Miguel Bahachille M. 14 de junio de 2016
@MiguelBM29
Miseria
es un vocablo comúnmente recurrido para expresar desgracia o infortunio que se
aplica particularmente, entre otros asertos, a los que padecen de extrema
pobreza. La experiencia mundial demuestra que esa angustiosa condición sólo
puede ser reducida si se facilita al necesitado espacios adecuados para acceder
a la producción de servicios y bienes de consumo. Todo lo demás es fantasía o
manipulación. Cuando la fantasía se hace perenne, como en Cuba en 57 años, se
facilita la manipulación. Así pues la pobreza endémica del pueblo cubano podría
menguarse sólo si las generaciones futuras asumieren cambios de ese arquetipo
político. Ya existe la experiencia de la ex Unión Soviética. Hoy, Rusia
capitalista.
¿A qué
viene la cita anterior? Venezuela se encamina a un estatus de pobreza inédito
en su historia republicana, mientras se persiste con el degradante “humanismo igualitario”
inventado por Chávez. Bajo ese esquema es imposible ocultar la inopia que hoy abarca
por igual a casi todos los estratos del país. Estudios del Departamento de
Ciencias Económicas y Administrativas de la USB (Marino González) determinaron
que la pobreza en el año 2014 que era de 48%, cerró en el 2015 en 55%.
La
cara visible de la actual pobreza se hace pública mediante acciones de los
mismísimos que surgieron contra el “capitalismo hambreador”. Ahora han
improvisado algo llamado “Comités Locales de Abastecimiento y Producción” (el
CLAP) con designio de distribuir pequeños paquetes de alimentos de la canasta
básica “casa por casa”. Algunos osaron llamar a ese mendicante distintivo como
“bolsas patrióticas”. Por su parte el presidente Maduro dijo: “Los CLAP tienen
que ser la máxima expresión de la revolución económica en la base”.
Nada
nuevo. En octubre de 2015 la entonces candidata a diputada Jacqueline Faría,
junto a Carlos Osorio y otros numerarios gubernativos en un operativo de
distribución de alimentos en el sector El Mamón, barrio El Ciprés, Macarao,
declaró: “uno sale de su casa, viene con su bolsita, compra y se va para su
casa… eso es la revolución, lo que nuestro presidente Maduro ha ordenado, así
que vamos a disfrutar de estas colas sabrosas para el vivir, viendo”.
Toda
la acción gubernamental se enmarca en una “ontología a la cubana” orientada a
ensanchar la miseria y reducir la libertad personal del necesitado para que no
pueda adquirir lo qué y cuándo quiera. Las colas “por sabrosas” implican
sustituir el divertimento y el “ocio necesario” por la humillación; pero eso sí,
¡con sonrisa en el rostro! Es notoria la intención de arriar la bandera
socialista hacia el grueso de la población para obligarlo a practicar uno de
los oficios más antiguos de la humanidad: la mendicidad.
Para
el régimen la crisis económica y social no existe. Basta oír al representante
del Estado venezolano para los derechos humanos, Germán Saltrón (VTV-01-06),
para corroborarlo. Afirmó que los empresarios prefieren que los alimentos se
pudran y que Venezuela posee mejor calidad de vida que Colombia, Uruguay,
Argentina y Chile. ¡Nada que agregar! En el fondo se busca que nadie se
sorprenda al ver cientos de miles de personas en colas riñendo por comida. Que
esa imagen se convierta en hábito y, por tanto, en parte de nuestra cultura
para que no le quite el sueño a “los complacidos”.
Lejos
de estimular avíos de equidad con productores privados para generar empleos
remunerativos, el gobierno incauta empresas meritorias para convertirse en
repartidor de limosnas. Todo el mundo conoce cómo es la cara visible de la
pobreza, pero no cuál será la reacción del pobre ante tanta carencia. Los
conatos de saqueo deben encender las alarmas del gobierno para evitar se desate
la peor de las revueltas: las ciegas. Seguro que “los cómodos” del gobierno
están al corriente que el término miseria se aplica también a los desprovistos
de otros valores como la honestidad, generosidad y caridad.
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