Por Henrique Capriles
Las recientes medidas
tomadas por Nicolás Maduro sólo pueden explicarse como un reflejo de la
desconexión entre su régimen y nuestro pueblo. Cuando en los barrios, en las
urbanizaciones, en el campo, la gente está reclamando soluciones y manifestando
su descontento de manera clara y contundente, a estos les da por exhibir unos
aviones ajenos que así como vinieron se fueron.
¿A quién quieren meterle
miedo con eso? Es decir: mientras en las familias venezolanas los niños se
acuestan sin comer y en ninguno de los hospitales del país hay manera de
atender a los pacientes con dignidad, llegan a nuestra Venezuela unos aviones
bombarderos rusos y el gobierno se atreve a contarlo como una buena noticia y
una demostración de un supuesto apoyo internacional.
Sé que muchos venezolanos
estaban esperando anuncios como la llegada de medicinas, de comida, de alguna
solución al menos para lidiar la crisis. Sin embargo, lo único que recibieron
fue la profunda decepción de ver a unos oficialistas sacándose fotos al lado de
bombarderos rusos.
Como si esta crisis se
resolviera con armas.
Como si no se tratara de una
crisis humanitaria insólita en pleno siglo veintiuno, sino un episodio perdido
de la Guerra Fría.
Como si el patético gesto de
demostrar apoyo militar sirviera de algo en un mundo globalizado, donde en cada
rincón del planeta el régimen de Nicolás Maduro se ha convertido en sinónimo de
corrupción, ineficacia y fracaso.
Desde que vi en los medios
tamaño exceso, tamaña desvergüenza, no dejo de preguntarme cuál será la opinión
del gobierno de Putin y del embajador de Rusia en Venezuela. Y no me refiero a
eso que llaman “la real politik” ni a los parapetos que monta este gobierno
para justificar la manera en la que han ido hipotecando el país. No. Me refiero
a una opinión política, táctica incluso, sobre esta payasada de los
bombarderos.
¿De verdad alguien cree que
nuestro país necesita más armas para resolver la crisis? ¡Y armas prestadas,
además!
¿De qué nos sirve exhibir
unos aviones ajenos, como si todo pudiera resolverse con un bombardeo?
¿Saben en Rusia cuánto ganan
nuestras tropas, para cuánto les alcanza, qué están comiendo o cuánta plata le
puede pasar un soldado a su madre quincenalmente?
¿No es un despropósito
derrochar la cantidad de dinero que implica darle una vueltica a esos aviones,
cuando la familia de nuestros soldados se está también muriendo de hambre en
los barrios?
¿O usted cree que la tropa
vive como algunos generales, que están engordando a punta de estar en lugares
claves para la corrupción?
Y esto, se lo pregunto por
ejemplo al Embajador de Rusia, sin segundas intenciones. Usted vive aquí desde
hace años y sabe que hay una crisis humanitaria, que la gente se está muriendo
de hambre y en los hospitales. También sabe que el gasto que implica mover un
bombardero ruso es una imagen militarista y cruel, cuando hay niños que se
desmayan cantando el Himno Nacional en su escuela porque fueron a clases sin
comer. Entonces, ¿a qué están jugando?
¿Ustedes son conscientes de
la torpeza que significa negarse a aceptar la ayuda humanitaria de países
vecinos, pero sí permitirle a unos aviones de guerra aterrizar en nuestro país?
¿Cómo se tomaría el gobierno que bombarderos de otro país aterrizaran en
Colombia o en Trinidad y Tobago o en Brasil, como una simple y hueca exhibición
de fuerza? ¿Acaso en Miraflores están tan perdidos que creen que estamos en
1962 y que el mundo les va a comprar la pantomima de una crisis de los misiles?
Es necesario rechazar de
manera contundente contra esto. El asunto es que de nuestro lado, también hay
que decirlo, lo que se hace no es menos preocupante. Los factores que podrían
terminar de articular la solidez de una coalición opositora se distraen
peleando entre sí, por unas elecciones a las que ni siquiera el CNE le prestó
atención, porque ni siquiera un afichito en un poste se atrevieron a guindar.
Y esto lo digo, de frente y
con franqueza, desde una posición muy difícil, porque todo el país sabe que yo
he sido inhabilitado políticamente de manera arbitraria. Sin embargo, ver el
extravío en que han caído las fuerzas democráticas, mientras el gobierno arma
su farsa de apoyo internacional, debería preocuparnos.
¿Cómo es que no les estamos
dando hasta con el tobo al régimen, con acciones que vayan desde pronunciarse
contra atropellos como lo de los bombarderos rusos hasta denunciar que,
mientras hay una masacre contra nuestros indígenas, la alcaldesa del municipio
más importante del país insiste en la estupidez de sustituir una estatua por
otra, como si con eso aliviara la culpa de que estén asesinando a nuestros
hermanos pemones?
¿El gobierno quiere
demostrar apoyo internacional? Entonces que consigan una alternativa al canal
humanitario de medicamentos que se han negado a permitir, por miedo a que se
exponga su incapacidad para manejar cualquier emergencia.
¿En Miraflores quieren
hacernos ver que Putin los apoya, como hacían los demagogos del siglo veinte
cada vez que le sonreían al Kremlin? Entonces atrévanse a confesar que
quebraron el aparato productivo nacional, que todo aquello de la soberanía
alimentaria fue una gran mentira y llenen de alimentos rusos las despensas.
¿Quieren jugar a que en
China consideran a Nicolás Maduro como un líder? Entonces háganle saber a la
gente que aquello que le dijo el asesor chino a Castro Soteldo (y que se vio
por Venezolana de Televisión) es verdad y que las expropiaciones fueron una estupidez
política, económica e incluso estratégica.
Ahí está Goodyear y el
cierre de sus operaciones en el país. Una crisis que, en lugar de ser atendida
de la manera correcta, calca los errores cometidos en las experiencias previas.
¿O ya no se acuerdan de Kellog’s? ¿Y de Clorox? Y de un montón de plantas
expropiadas más, que no sirvieron de nada. Han estafado al país en rubros que
van desde la harina de maíz y azúcar hasta juguetes y pañales.
Todo lo que tocan se
convierte en negocio para sus cómplices corruptos y tragedia para el pueblo
venezolano.
Da la impresión de que ya ni
siquiera les importa salir bien parados de toda esta tragedia. Lo único que
pretenden es evitar que se les abra cualquier averiguación, porque ya les ha
quedado claro que estarían perdidos.
Y por eso tenemos que
pronunciarnos ante los rumores que dejan correr, como la posible visita de
Michelle Bachelet a Venezuela, en nombre de la ONU, para investigar cuáles son
las condiciones que se viven en Venezuela y cuál es el estado de los Derechos
Humanos.
¡Que venga Bachelet! Me
imagino que si en Miraflores tienen idea de quién es ella, no saldrán a
acusarla de derechista. La carrera política de Bachelet es bastante clara en
ese sentido.
Eso sí: cuando venga, si es
que viene, que no la metan en uno de sus parques temáticos politiqueros.
Que vaya a los barrios y
sepa qué está comiendo nuestra gente y cómo los extorsionan por una caja de
miseria. Que vaya a los hospitales e intente hacerse un examen de rutina
mientras oye los testimonios de quienes viven a diario esa tragedia. Que vaya
al mercado con un sueldo mínimo e intente comprar comida para una familia. Que
vaya a las cárceles y vea cómo funciona ahí el Poder. Que vaya a hablar con los
presos políticos. Que vaya y pregunte cuánto gana una maestra, una enfermera,
un bombero, un policía. Que vaya a sentarse con los liderazgos locales,
sociales, comunitarios, para escuchar lo que las bases tienen que decir. Y, si
puede, que vaya y le pregunte al Embajador de Rusia en Venezuela de qué sirve
exhibir unos bombarderos en un país donde la gente se está muriendo de hambre.
Sin embargo, no podemos
depender de que alguien allá afuera se apiade de lo que pasa en Venezuela.
Duélale a quien le duela, si algo nos ha demostrado esta crisis tan compleja es
que desde afuera puede haber mucho apoyo y mucha solidaridad, pero la opinión
internacional es apenas un elemento de muchos. Lo importante es lo que logremos
aquí adentro, en el país y con sus fuerzas vivas. Y ese es un terreno que
debemos recuperar, para que la esperanza vuelva a movilizarnos políticamente.
Trabajemos en esa dirección.
Si vienen unos pilotos a mostrarnos unos bombarderos rusos, igual debemos
seguir trabajando. Y si viene Michelle Bachelet a ver cómo vivimos los
venezolanos, también debemos seguir trabajando. Porque las soluciones deben
venir de nosotros, así como cada una de las acciones que nos permitirán ser
gobierno y empezar a transformar a Venezuela en una dirección de justicia y
progreso. Y eso sólo vamos a lograrlo de una manera: cohesionados políticamente
y respetando nuestras diferencias, entendiendo que recuperar la democracia es
un bien infinitamente superior a cualquier otro.
¡Qué Dios bendiga a nuestra
Venezuela!
16-12-18
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