Por Simón García
Maduro dio un largo paso
hacia una dictadura del siglo XXI. Se rebela contra la Constitución, desconoce
a la Asamblea Nacional y subordina el CNE y el TSJ a sus planes
personales.
En su continuada destrucción
de la institucionalidad lo que más avergüenza es la genuflexión de unos
exciudadanos que invirtieron las funciones de los organismos que integran: un
CNE contra las elecciones y un TSJ contra la justicia. Ellos también serán
responsables del modo como va a concluir esta fase final del régimen.
Un presidente que intenta
tapas su debilidad con agresiones, fantasiosas invasiones y marchas pagadas, se
tambalea hacia el abismo con indecisiones y contraindicaciones que pueden
arrastrar al país a regar con sangre el árbol de la libertad. Esto es lo que
quiere evitar la MUD y los que coinciden, incluso dentro del oficialismo, en la
necesidad de aligerar los tiempos para que sea la gente votando la que decida
sobre si Maduro se queda o se va. Es un derecho establecido expresamente
en la Constitución Nacional el que se quiere diferir y burlar.
El referendo es la fórmula
directa y democrática para asegurar la gobernabilidad inmediata y posterior al
posmadurismo, para encarar ya la crisis humanitaria y comenzar a introducir el
programa de reconstrucción de la economía, de las instituciones y de la
democracia sobre nuevas bases. Pero hay que entender que para acabar la siembra
de odios, regenerar confianza, rescatar valores y practicar una nueva cultura
cívica se va a requerir de entendimientos entre los dos agrupamientos que
estuvieron contendiendo en los últimos años.
Estos acuerdos, al margen de
la dinámica mayoría/minoría que predomina en lo político, se están dando en la
base de la sociedad. En los sectores populares y entre los jóvenes el dalo por
hecho como el sí va, son la expresión de una cultura abierta al acuerdo
cotidiano y al pacto cívico.
Pero entre las diversas
élites, desde la militar a la profesional, los acuerdos están taponeados
por incomprensiones, prejuicios, intereses de hegemonismo o rezagos de la
visión que sustituye el verdadero cambio por el simple quítate tú para ponerme
yo.
La reacción buena
frente al riesgo de la quiebra del país es la convicción de que Maduro y su
cúpula se han hecho incompatibles con una solución pacífica, democrática y
constitucional. La respuesta mala es la desesperanza, la apatía o la
desesperación. La peor es la de reforzar y justificar la carta gubernamental de
la violencia, el último recurso para impedir que el pueblo, ejerciendo su
derecho irrenunciable a la manifestación, exija votar. Organizar esa votación
es a lo que intenta negarse el CNE.
Maduro y Diosdado le está
cayendo a mandarriazos a cualquier posibilidad de que sea el pueblo quien
decida sobre su permanencia o no en el poder. Le huyen al referendo porque les
falta altura política para entender que es la salida más conveniente para
ellos, para el PSUV y para el país que lo pide desde su hambre y sus
sufrimientos.
La negativa refleja una
aparente fortaleza, pero sin pueblo y reducido al mínimo su apoyo
internacional, cualquier azar puede hacer que estalle masivamente una
protesta social que ya está indicando que no resiste más. Al furor de las colas,
a la movilización de las vanguardias en las calles, a la creciente presión de
gobiernos y a las medidas gubernamentales que profundizan las calamidades de
todos, se está uniendo la presencia de armas en los saqueos que han comenzado a
intensificarse. ¿Es parte de una provocación mayor?
Lo cierto es que el gobierno
está prendiendo a mecha. El mantra chavista que repite la cúpula Madurista es
un chiste: candelita que se enciende puede no apagarse. La única solución
es abrir con el referendo un proceso de transición con transacción. Antes que
las campanas doblen por todos.
03-06-16
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