Américo Martín 02 de diciembre de 2018
“Sigue
siendo un diamante en bruto” consignó Heraclio Atencio Bello al referirse a
Venezuela antes que pisara tierra la planta revolucionaria. ¿Puede hoy
repetirse esa frase? La devastación causada alcanza dimensiones insuperables y
no obstante, sí, la frase se sostiene aunque el esfuerzo de tallar la piedra
sea inconmensurablemente mayor.
Estamos
envueltos en la catástrofe. El país la siente, el pueblo la padece. Se discurre
sobre implosión social o acerca de soluciones de fuerza. El caso es que el
gobierno nos ha hundido en un pestilente pantano sin ofrecer salidas creíbles,
lo que intensifica la desesperanza y da alas a fórmulas fundamentalistas. El
ruido relacionado con el 10 de enero no es caprichoso, sigue una secuencia
lógica o, si se quiere, fatal.
Precisamente
porque pueda serlo debería considerarse crucial. El reconocimiento
internacional del primer gobierno de Maduro viene de la aceptada victoria que
le dio por primera vez la presidencia. Con posterioridad forzó la barra,
adelantó los comicios algo más de 7 meses y se hizo elegir en 2018 para un
segundo mandato. La comunidad internacional desconoció la operación basándose
en serias razones entonces invocadas para considerar que se había producido un
fraude.
De
allí que, mientras Maduro imagina que su plazo constitucional está comenzando,
la comunidad mundial y la mayoritaria oposición sostienen, por el contrario,
que concluirá el 10 de enero. En esa fecha terminará su primera y única
elección. Ni un día más. Ni un día menos.
Supongo
que el cuestionado presidente está al tanto de la complicada situación en que
se encuentra. Habrá sido informado que la comunidad internacional no ha variado
su posición, de modo que el 10 de enero -para ella y para la mayoría de los
venezolanos- habrá un vacío de poder. Al igual que en la atmósfera, los vacíos
son intolerables en asuntos de política y gobierno y podrían resolverse con
violencia ciclónica. ¿Cuál sería la reacción de los factores principales, si el
inquilino de Miraflores se hace el desentendido y se queda en el Palacio? Al
extinguirse su poder, sencillamente no podrá válidamente hacerlo. Al esfumarse
su legitimidad de origen perdería automáticamente su puesto en la OEA.
Supongamos
ahora que las sanciones mundiales se multiplican como se ha anticipado y que
Venezuela incluso fuera declarada país terrorista. ¿Bastaría tan grave
secuencia para forzar un cambio democrático? Posiblemente termine siendo ese el
desenlace natural pero sería menester una negociación que culmine en elecciones
mundialmente garantizadas.
Pueden
estudiarse otras posibilidades siempre que ninguna sacrifique el sufragio
universal, en el marco de los acuerdos para que las garantías constitucionales
protejan efectivamente a unos y otros. Sería considerable un breve tiempo de
transición con base en los acuerdos de las partes y el programa de urgencias,
comenzando con la ayuda humanitaria, libertad de presos políticos, rescate de
Instituciones democráticas, correcta implementación de la justicia, decapitación
de la hiperinflación, reactivación de la economía.
Imposible
dejar de construir en sana paz una fructífera convivencia democrática.
Decisiones de esa índole levantarían la moral colectiva después de tantas
inmerecidas humillaciones. Seríamos una próspera, libre y ejemplar nación de
flameantes banderas que unen y fortalecen la savia de su doble riqueza.
Próspera por su desarrollo diversificado y autónomo; afortunada por su
alentadora libertad y fortaleza emocional.
Américo
Martín
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