Trino Márquez 05 de septiembre de 2018
@trinomarquezc
La
mayoría de la corriente migratoria de venezolanos que circula por América
Latina adquirió, a partir de finales de 2017, un rasgo especial. Se trata,
siguiendo el lenguaje utilizado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Refugiados (Acnur), de desplazados que buscan refugio. A ese fenómeno
puede llamársele diáspora, éxodo o escape, pero, stricto sensu, consiste en un
movimiento dirigido a huir de la persecución montada, en gran medida de forma
deliberada, por el régimen contra los venezolanos de todas las edades y clases
sociales. Esos compatriotas han sido acosados y luego desplazados de su lugar
de origen, Venezuela. La causa de ese desalojo no reside en una guerra, caso
Siria, en un enfrentamiento racial o religioso, o en una catástrofe natural,
digamos una prolongada sequía o vastas inundaciones, sino en la irresponsable
aplicación de un modelo colectivista, que ha demostrado hasta la náusea que
genera miseria en todos los países donde se aplica. Venezuela se convirtió en
un gigantesco laboratorio en el cual los restos de la izquierda cavernícola
latinoamericana intenta demostrar la vigencia del socialismo, casi tres décadas
después del derrumbe del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética.
La
huida de los venezolanos está siendo inducida dentro de la estrategia global de
dejar la tierra arrasada, no mediante los paredones de fusilamiento utilizados
por los hermanos Castro en Cuba, sino por la aplicación de una política
dirigida a destruir la propiedad privada, acabar con cualquier vestigio de
economía de mercado, destruir los incentivos que fomentan la iniciativa
particular y eliminar la autonomía del Banco Central. Consiste en crear un
ambiente donde todo esté controlado y vigilado por el aparato represivo del
Estado. En un terreno devastado por la hiperinflación y la soledad resulta más
fácil someter a la población y ponerla a depender de los favores que otorgue el
gobierno. Es más sencillo imponer el carnet de la patria, extorsionar a través
de los clap y proyectar la sensación de que el régimen es eterno e invencible.
Como
Nicolás Maduro propicia la estampida de los venezolanos, su respuesta ante el
drama que viven los millones de desplazados se reduce al cinismo y al insulto.
Niega que el fenómeno esté dándose en la escala descrita por los medios de
comunicación mundiales, los organismos y especialistas internacionales y los
gobiernos de la región, receptores de los emigrantes. Monta unos espectáculos
bufos trayéndose de Perú y Ecuador a unas cuantas personas a quienes a lo mejor
les fue mal en esos países; o, probablemente, se prestaron a actuar en la
comedia urdida por el régimen, por un puñado de dólares y algunas cuantas
promesas. Quienes estudian los procesos migratorios saben que un porcentaje
reducido de migrantes se arrepiente de haber dejado su tierra y añoran
regresar, y lo hacen. Ese retorno a la patria de ningún modo reduce la gravedad
del éxodo.
Ni los
gobiernos latinoamericanos, ni las agencia internacionales, han creído el
ardid. La ONU, la OEA, el Acnur, la Organización Internacional para las
Migraciones (OIM) manejan los datos fidedignos, aunque aproximados, de la
sangría migratoria que vive Venezuela y del impacto que la estampida está
provocando en las naciones suramericanas.
La
impudicia del gobierno no es nada original. Los gobiernos de signo totalitario
siempre apelan al mismo esquema: niegan la realidad o la adulteran. Maduro y
Delcy Rodríguez han dicho que Venezuela sigue siendo receptora de inmigrantes.
El segundo país de América del Sur, luego de Argentina. Esta adulteración de la
verdad no resulta de la ignorancia, sino de la desvergüenza. El gobierno conoce
muy bien la profundidad y gravedad del drama, solo que intenta esconderlo. Lo
mismo hicieron los Castro cuando los cubanos, desde cualquier punto de las
playas de la isla, se lanzaban en embarcaciones improvisadas a ganar las costas
de Florida, de México o de cualquier nación centroamericana. Al comienzo del
proceso revolucionario, quienes abandonaban Cuba eran “gusanos”. El
calificativo se utilizó por décadas. Maduro llama a los emigrantes limpia
pocetas, mendigos o esclavos. Para los Castro, a pesar de que la población se
redujo casi un tercio en pocos años, los “gusanos” eran un grupito de
desadaptados. En Venezuela, la población ha mermado en más de tres millones de
habitante, cerca de 10%, en menos de una década. Falsea los datos verídicos que
algo queda.
Los
desplazados venezolanos que caminan por América Latina están generando un
problema de proporciones galácticas en el subcontinente. Los gobiernos están
convencidos de que el problema en vez de atenuarse o reducirse, se agravará
mientras Maduro continúe en el poder. Nos encontramos frente a la posibilidad
de que la presión internacional se agudice y obligue al autócrata a propiciar
una salida política concertada. La dirigencia opositora debería estar preparada
para convertirse en protagonista de una eventual transición.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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