Thaelman Urgelles 01 de junio de 2016
La
aplicación de la Carta Democrática de la OEA es una valiosa opción
complementaria para la lucha democrática de los venezolanos. Y su invocación
debe hacerse sólo cuando tengamos la certeza de contar con los votos necesarios
para lograrlo; porque un fracaso en esa tentativa sería brindarle al régimen
una victoria que no merece, en estos tiempos de su declive irremediable.
La
sesión del Consejo Permanente de la OEA que estamos viendo es una muestra de la
complejidad y burocratismo leguleyo que revisten esas gestiones diplomáticas.
Por eso he insistido: no debemos esperar de los organismos internacionales la
solución de nuestra grave crisis. La Carta Democrática, si es que logramos
conseguirla, sería una positiva jugada para descongelar un juego político al
que el gobierno se empeña en cerrar toda salida; porque la misma daría una
enorme presión sobre el gobierno para que acate mínimamente la Constitución y
las leyes, respete la solicitud de Referendo Revocatorio y la gestión de la
Asamblea Nacional. Pero nada garantiza que ello producirá un cambio en la
actitud criminal del régimen y mucho menos significa que la Carta Democrática
dará un final directo a la dictadura.
Hemos
visto cómo la iniciativa del Informe del Secretario General Almagro, que
conduciría a debatir la aplicación de la Carta Democrática, fue postergada para
dar preferencia a un proyecto de acuerdo menos enérgico y vinculante que el de
Almagro. No soy diplomático ni conozco los intríngulis del proceso; por ello doy
una moderada credibilidad a la hipótesis de que los países que lanzaron esa
propuesta lo hicieron por no existir los votos necesarios (23 de 34) para
aplicar la Carta.
Pero
no deja de llamarme la atención el texto blandengue (para la gravedad de
nuestra situación) de la declaración propuesta por ese grupo de países, que a
estas alturas son mayoría. Y el hecho de que el mismo haya sido impulsado por
la Argentina, un país que promueve la candidatura de su actual Canciller a la
Secretaría General de la ONU, y de quien se dice que ha obtenido la promesa de
Maduro de apoyarla con su voto y los de su corte de los milagros del Alba y
Petrocaribe.
A
estas alturas, pienso que detrás del farragoso estilo de los discursos y de las
intenciones de consenso lo que está en juego es la eliminación del apoyo al
Referendo Revocatorio de la declaración final. Si ello ocurre, habrá sido otra
demostración de la proverbial inutilidad de la OEA, de la cobardía y
mediocridad de sus gobiernos y de que solo está en nuestras manos la solución
del desafío histórico que la pandilla criminal llamada PSUV ha puesto ante
nosotros.
De ser
esto así, la OEA pasará a engrosar la lista de los responsables de cualquier
desenlace criminal de esta crisis. No sería nuevo, por lo demás, la historia
reciente de Africa, Asia, Europa, América y otros escenarios está llena de
masacres, tragedias humanitarias y otras vergüenzas producidas por la cobardía
y mediocridad de la UE, la ONU y otros organismos internacionales.
Ojalá
me equivoque.
Sirva
esto de aprendizaje a quienes en Venezuela han privilegiado hasta el extremo el
lobby en escenarios internacionales, mientras dan un tímido y casi inexistente
apoyo al Referendo Revocatorio, única vía cierta hoy para echar del gobierno a
la cáfila corrupta que destruye al país.
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