Juan Pablo Espinosa Arce 15 de diciembre de 2018
“Cielos, lloved vuestra justicia
ábrete tierra, haz germinar al Salvador”
ábrete tierra, haz germinar al Salvador”
– Ven Salvador –
“Oh cielos lloved de lo alto, oh nubes
mandadnos al Santo
Oh tierra, ábrete tierra y brote el Salvador”
Oh tierra, ábrete tierra y brote el Salvador”
– Oh cielos lloved de lo alto –
“De montes y valles, ven ¡oh deseado!
rompe ya los cielos niñito, brota flor del campo”
rompe ya los cielos niñito, brota flor del campo”
– Dulce Jesús mío –
Adviento
y Navidad tienen un sabor especial. A pesar de toda la vorágine de estos días,
en los cuales estamos evaluando el año que se va, soñando con el que llega, en
donde estamos preparando regalos y cenas, corriendo de acá para allá, la
temporada del Adviento y de la Navidad nos invitan a volver a lo humano. Y en
esa invitación provocadora, pienso en las poéticas palabras que las canciones
del Adviento nos proponen y que inician estas ideas, estas oraciones, estas súplicas.
Quisiera en estas meditaciones en Adviento pensar el desgarro
y la hospitalidad. Desgarrar es romper, es abrir, es germinar. La
semilla se desgarra para que brote una nueva rama, un renuevo. Hospitalidad,
hospitalizar, preparar una casa, tener un lugar donde vivir y convivir. El Hijo
de Dios que viene a nuestra tierra desgarró el cielo y espera de nosotros un
gesto de hospitalidad, porque Dios mismo es hospitalario. La teología
de la hospitalidad, del buen vivircomienza con el mismo Dios-Yahvé.
¿Estamos
preparando un Belén para nuestro Dios? ¿Está dispuesta nuestra carne, nuestra
historia, nuestra casa para dar un espacio a este niño? Y hablamos de los niños
porque la infancia es la condición que posibilitó la presencia de Dios, el
desgarro del cielo. Escuchemos la palabra poética de Ibáñez Langlois:
Dónde
estará mi infancia que no la encuentro
con el ángel de la guarda se fugaría
se habrá escondido en el tercer milenio
infancia infancia acude a mi llamada
que sin ti no puede encarnarse el Hijo de Dios.
con el ángel de la guarda se fugaría
se habrá escondido en el tercer milenio
infancia infancia acude a mi llamada
que sin ti no puede encarnarse el Hijo de Dios.
–
Infancia, en Poemas dogmáticos II –
En la
infancia hay desgarro. Cuando una nueva criatura abre sus ojos al mundo se
desgarra, rompe en llanto, protesta. El espacio acogedor de un vientre materno
queda atrás cuando ingresa a nuestro mundo, quizás más frío, pero con ansias de
cuidado. Dice Boris Cyrulnik en De cuerpo y alma: neuronas y afectos:
la conquista del bienestar (2007): “un bebé humano sufre desde su
nacimiento. Cuando deja las aguas del líquido amniótico que estaba a 37°, tiene
frío, está seco, y se siente maltratado por el nuevo medio sensorial que lo
rodea. La luz lo encandila, los sonidos ya no le llegan filtrados, cuando lo
alzan en brazos, siente topetazos por todas partes – puesto que ya no lo baña
la suspensión hidrostática uterina – y dolor en el pecho mientras los pulmones
se le despliegan para permitirle respirar”. Dios en María sintió que era
maltratado por el nuevo medio que lo recibía. El líquido amniótico de María,
ese espacio hospitalario y confortable dio brusco paso a “no tener lugar en la
posada” (Lc 2,7). Hubo un dolor histórico, concreto y real en el pecho de Jesús
la noche de Belén. El niño venía envuelto de grasa como nacen todos los niños
del mundo y como lo seguirán haciendo. Dios entró al mundo llorando como signo
de protesta ante el desgarro. Si a Belén no entramos en la dinámica del
desgarro no hemos entendido nada de su mensaje universal y salvador. Por ello
tenemos que pedir insistentemente con Ibáñez Langlois que la infancia vuelva
porque por ella hubo Encarnación. A través de la poesía es como entramos a
contemplar el rostro de Jesús. Son las danzas, los cantos, los poemas, no la
mera formulación informativa, fría, las que nos permiten hablar del Dios
desgarrado. El Dios que se desgarra entra por la vía de la
contemplación poética.
Un
filósofo al que leo con gran pasión e interés, Byung-Chul Han, hablando de la
existencia poética y de la importancia del arte en nuestra vinculación con los
demás dice: “el arte – y en eso consiste su existencia paradójica – tiene su
hogar en lo inhóspito. Las imágenes poéticas son figuraciones en un sentido
privilegiado, como formas introducidas. Son imaginaciones en las que se puede
avistar lo extraño en el aspecto de lo familiar. A la poesía le es inherente
una oscuridad. La poesía da testimonio de la presencia de lo ajeno que se
custodia en ella. En el infierno de lo igual la imaginación poética está
muerta” (La expulsión de lo distinto 2017). En la celebración de la
Navidad hay una suspensión del infierno de lo igual, porque el Otro
(Dios) quiere encontrarse amorosamente, amigablemente, salvadoramente,
infantilmente (que no es lo mismo que infantilizar) con su otro, con el ser
humano. Dios es nuestro TÚ y nosotros somos el tú de Dios. Esta unión de los
distintos es la gran supresión, el gran desgarro, el salvador
desgarro de la Navidad. El niño de María se desgarra, se “abaja”, se
hace siervo, se contrae, deja un espacio para que podamos reconocerle en la
vulnerabilidad de su carne que protesta por el ambiente que la recibe (Cf. Flp
2,6-11). Para entender este desgarro quiero apelar nuevamente a Byung-Chul Han
cuando dice “se retira por completo para dejar espacio al otro. Se vuelve todo
oídos sin la molesta boca” (La expulsión de lo distinto, 2017). Dios se retira,
se hace un espacio, ESO ES LA ENCARNACIÓN. Esa es la hospitalidad de la
encarnación.
