FÉLIX PALAZZI 04 de marzo de 2017
@FelixPalazzi
El
ayuno ha sido una de las prácticas más extendidas en todas las religiones. A
veces, esta práctica ha sido sacada de contexto y se le ha considerado como un
simple ejercicio piadoso basado en la abstención de alimentos. Aún, para
quienes sostienen que este es su sentido, hoy debemos pensar en aquellos que
escasamente encuentran algo para comer en nuestro país. ¿Cómo podemos,
entonces, recomendar el ayuno a la gran mayoría de venezolanos que con gran
dificultad logran llevar lo básico a la casa?
Mons.
Diego Padrón, Presidente de la CEV, el 07 de Enero del 2017 recordaba: “en la
historia del país ningún gobierno había hecho sufrir tanto, por acción y
omisión, al pueblo como el que ahora administra formalmente las funciones. El
desabastecimiento dramático de alimentos y medicinas es la negación palpable de
una economía sana”. Este panorama no ha cambiado. Por el contrario, ha
empeorado. Por ello, es importante entender el sentido del ayuno en nuestro
contexto venezolano para que podamos vivirlo realmente con sentido cristiano.
Pablo
VI mencionaba en 1966 que la práctica del ayuno ayuda a no “vivir para sí
mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él, y a vivir también para
los hermanos”. En este sentido, el ayuno no puede reducirse a las tradiciones
culturales de comer pescado los viernes o el miércoles de ceniza. Cosa que en
algunas ciudades del país es impagable y que representaría una gran
indiferencia con aquellos que ni siquiera pueden tener hoy una sardina en sus
mesas. Tampoco está relacionado con la abstención de comer dulces u otro tipo de
alimentos durante la cuaresma. Limitar el ayuno a estas prácticas puede
llevarnos a una profunda desvinculación con el Evangelio. Si el ayuno no se
entiende desde la perspectiva de lo expresado por el beato Pablo VI, entonces
perderá su significado y relevancia para los creyentes cristianos.
Sería
conveniente traer a nuestra reflexión el texto de Isaías 58: “¿sabéis qué ayuno
quiero yo? Dice el Señor Yahvé: Romper las ataduras de la inequidad, deshacer
los haces opresores, dejar en libertad a los oprimidos y quebrantar todo yugo.
Partir tu pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al
desnudo y no volver tu rostro ante el hermano”. También la carta a los Hebreos
13,1-2 nos recuerda: “permanezca entre ustedes la fraternidad, no se olviden de
la hospitalidad… Acuérdense de los presos como si ustedes mismos estuvieran
presos con ellos y de los que sufren malos tratos como si estuvieran en sus
cuerpos”. “Volver nuestro rostro ante el hermano” y “acordarnos de los presos y
los que sufren malos tratos” como si fuese nuestro propio cuerpo son, tal vez,
las actitudes más coherentes para vivir esta cuaresma en nuestro contexto
social e histórico que nos ha llevado a vivir una ardua lucha por la
supervivencia.
El
Papa Francisco, en su mensaje para la cuaresma, nos invita a abrirnos al “don
del otro” en el sentido de lo antes expresado. Pero también nos alerta que el
“pecado nos ciega” cuando cerramos la puerta de nuestro corazón. “El amor al
dinero, la vanidad y la soberbia” nos convierten en ciegos, incapaces de
escuchar el llamado de Dios y de nuestros hermanos. La cuaresma y el ayuno, así
vividos, nos prepararán para el domingo de Resurrección, cuando cantemos:
“ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la
alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los
poderosos” (Pregón pascual). Confiemos en que hagamos realidad las palabras de
este Pregón en nuestra amada Venezuela.
Félix
Palazzi
Doctor
en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@FelixPalazzi
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