Por Eloy Torres Román
El tablero del ajedrez
global muestra tensiones. Los actores internacionales, por lo menos los más
poderosos, muestran su autoridad geopolítica en el mundo, mientras, los débiles
lloran su realidad. Invocamos el Dictum de Tucídides quien describió
el sino de Melos frente a la poderosa Atenas: “los poderosos hacen lo que
pueden y los débiles sufren lo deben”. Queremos decir que estamos en el
siglo XXI ante una especie de fatalidad, que cubre a determinados países, bien
sea con la fortaleza o con la debilidad. Depende de cada actor a la hora de
escoger o decidir su camino, su derrotero.
Venezuela, está desfasada de
los adelantos tecnológicos; luego, bien alejada de la competencia geopolítica.
Ella puede ser víctima de la fatalidad bélica. Y, podría verse afectada por los
encontronazos que se vislumbran a nivel global. Se observa una propagación de
nuevos tipos de conflictos militares, internacionales, que emanan y se
inscriben en la lógica, según la cual Rusia y China no quieren aceptar la
pretensión de los EEUU de alcanzar un total dominio del mundo.
No hay que ser un experto en
la historia de la polemología (ciencia que estudia la guerra como fenómeno
social) para comprender que anteriormente las predicciones, a propósito de los
futuros conflictos militares, colocaban su acento en el factor tecnológico y
fundamentalmente, como ocurre con otros elementos, en las nuevas doctrinas. Por
ejemplo, ello, puso en evidencia su importancia cuando en 1870, se produjo el
conflicto entre la provocadora Francia, la del “pequeño” Napoleón Bonaparte y
la provocada Prusia, de Bismarck, el Canciller de Hierro.
El factor movilizador del
tren determinó la instauración de una nueva concepción bélica. Los militares
comprendieron lo decisivo y rápido que significó la utilización de ese medio
locomotor. Su desplazamiento permitió un veloz avance de las piezas de
artillería y tropas. Ello permitió que la guerra fuese menos costosa y
evidentemente decisiva. Luego, por otra parte durante los años 30 del siglo XX,
gracias al avance de la aviación, al utilizar ese medio de transporte en los
bombardeos a las ciudades se creyó suficiente y efectivo para hacer que las
tropas enemigas capitulasen en términos rápidos. La creación del arma atómica
confirmó esa creencia y ésta, a su vez, sirvió de elemento para la disuasión,
minimizando el peligro de la guerra.
En 1991, durante la guerra
del Golfo, los EEUU lograron poner sobre la mesa el valor de los medios
informáticos para los combates. Fue una combinación de factores (proyectiles de
gran precisión, guiados por computadoras, con apoyo de sistemas satelitales y
de una compleja red informática) que se mostraban invisibles al ojo humano.
Ello, permitió a Occidente hacer creer que toda esa tecnología les permitiría
imponerse al mundo en términos rápidos, baratos y poco costosos en pérdidas de
vidas humanas. El fantasma de Vietnam aparecía en el rostro del norteamericano
común. Éste, no quería repetirlo; por ello desarrollaron sus tecnologías.
Sin embargo (siempre surge
una conjunción adversativa para mostrar su dosis de escepticismo) tras el
ataque a los centros vitales de los EEUU; a saber: el World Trade Center, la
Casa Blanca y el Pentágono, cuando el nefasto 11 de septiembre de 2001, la guerra,
como hecho social, adquirió una nueva dimensión. Hoy, ella, necesita de nuevos
escenarios y, según señala Matthew Symonds, en un artículo “The future of war”
en la revista The Economist (Enero 2018) éstos, se mueven en una dinámica
distinta. “War is still a contest of wills, but technology and geopolitical
competition are changing its carácter”. Es decir, la guerra sigue siendo un
concurso de voluntades, pero, la competencia geopolítica cambia su naturaleza
conflictiva”, creemos entender lo que argumenta el citado analista, Matthew
Symonds. Luego, según éste, en los ” últimos 5 decenios, las guerras entre los
actores se han minimizado, en tanto que entre éstos y sus aliados son
prácticamente inexistentes, fundamentalmente en el contexto de los poderes recíprocamente
destructivos de las armas nucleares; pero, también gracias al peso de las
restricciones legales internacionales y la reducción del apetito por la
violencia en las sociedades que exudan bienestar y prosperidad económica.
Habría que destacar que los
distintos conflictos, bautizados, como guerras civiles y entre los Estados
fueron numerosas; especialmente en los Estados fallidos. Éstos, han convertido
a esos países en un permanente campo de luchas, cuyas ilimitadas como dantescas
escenas bélicas muestran una creciente miseria que destruyen, incluso la
dignidad humana. Basta citar el papel preponderante de los cambios climáticos,
el descontrolado aumento de la natalidad ensanchando las precarias condiciones
de vida, junto con la explosiva presencia del fundamentalismo religioso o
étnico, lo que genera una reproducción y retroalimentación automática de los
conflictos.
Hay cada vez más conflictos
de carácter militar. Los perros de la guerra hacen de ella su fuente de
incontables ingresos. Si hacemos una radiografía, podemos ver que cómo en
determinados centros urbanos, se desarrollan conflictos de alta intensidad.
Muchas mega ciudades cuya población no habían superado los 10 millones de
habitantes, hoy, éstas, oscilan alrededor de 30 millones. En los últimos años
este escenario ha sido propicio para el surgimiento de tanto “Pedro Navaja”,
como dice la canción de Rubén Blades.
Las ciudades aumentan a un
ritmo desordenado. La población rural se traslada a las grandes ciudades y se
entremezcla con la urbana y cuyo coctel es altamente peligroso. A la hora de un
conflicto militar el drama se pone en evidencia. Mosul y Alepo de Siria, son
emblemáticamente ejemplares por el drama que esas ciudades albergan. Una
mayoritaria población rural convive con una minoritaria población urbana. La
guerra que estremece a Siria es espectacularmente perversa en sus dimensiones
dolorosas y para nada selectivas y para aquellos países que desean intervenir
en esos conflictos, es cada vez más difícil ingresar a esas ciudades para
solucionar sus problemas, a pesar del uso de la tecnología, la cual puede
modificar tanto los conflictos urbanos y otros tipos de guerras, mas, los
combates continuaran presentes en determinadas zonas de menores dimensiones.
Esto es lo que asumimos del escrito del analista Matthew Symonds, de la citada
revista The Economist.
Desde 1945 no hemos visto un
serio conflicto entre las grandes superpotencias. Apenas unos intentos de
crisis: Corea 1950; Egipto 1956, Berlín 1961; Cuba 1962: Bueno y Vietnam que no
tradujo peligrosidad a la paz mundial; aunque sí tuvo repercusiones de alta
intensidad por lo implícito que significó la derrota de los EEUU en el sudeste
asiático. Lo que demuestra que entre los grandes superpoderes hay un
entendimiento para que el agua no rebase determinados niveles.
Tras el superado esquema que
ensombreció al mundo, con la así llamada locura nuclear; vale decir, el M.A.D.
hoy, hay, a pesar de una improbabilidad de conflicto entre los poderes de
China, Rusia y los EEUU, una amenaza de competencias militares. Siria es un
ejemplo peligrosamente presente en las RRII. Hay que estar claros, ni Rusia ni
China no desean un dominio de los EEUU globalmente hablando. Washington se ha
presenta, cual único poder con aspiraciones a convertirse en un polo
referencial de dominación, tras haber superado los más de 20 años de finalizada
la guerra fría.
China y Rusia no desean que
los EEUU se empoderen con su visión unilateral. Buscan contestar el poder
gringo. Dicen responder a sus intereses globales en escenarios en los que ambos
participan junto con los EEUU. Por primera vez ambos hablan de usar la fuerza,
si es necesario, para hacer valer su poder en el mundo. Para Rusia es clara su
disposición. Ucrania y la anexión de Crimea es un ejemplo. Como también, la
suerte de los antiguos países de la órbita soviética. En tanto que China,
“lentamente” ha construido un andamiaje de islas artificiales, todas
militarizadas, para ejercer presión en las disputas territoriales que mantienen
con sus vecinos del Mar de China del Sur.
Como decía Evarista, mi
abuela paterna, con su inocente sabiduría: en peleas de tigres, el pollino no
tiene nada que buscar
Tanto Rusia como China,
paulatinamente han invertido masivamente recursos en sus industrias militares.
Evidentemente para contrarrestar a los EEUU; e igualmente para ejercer presión
sobre los aliados de éstos en la región. ¿Es una amenaza o una intimidación?
Creemos con el analista Symonds, la actitud china y rusa no es para promover
una guerra con los EEUU, sino para hacer ver a Washington que sería muy
arriesgado una escalada de tensiones: Se trata de una idea para frenar su
avance. Buscan detener las intenciones de los EEUU en las respectivas zonas de
ambos países. Hacer ver lo costoso y peligroso que podría significar la intervención
americana en las regiones ya citadas.
Esta realidad confirma que
Rusia y China juegan a la imposición paulatina de una zona caliente, pero gris,
algo así como una dialéctica entre la guerra y la paz. Lo peligroso de estas
prácticas es que ellas no respetan reglas de juego y podrían convertirse en una
especie de “guerra hibrida” como la bautizó el citado analista. Ella, una
combinación de varios instrumentos de todo tipo, destacan entre ellos: los
militares, económicos, diplomáticos e incluso de operaciones peligrosamente
vinculadas al submundo del hampa, con tal que sirvan a los objetivos
geopolíticos propuestos.
En este contexto, nos
preocupa, la obstinada intención del gobierno bolivariano de insertar al país
en una lógica que no nos traería ningún beneficio. Por el contrario, debemos
estar alejados de problemas que nos complicarían la vida como Estado. No seamos
prisioneros de la fatalidad señalada por Tucídides; no tenemos ninguna
necesidad de inmiscuirnos en problemas de otros. Es como decía Evarista, mi
abuela paterna, con su inocente sabiduría: en peleas de tigres, el pollino no
tiene nada que buscar.
29-10-18
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