El
filósofo chileno Humberto Giannini dice que la hospitalidad tiene que ver con
una reflexión, con un volver a mirar, con una disposición a abrazar
lo cotidiano, a ejercitar el arte de la convivencia (Giannini, La
“reflexión” cotidiana: hacia una arqueología de la experiencia, 2013).
Byung-Chul Han reconocerá que la hospitalidad tiene que ver con un silencio.En
el llanto de Belén, en la primera noche, hubo también un silencio, un GRAN
SILENCIO. Un silencio por el cual Dios entró en el mundo de los seres humanos
hecho ser humano. Es una entrada tan cotidiana que por ello es salvadora.
Byung-Chul Han resuena una vez más. Dejemos que él hable: “… su silencio, que
brinda hospitalidad y escucha, invita al otro a liberarse hablando” (La
expulsión de lo distinto, 2017). EL SILENCIO BRINDA HOSPITALIDAD. EL SILENCIO
ANTECEDE EL HABLA. EL SILENCIO ESTUVO ANTES DE LA PALABRA QUE SE HIZO CARNE
(Cf. Jn 1,14). Hay una pista cristológica en esta propuesta
filosófica de Byung-Chul Han: “el oyente hospitalario se vacía haciéndose
una caja de resonancia para el otro que lo redime devolviéndolo a él mismo. La
escucha puede bastarse a sí misma para sanar (…) esos pequeños sonidos
respiratorios son signo de hospitalidad, un alentarque no precisa
emitir juicios” (La expulsión de lo distinto, 2017). DAR ALIENTO, DAR EL
ESPÍRITU. GEMIDOS DE ALIENTO DE LA RUAH SOBERANA DE DIOS. SER “OYENTES DE LA
PALABRA” Y DEL SILENCIO.
Cuando
Dios creó al ser humano y le dio la ruah, que permite la comunicación/escucha,
realizó un acto de contracción, de vaciamiento. SE ENCARNÓ, SE LIMITÓ. Cuando
Dios crea está escuchando lo creado. Escuchó a los esclavos de Egipto en medio
de su aflicción (Cf. Ex 3,7-12). Por ello “el arte de escuchar se desarrolla
como un arte respiratorio” (Byung-Chul Han). El arte respiratorio de la
humanidad de Dios que comenzó con los gemidos de contracción de una jovencita
nazarena. DIOS NECESITÓ DE LAS CONTRACCIONES DE MARÍA. María y nosotros
precisamos de la CONTRACCIÓN DIVINA. La vulnerabilidad de Dios se expresa en el
desgarro y en la hospitalidad. El francés Louis Evely dice:
“Dios
nos ha dado poder sobre él.
Dios ha querido tener necesidad de nosotros.
Dios será siempre más débil que nosotros, porque nos ama más”
Dios ha querido tener necesidad de nosotros.
Dios será siempre más débil que nosotros, porque nos ama más”
–
Dios es vulnerable –
Por
ello Navidad nos invita a vivir una FE COMPROMETIDA CON LA VIDA (Tony Mifsud).
Porque el COMPROMISO de Dios se hace carne en Belén. Tenemos la tarea, la
responsabilidad de ser un BELÉN para nuestros hermanos. Sólo en la lógica de
Belén, de pasar por la pequeña puerta de la gran basílica de la Natividad en
Tierra Santa (que no mide más de un metro de altura) se entiende más
profundamente qué significa: Y EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS
(Jn 1,14). Sólo ejercitando el silencio entendemos al Dios de las locuras de la
Navidad. Sólo en el desgarro de Yahvé entendemos la positividad y la fecundidad
de nuestros propios desgarros. Como dice la teóloga española Dolores Aleixandre
es necesario “mirar, escuchar, decir y actuar como Jesús y desde los mismos
espacios que fueron suyos” (Compañeros en el camino. Íconos bíblicos para un
itinerario de oración, 1995). Sólo se entra en el desgarro de la
Navidad desde los “mismos espacios que fueron de Jesús”. Termino con Dolores
Aleixandre: “desde el corazón del mundo, no separado de la gente, sino cercano
a ella, sintiendo que sus gozos y sufrimientos, sus angustias y esperanzas, son
los tuyos” (Compañeros en el camino, 1995)… Y SON TAMBIÉN LOS DEL DIOS DE
BELÉN.
Tomado
de: http://www.teologiahoy.com/secciones/espiritualidad/desgarro-y-hospitalidad-meditaciones-de-adviento
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