Por Nicmer Evans
Desde que tengo memoria se
dice que Venezuela es un país en transición, de hecho, uno de los más
importantes debates académicos que desarrollé en mis estudios de pre grado en
ciencias políticas fue sobre el término transición con mi estimado profesor
Eladio Hernández director de la escuela, proponiendo que en realidad las
fuerzas políticas, sociales y económicas lo que debían era colocar en su agenda
cómo lograr la transformación política, en lugar de ese agotado discurso de la
transición eterna.
Sin embargo hoy es un
momento histórico distinto. Sin dudar un momento que la transformación del
sistema es el objetivo, hoy tampoco tengo dudas en afirmar que lo único que nos
queda es lograr ir hacia la transición y lograr tener condiciones para
transitarla en función de la normalización de las condiciones de vida que
puedan permitir plantearnos transformaciones más profundas producto de un
verdadero ejercicio de conciencia.
Pero no creo que debamos
invertir todo el esfuerzo en pensar como deberá ser la nueva transición
democrática si no actuamos en función de poder llegar a ella. Hoy la discusión
sobre la transición es y debe ser distinta a la de décadas anteriores al
chavismo y aún más al madurismo.
Si la primera etapa de
debate sobre la transición era motivada al desarrollo de más y mejor democracia
y potenciación económica para la superación del subdesarrollo, la segunda etapa
histórica de la transición, en épocas de Chávez, fue la transición al
“socialismo” cosa aún más efímera y etérea que el objetivo primero. Hoy la
transición que aún no se vive y que aunque muchos empujan a que llegue y
no llega, es la transición al reestablecimiento del orden constitucional y la
democracia.
Esta es la clara y meridiana
razón de porqué hoy adversarios y disimiles sectores políticos en lo ideológico
y programático se encuentras y confluyen en un mismo punto, la salida del
gobierno de Maduro, aunque difieren del método.
Lograr llegar a una
transición ante un gobierno dictatorial pasa en primer plano por reconocer que
el gobierno es lo que es: un gobierno dictatorial del siglo XXI, neototalitario
y absolutamente tiránico con todo, menos con la delincuencia y la inseguridad
que incluso es utilizada como arma en el marco de esa tendencia de terrorismo
de Estado postmoderno. Esto lo afirmo ya que si algo persuadía a un sector de
la población de cualquier país a ceder ante el autoritarismo es porque por lo
menos establecía “orden” y “seguridad” si no te involucrabas en política, cosa
que el madurismo suprimió sin complejos por incapaz.
Aunque existen sectores que
juegan a pensar que solos o junto a unos pocos “similares” podrán conquistar a
las mayorías desencantadas para asaltar el poder en unas elecciones
competitivas que algún día permita la dictadura o en una rebelión conducida por
ellos en un proceso de acumulación de fuerzas que podría caer del cielo, la
verdad es que en una coyuntura como esta, emular al 23 de enero pero hacerlo
realidad en el siglo XXI es en definitiva la única salida histórica real que se
conozca viable porque hace décadas ya fue posible.
Construir el camino a la
transición sin duda es complejo, y amerita liderazgo para lograrlo, un
liderazgo en medio de la incertidumbre y el derrumbe de todos los íconos sobre
los cuales se erigió la expectativa de cambio en un país que grita por
transformación.
La única propuesta hoy
viable es la construcción de una transición para la normalización de las
condiciones de vida que implique la incorporación de métodos de lucha
electorales y no electorales pero todos amparador bajo el manto de la
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, la única que hoy tiene
legitimidad, lucha cementada sobre la única institución legítima que queda en
pie, nos guste o no, que es la Asamblea Nacional.
¡Unión, organización y
lucha!
05-06-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico