IBSEN MARTÍNEZ 05 de septiembre de 2018
Brian
McBeth es un economista inglés, doctor en ciencias políticas por la Universidad
de Oxford. Interesado en las cosas de nuestra América, hace más de 35 años
escribió el que hasta hoy es el más comprehensivo relato de cómo la industria
del petróleo irrumpió en la historia de Venezuela.
Publicado
por la Cambridge University Press, su imprescindible Juan Vicente Gómez
y las compañías petroleras en Venezuela, 1908-1935 no ha sido
traducido jamás al español.
Esa
desaprensión editorial de parte nuestra es muy explicable a mis ojos
venezolanos, pero guardaré mi decepción y amargura ante tanta ingratitud para
otra vez. Lo cierto es que deberíamos ser nosotros los primeros interesados en
difundir y compartir los minuciosos saberes de McBeth sobre cómo, en el curso
de las primeras dos décadas del siglo pasado, dejamos de ser una palúdica
Costaguana, arrasada por guerras fratricidas y plagas de langosta, para
convertirnos, ya a fines de los años 40, en el manirroto segundo exportador de
petróleo del mundo.
Otros
muchos libros ha dedicado McBeth a Venezuela y hoy, cuando Sudamérica se llena
de despavoridos desplazados venezolanos que huyen del hambre y la tiranía, al
tiempo que Madrid, Miami o Bogotá brindan asilo a las mejores cabezas del
exilio, me urge comentar uno en especial, cuyo título usurpa en parte esta
columna.
Se
trata de Dictadura y política: intriga, traición y supervivencia en
Venezuela, 1908-1935. Lo publicó hace 10 años la Universidad de Notre Dame,
en Indiana. Recoge y analiza documentación de primera mano generada por, o
escrita sobre, la oposición política venezolana a la terrible dictadura de Juan
Vicente Gómez.
McBeth
escribe muchas y bien averiguadas páginas en torno al contexto internacional.
Llaman la atención, por ejemplo, el interés y el disparatado esfuerzo puestos
por el mexicano Álvaro Obregón en derrocar a Gómez. Pero el núcleo duro del
libro está dedicado a la oposición interna a la dictadura.
McBeth
analiza con profundidad más de 20 intentos de derrocar a Gómez, desde
irrelevantes conjuras de aficionados hasta complejos planes de invasión desde
el exilio de esas que dan por descontadas simultáneas insurrecciones internas.
El autor describe a los opositores —dice Peter S. Linder, en su reseña del
libro para el Journal of Latin American Studies — como sujetos
tan sofisticados políticamente como comprometidos con su causa, pero plagados por
dos problemas básicos, dentro y fuera de Venezuela: “la falta de financiamiento
y la disputa interna en torno a quién debería encabezar la rebelión”.
«Como
resultado de ello, todos los esfuerzos por desalojar a Gómez tuvieron en común
el fracaso universal que permitió al caudillo morir a una edad avanzada todavía
en el poder».
La
visión detallada que brinda McBeth de los intentos que durante los 27 años de
aquella dictadura desplegaron varias oleadas opositoras —desde los viejos
caudillos liberales, durante los primeros años de la dictadura, hasta los
movimientos más jóvenes, ideológicamente motivados, en los años 30—, deja la
impresión de que las amenazas al régimen fueron siempre más percepción que
realidad.
He
releído el libro de McBeth en momentos en que centenares de miles de mis
compatriotas más pobres y vulnerables, descritos cínicamente por Maduro como
“esclavos y mendigos”, se vuelcan desesperados sobre el continente. El
editorial de EL PAÍS, en su edición del pasado 29 de agosto, sugiere cruda
y atinadamente que la política de Maduro “consiste en que el país se vacíe,
para tratar de gobernarlo desde la subsistencia mínima”.
Esto,
y todo lo que los demócratas venezolanos sabemos de cierto sobre el despiadado
adversario, fuerza a ver con rabia el espectáculo que hoy ofrece la oposición
política venezolana en su conjunto, y la del exilio en particular.
Al
igual que bajo la tiranía gomecista, hace un siglo, las intrigas, las omisiones
y silencios, los arrogantes manoteos y las arteras puñaladas han envenenado a
la élite opositora venezolana hasta hacerla por completo irrelevante.
Si la
oposición no pone fin hoy mismo a su tragicómica discordia, la tragedia que hoy
desangra y despuebla a Venezuela bien podría, como la dictadura de Gómez,
prolongarse otros 27 años.
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