a dictadores tengan menos poder que la sociedad en su
conjunto y ésta tenga mecanismos para controlarlos. Para ello hace falta
combinar el espíritu de reconocimiento y amor al otro y la creación de
instituciones y de organización social para que nadie tenga poder absoluto para
oprimir. Socializar e institucionalizar el poder para que no sea fin en sí y
nadie tenga poder de convertir los instrumentos en fines y a las personas oprimirlas
y reducirlas a simples medios de acumulación y perpetuación del poder. Pero
quien adora al poder no puede domesticarlo, sino que necesita ser liberado por
un Dios mayor que es el Dios-amor que se nos da e impide esclavizar a otros.
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