Carolina Gómez-Ávila 08 de diciembre de 2018
Me
apesadumbran quienes se relacionan con sus derechos como si se tratara de
objetos de su propiedad -de los que abusan o con los cuales comercian- sin
creerse obligados a rendir cuentas o a dar compensación alguna.
Culpemos
a la mala formación ciudadana y a las ofertas populistas de los mediocres de la
política, pero remediémoslo
Cada
derecho se fundamenta en la premisa de que el resto de la sociedad cumpla sus
deberes, eso es el Pacto Social. Parece obvio pero no es fácil encontrar
ciudadanos conscientes de que su derecho a la seguridad o a la salud, por poner
un par de ejemplos gruesos, dependen de que todos cumplamos nuestro deber de
pagar impuestos y de que los funcionarios cumplan el suyo, de administrarlos con
honestidad y transparencia.
Así
que cada vez que alguien quiera reclamar sus derechos, antes haría bien en
revisar quiénes no están cumpliendo sus deberes en la cadena que se los
garantizaría; quizás se sorprenda descubriendo que él mismo está entre los culpables.
“Yo
tengo derechos porque tú cumples tus deberes; tú tienes derechos porque yo
cumplo mis deberes”, sería una consigna para formar ciudadanos siempre que se
les aclare que este “tú” no apela en exclusiva al receptor del mensaje sino que
invoca a este y al conjunto a la vez, y que nada de esto exime al Gobierno de
la responsabilidad última de garantizarlos a través de políticas públicas al
efecto.
En
cuanto a los derechos políticos -únicos que, jurídicamente, nos convierten o no
en ciudadanos- el asunto se resumiría al derecho a elegir y/o a ser elegido, a
ser admitido en cargos públicos, a ejercer la Contraloría Social y a dirigir
peticiones al Ejecutivo y/o al Legislativo (en sus niveles municipal, estadal
y/o nacional) para exponer necesidades o con la intención de influir en la
legislación. Más o menos con esto quedan expresadas las características
representativa, participativa y protagónica del Ejercicio Ciudadano.
Votar,
como se ve, es sólo uno de estos derechos -el derecho a elegir- y como desde
1999 no es un deber, usted puede tratarlo como un objeto: usarlo, no usarlo o
incluso venderlo. Y también puede creer que por lo que haga, no está obligado a
rendir cuentas o a ofrecer compensación alguna. Por lo tanto no le preguntaré
qué va a hacer con su voto, pero sí le pregunto: ¿Cuántos más de los derechos
enumerados no ejerce?
Puede
que votar sea el último de los derechos políticos que usted entregue sin
ofrecer resistencia alguna, señal de que se siente impotente y de que no sabe
qué hacer (o de que cree que no puede hacer nada) que permita cambiar la
situación de todos… excepto pedir a gritos que lo hagan otros. Pero nunca,
nosotros.
Carolina
Gómez-Ávila
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