Por Leonardo Morales
El gobierno sigue su camino,
anda en lo suyo. Eso de la solución a los problemas que aquejan a los
venezolanos: inseguridad, inflación, escasez, reducción del empleo, crecimiento
de la pobreza… no son más que eso, problemas de la gente y no entra en la agenda
de la oligarquía roja que aspira perpetuarse en el poder. El ejercicio del
poder y de la violencia legítima, pero ilegítimamente apropiada por ellos,
pudiera permitirles seguir gozando de los privilegios del poder.
No tenemos al frente a un
gobierno totalitario, pero hacia allá aspira llegar la jerarquía roja; la
instrumentación permanente de nóminas vinculadas a integrantes de consejos
comunales, a miembros de círculos bolivarianos y colectivos, a patriotas
cooperantes y más recientemente los llamados para la entrega del carnet de la
patria, no son más que mecanismos para el control social, formas de mantener
monitoreados a los suyos y a los contrarios.
La lucha contra la tiranía y
los gobiernos despóticos condujeron al establecimiento de un conjunto de normas
que impidieran que esa suerte de tentación se apoderará del poder. La
democracia vino a configurar el mecanismo para que los ciudadanos de un
determinado país lograran superar sus diferencias, pero, además, para impedir
la instauración de regímenes dictatoriales y totalitarios.
Los individuos de un país no
puedan dejar su suerte a lo que decidan los detentadores del poder, siempre han
de estar atentos y participando de aquellos asuntos públicos que son de su
incumbencia y que definitivamente afectan el normal desarrollo de sus vidas.
Habrá instituciones distintas a las del poder que actuarán, pero siempre será
indispensable, en palabras de Ostrogorski, el poder intimidatorio que ejercen
los ciudadanos.
Hasta ahora, el gobierno no ha
avanzado más en sus pretensiones dictatoriales y totalitarias porque los
partidos políticos, muchas veces despreciados por la sociedad, han servido de
contención a la desviación totalitaria. Pero hay que decir más, si ello ha sido
así, es porque la sociedad ha brindado un respaldo extraordinario a las fuerzas
políticas democráticas del país. Si en algún momento el apoyo a los partidos
cejara en su intensidad, la idea totalitaria comenzaría, sin obstáculos, a
apoderarse de cada rincón de la sociedad. Partidos y sociedad democrática han
de actuar como una yunta para detener el propósito comunista.
El apego al ideal democrático
ha de ser integro. De nada basta respaldar unas iniciativas y otras no. Los
partidos políticos son instituciones fundamentales para el desarrollo del ideal
democrático y, aun con las observaciones que sobre ellos hubiere, en algunos
casos justificados, de nada sirve su desaparición o debilitamiento.
En momentos en que el régimen
actúa para deslizarse hacia un sistema de partidos único o hegemónico los sectores
democráticos deben responder con un respaldo público y activo en la renovación
que se inicia a partir del 4 de marzo. Acompañar a Avanzada Progresista
entre otros, en el primer grupo, y luego a las otras organizaciones políticas,
AD, PJ, VP, UNT, MPV y a todas aquellas que decidan participar, tiene un valor
democrático inconmensurable.
Que partidos como el PCV y
LCR, esta última nacida del primero, hayan decidido hacerse a un lado en este
proceso, bien por las limitaciones y obstáculos que impone el régimen o por las
debilidades obvias de ambas, es un golpe sensible al sistema de partidos
venezolanos que no puede celebrarse. En otros tiempos la democracia venezolana
aupaba la aparición y participación de nuevas fuerzas políticas, nacionales o
regionales.
Acompañar a los partidos
políticos democráticos a transitar por esta difícil prueba, haciendo que cada
uno de ellos pueda renovarse, sería una respuesta categórica a las pretensiones
totalitarias del chavismo.
03-03-17
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